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EL SECRETO PARA VIVIR: FE, ESPERANZA Y CARIDAD – Chema Pérez-Soba

EL SECRETO PARA VIVIR: FE, ESPERANZA Y CARIDAD Descarga aquí el artículo en PDF
Chema Pérez-Soba
chema.perez@cardenalcisneros.es
Los seres humanos, no cabe duda, vivimos en un contexto. Pese a que pensemos que estamos por encima de la realidad, somos siempre situados en un tiempo y en un espacio. Somos, no estamos. No solo vivimos en un lugar y en una época, sino que ese lugar y esa época son la base desde la que somos quiénes somos. Somos en un tiempo y un espacio. A la típica pregunta: «¿serías cristiano si hubieras nacido en China en el siglo VIII?», la respuesta es evidente: lo que no sería soy yo, sería otro.
Ahora bien, en nuestra sociedad globalizada, estas dos coordenadas han cambiado. El espacio, es evidente, se ha comprimido y uniformizado, pues estamos casi a un paso de cualquier lugar. El tiempo se ha individualizado más que nunca: por supuesto, los segundos siguen siendo los segundos y los minutos, los minutos… pero, según cómo queramos vivir, así nos situamos en el tiempo: algunos optan por vivir solo el presente; otros, soñar con el pasado; otros, evadirse al futuro.
En efecto, algunas personas han optado por vivir solo el más rabioso presente… Si deseo algo ahora, lo necesito ya. Lo deseo, lo compro y quiero recibirlo ahora. El mañana vete a saber si vendrá y el pasado está acabado. Es mejor centrarse en calmar las necesidades personales, reales y creadas, y a dejarse sorprender por el último lanzamiento de la sociedad de consumo: la última gira, el último éxito, juego, serie, moda… El presentismo no tiene nada que aprender del pasado; Narciso ha decidido que el centro del universo es él y solo vive un eterno presente.
Otros, molestos con el tiempo que nos ha tocado vivir, se sienten agredidos por la pluralidad de nuestra época. Les molesta la diversidad que nos constituye y sueñan un mundo bien atado, bien controlado, como era antes. Por eso, deciden poner sus anhelos en recuperar ese pasado perdido, en el que el mundo estaba en orden y teníamos clara la vida. A esta actitud Bauman la llamaba retrotopías: utopías —mundos perfectos— colocados en el pasado en lugar de en el futuro. «Este mundo es muy malo, todo es un horror… ojalá fuera como antes» se dice (o se piensa) en no pocos lugares de la Iglesia.
Incluso hay quienes quieren ser más y antes que cualquiera. Creen que la ciencia es la que construye el futuro y quieren vivir más allí que aquí. Creen (porque es una fe) que la técnica lo va a resolver todo, que vamos a ser «dioses»: «Después de haber elevado a la humanidad por encima del nivel bestial de las luchas por la supervivencia, ahora nos dedicaremos a ascender a los humanos a dioses, y a transformar Homo sapiens en Homo Deus» escribía el best seller Harari. Claro, si miráramos al pasado, descubriríamos que no es la primera vez que nos han prometido que el paraíso lo tenemos en las manos de la técnica… hasta que dos (dos) guerras mundiales y millones de muertos nos despertaron del sueño.
¿Y nosotros? ¿Cuál es la propuesta cristiana? Vivir en Dios, integrados: vivir a fondo el pasado, el presente y el futuro.
En efecto, a menos que seamos muy poco perspicaces, somos herederos del pasado, sea para aceptarlo, rechazarlo o ignorarlo. Ya hemos señalado en otros artículos de esta revista cómo estamos llamados a mantener viva la memoria del pasado, no pocas veces subversiva. Como decía una frase clásica.: somos enanos en hombros de gigantes, estamos aquí por el esfuerzo de muchos otros. Y reconocer eso no nos ata, sino que impulsa. Tomar en serio la tradición no es imitar lo que hicieron, sino saber que podemos ser creativos como ellos: desde el Evangelio, leído en su contexto, apostar por abrazar la vida y crear respuestas, antiguas, renovadas y nuevas, lo que sea necesario.
