Joseph Perich
De madrugada, el “ángel de la luz” informa a todos los difuntos: Se les autoriza a pasar un día en el planeta de los vivientes para revivir una jornada, la que ellos prefieran, de entre los días que vivieron en la tierra. Nadie se atreve, excepto la pequeña Emilia que desea revivir el día en que cumplió 9 años.
Y, ya en la tierra, la vemos el día de su noveno aniversario con su mejor vestido entrando por el portal de su casa, anhelando la expresión gozosa de su madre cuando la vea. Pero su mamá está ocupadísima preparando el pastel de aniversario y la merienda que va a ofrecer a las amigas de su hija.
-Mamá, mírame –exclama Emilia–; soy tu hija que cumple nueve años.
–Muy bien guapa, siéntate y desayuna –responde su madre sin mirarla.
– Pero, mamá, mírame, mírame –su mamá tiene tantas cosas que hacer que ni siquiera la mira.
Después llega su padre, agobiadísimo por el trabajo. Tampoco él mira a su hija. Su hermano mayor también está muy ocupado con el ordenador.
Emilia suplica a pleno pulmón:
-Por favor, que alguien se fije en mí. No necesito pasteles ni dinero. Tan solo que alguien me mire.
Es en vano. La pequeña Emilia descubre que las personas no se miran, no están atentas a los demás, no se interesan por los otros.
Y, llorando, la niña retorna al mundo de los difuntos, ahora que ya sabe que estar “vivo” es estar ciego y pasar de largo de la belleza sin mirarla.
REFLEXIÓN:
Acaba de empezar el curso escolar. Todo lo que ofrecemos a los niños y a las niñas, ¿responde a lo que desean en su corazón? ¿Los miramos? ¿No les damos demasiado pantallas y pantallitas para que se distraigan y confundan la vida con un simple juego para matar el aburrimiento? ¿No hemos creado en los niños falsas necesidades, qué queremos llenar en forma de regalos y regalitos, y no nos fijamos en sus auténticas necesidades humanas?
¿Sus deseos, son sólo de orden material? ¿No tendrán deseos espirituales? Aunque no lo formulen, los niños ¿no se preguntan en el fondo por el sentido de la vida, de la muerte, del sufrimiento, de la injusticia, de la bondad, de Dios mismo? ¿Cuál es la calidad de las respuestas a las preguntas importantes de la vida qué damos a los pequeños como padres, como abuelos, como parroquia, como colegio…? ¿O, es que no lo tenemos claro nosotros?, ¿lo dejamos porque no sabemos cómo responder a ellos? Si es así, ¿llegaremos tarde, una vez más?
Muchos padres se dedican tan apasionadamente a organizar el futuro de sus hijos que quizás no tienen suficientemente en cuenta el presente y sus necesidades. Podría muy bien ser que la pequeña Emilia nos estuviera suplicando: ¡No necesito tantas cosas, sólo quiero que me veas! ¡No necesito aparatos, necesito amor! ¡No me desees comprar con regalos, regálame tu tiempo para convivir juntos! ¡No os esforcéis para llevarme a Port-Aventura o Eurodisney!, me lo pasaré mejor pudiendo jugar con vosotros de vez en cuando. ¡No hace falta que me pongas televisión en la habitación, preferiría que vinieran a la habitación a contarme un cuento y a darme un beso de buenas noches! ¡No me programes tanto para que triunfe en la vida, si no encuentro estimación en casa, muy probablemente seré un fracaso… vuestro y mío! ¡Miradme, por favor, solo una simple mirada amorosa y me sentiré mejor.
(Adaptación de un texto de Mn. Miquel Ángel Ferrés)