Iñaki Otano
Segundo domingo de Pascua (B)
En aquel tiempo contaban los discípulos lo que les había acontecido en el camino y cómo reconocieron a Jesús en el partir del pan. Mientras hablaban, se presentó Jesús en medio de sus discípulos y les dijo: “Paz a vosotros”. Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. Él les dijo: “¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo”.
Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: “¿Tenéis ahí algo que comer?” Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: “Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí, tenía que cumplirse”. Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: “Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos comenzando por Jerusalén”. (Lc 24,35-48)
Reflexión:
Hay una novela, “Papillon”, en la que el protagonista consigue escapar de una prisión de alta seguridad, junto con un compañero. En la oscuridad de la noche, cada uno debe afrontar por su cuenta los peligros del océano sobre una frágil tabla. Al hacerse de día, el protagonista busca ansiosamente a su amigo: ¿estará vivo? ¿O quizá las aguas lo habrán alejado para siempre?
Al subir del fondo de una ola, ve a su compañero delante de él. Levanta la camiseta para saludarle con alegría… De pronto, al mismo tiempo que a su compañero, divisa la selva, que será su salvación porque, una vez en la selva, desistirán de buscarlos… Se pone a llorar de alegría. Y este hombre, que no tenía ninguna instrucción religiosa, dice que tuvo la impresión de tocar a Dios, que le susurraba al oído: “Es verdad que sufres y sufrirás todavía más, pero he decidido estar contigo. Serás libre y vencedor, te lo prometo”.
Es una novela, pero refleja en cierto modo la experiencia de los discípulos y la nuestra. En los discípulos de Jesús resucitado, y por tanto en nosotros, se cruzan, por una parte, las incertidumbres, la oscuridad de la noche, el desconcierto y la angustia de no saber nada del amigo por el que lo habían arriesgado todo; y, por otra parte, el susto y el asombro de encontrarlo tan cercano, y una alegría tan grande que todo parece increíble.
Pero Jesús resucitado no es un fantasma. Es posible que no lo hayamos visto en nuestra noche, y, cuando al llegar el día vemos algún signo de su presencia cercana y de su salvación, nos entre el miedo de que todo sea un fantasma, mera imaginación.
Por eso, Jesús se hace tocar, come con los discípulos, no es una ilusión. Entonces, no tengáis miedo ni desconfianza. Paz a vosotros… ¿Por qué os alarmáis? ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior?
La escena del evangelio de hoy empieza recordando que los dos discípulos de Emaús reconocieron a Jesús al partir el pan. Celebrar con Jesús la Eucaristía y partir el pan de cada día para compartirlo con otros. Así se hace presente y es reconocido Jesús resucitado.