Porque para nosotros la lectura del pasado es encontrarnos con el más rabioso presente. Ahora (y solo ahora) recibimos el testigo de la fe, que nos abre los ojos a la realidad. El amor absoluto e incondicional de Dios nos libera de miedos y egocentrismos y nos hace afrontar la realidad con honestidad. Porque la salvación, el Reino, empieza ya o no es. Abrimos nuestros oídos para captar, en el presente, la voz del Espíritu que nos habla. Estamos atentos a disfrutar de la salvación de Dios y a escuchar su voz que nos señala cómo ser fieles creativamente a la fe recibida. ¿Recordamos la parábola de Jesús, la de los talentos? Mateo 25,14-30. Se nos dan unos dones, pero no para enterrarlos. Huir por miedo, huir por no asumir el riesgo, no es nuestra opción. No podemos cerrar los ojos y olvidar la realidad ni en el consumo ni en un pasado que nunca existió. Dios nos quiso ahora, en este tiempo: «Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo» escribía el papa Francisco en Evangelii Gaudium (273).
Y, a la vez, sabemos, porque somos conscientes de ser historia, sabemos que esto no es aún el Reino definitivo, sabemos que estamos necesitados de salvación y clamamos Maranatha (Ven Señor). Pero no miramos la realidad con cinismo, sino con amor. Y, por eso, sabemos que estamos llamados al futuro. Por eso, somos esperanza. El mismo Pablo señala esto escribiendo a los romanos: «El Dios de la esperanza os colme de todo gozo y paz en vuestra fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo» (Rom 15,13).
Porque sabemos «de quién nos hemos fiado» y, por tanto, sabemos que no nos dejará… El Espíritu, que nos habla hoy, nos empuja a la esperanza de que las promesas de Dios, que ya se cumplen, pero todavía no, habrán de alcanzar plenitud. Es normal caer en el desánimo cuando miramos solo nuestras fuerzas. Por eso, las tres virtudes cristianas (teologales, que nos hacen vivir en Dios) están entrelazadas: fe, esperanza y caridad son un camino real de vida, son el secreto mejor escondido del cristiano, un mecanismo perfecto para descubrir el sentido de nuestra vida.
¿Cómo funciona? Fijémonos por un instante. Si ponemos nuestra confianza en Dios (fe), sintiendo que me y nos ama radicalmente, me sé sostenido en mi vida y sé que sostiene también la vida del mundo. Deja tu vida en sus manos y siente cómo, entonces, y solo entonces, las cuentas salen. Ya nada falta:
«Yahveh es mi pastor, nada me falta. Por prados de fresca hierba me apacienta. Hacia las aguas de reposo me conduce y conforta mi alma; me guía por senderos de justicia, en gracia de su nombre. Aunque pase por valle tenebroso, ningún mal temeré, porque tú vas conmigo; tu vara y tu cayado, ellos me sosiegan».
Eso es fe: decir que «creo» a una serie de verdades no es más que el símbolo externo de lo que debe suceder en el corazón: sí, confío en ti, mi Señor.
Y si confiamos en Él, confiamos en su sueño: todos los pueblos de la tierra reunidos en torno a la misma mesa y Él enjugando todas las lágrimas (Is 25, 6-8). Para eso hemos sido creados y eso anhela nuestro corazón cuando le dejo pasar a Él. ¿No rezamos ‘venga a nosotros tu Reino’?
Por ello somos ungidos como profetas en el Bautismo, porque nunca nos detenemos. Desde el pasado, sabemos apreciar lo bueno del presente, pero no nos quedamos anclados en él, sino que siempre empujamos hacia el futuro, porque aún queda mucho para el sueño de Dios. De la confianza en Dios amor nace la esperanza. Podemos pasar por valles oscuros, por noches del alma, pero sabemos que Él nos sostiene. Nos negamos a ceder al cinismo, porque eso no es amor, porque eso significa renunciar al fruto de la esperanza: la caridad. Cuando llega la caridad, el amor real al otro, entonces todo ha funcionado: estamos en el camino de Dios: «ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad» (1Cor 13,13). Si confío en Dios y en su sueño, tú me importas, porque tú eres mi hermano, mi hermana. Lorenzo Milani, un sacerdote extraordinario pedagogo, puso en el aula de su pequeña escuela de Barbiana un cartel en inglés: I Care. Sí, me importa. Tú me importas, el dolor del mundo me importa. En Dios tengo el valor de dejarme tocar por la realidad. Y en ese momento el mundo cambia y cambia para siempre.
Este es el secreto del cristiano: de la fe nace la esperanza y de la esperanza el amor que cambia el mundo. No, no soñamos con el pasado; no, no nos atamos al presente; no, nos evadimos en el futuro. En Dios, en fe, esperanza y caridad, disfrutamos de vivir.