La torre de Babel – Iñigo García Blanco

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¿De dónde vienes? ¿Qué traes contigo?

¿Qué lengua es esa que pronuncian tus labios?

¿Qué credo profesas?

¿En qué escuela te has formado? ¿Quiénes han sido tus compañeros de camino? …

Podríamos seguir enunciando preguntas que dejan entrever la extrañeza ante quien se acerca a nosotros y no nos encaja en nuestras respuestas pastorales y educativas cuasi aprendidas unívocamente. Pero lo cierto es que, hoy más que nunca, emerge la diversidad y la vida en sus diferentes expresiones y registros.

Quiero compartiros la imagen y la historia de Babel a modo de metáfora para ahondar y mirar con otros ojos la necesaria diversidad y unidad: ¡Somos diversos en la unidad! ¡Somos juntos!

La historia de Babel (Gn 1,1-9) trata de una narración simbólica y trágica que intenta explicar la ruptura más absoluta y universal: la del género humano. Sostiene la tradición bíblica que hubo un tiempo en que «todo el mundo hablaba el mismo idioma». Sucedió que los habitantes de Babel se persuadieron del beneficio que traería construir una ciudad floreciente y, en su recinto, una torre que llegara hasta el cielo. «De este modo nos haremos famosos y no tendremos que dispersarnos por toda la tierra», se dijeron sus gentes. El cronista considera la dispersión de los pueblos y la diversidad de lenguas una desgracia que la humanidad atrajo hacia sí por un pecado de soberbia y autosuficiencia, semejante al de Edén o al que provocó el diluvio.

El libro del Génesis relata la contrariedad del Señor, cuya voz se escucha en este pensamiento: «Es mejor que bajemos a confundir su idioma, para que no se entiendan entre sí». De ahí que se confundiera el idioma de los habitantes de la tierra y se dispersaran por todo el mundo. El relato concluye con una evaluación etimológica: «Por eso la ciudad se llamó Babel», esto es, «confusión, la confusión de las lenguas».

El relato de Babel pretende exponer, en forma de leyenda popular, la multiplicidad de lenguas que existen en la humanidad, que hacen difícil el entendimiento de las personas. ¡Menudo desafío entenderse… cuando no hablamos el mismo lenguaje (que no lengua)!

¿Qué quieres decir(me)? ¿Cómo puedo entender(te)? ¿Qué supones para mí?

El protagonista de aquella historia (como la nuestra en la actualidad) es la humanidad. Es una, unida y fuerte. Tiene la misma lengua y las mismas palabras (intenciones). Las energías de esta humanidad se centran en querer construir una ciudad con su torre. Es un monumento a su unidad y a su poder. Esta torre afirma la eficacia humana. El colosal proyecto se viene irrealizable porque la lengua, que es factor de unión y de fuerza, se embarulla, los hombres se dividen y cunde la confusión.

¿Qué tipo de comunicación establecemos para (des)encontrarnos?

¿Qué estamos poniendo en juego?

El cronista considera la construcción de esta torre como un intento humano de llegar hasta Dios y símbolo de la loca pretensión humana de rivalizar con él. Se suma, por una parte, el intento humano de defender hasta la locura su autonomía y encerrarse en su torre–ciudad, el ansia de gloria e inmortalidad, su deseo de obtener un nombre. Para el autor bíblico esta iniciativa nace de la ambición humana donde han desaparecido las referencias a los otros y a Dios.

La narración refleja un descarado escepticismo e ironía. Por un lado, la referencia a los materiales utilizados: ladrillos cocidos al fuego y alquitrán –no dejan de ser materiales efímeros para tan grandioso objetivo–; por otro lado, la diferencia entre el lenguaje de los hombres y Dios: mientras el ser humano se dice «vamos a edificar una torre que llegue al cielo…», el Dios-de-la-vida-y-del-encuentro dice «voy a bajar».

Los hombres quieren que su torre-ciudad les sirva para encerrarse en sí mismos y desentenderse de los demás e incluso de lo trascendente, nutriéndose de su propio egoísmo. No se trata de una primera sedentarización sino de una rebelión contra el mandamiento del Señor de «llenar la tierra».

¿Con quién me encuentro y por quién me dejo entrar? ¿Al lado de quién estoy?

¿Qué Dios me mueve? ¿Qué «yo-ego» dejo entrever?

El ser humano confiado a sus propias fuerzas corre el peligro de autodestruirse por su inclinación a romper su condición de criatura. El egoísmo provoca la esterilidad en todos los campos. Si el ser humano no puede entenderse con su prójimo, tampoco se entenderá con Dios y su fin está decidido.

¿Cómo puedo ejercer el ministerio de la ciudadanía y la hospitalidad?

¿De qué manera expresamos la necesidad de aprender a «entendernos»?

¿Cómo podemos profundizar en el significado y expresión de la celebración de la vida, reconociendo y agradeciendo los pequeños detalles?

Ante nosotros, se nos plantea en los itinerarios y procesos personales que acompañamos poner en cuestión la propia cultura (la mirada, la lengua, la creencia). Somos seres relacionales, seres para el encuentro, para en-red(d)arnos, para apreciar la belleza de la diversidad. ¡Juntos y diversos en la unidad!

Podemos redactar una lista nueva de aprendizajes que contrasta con las tonalidades, los acentos, las claves de lectura e interpretación, los relatos, los rostros. No se trata de dejar a un lado los significados, sino de resignificarlos e incorporarlos en la vivencia cotidiana y compartida.

Los seres humanos nos hallamos juntos, existimos juntos. Podemos vivir unos contra otros, o de espaldas a los otros, ignorándonos, o podemos vivir en relación, en apertura; se puede acoger a los otros, ofrecerse, sentirse próximo a ellos, es decir, convivir con los otros. El encuentro con el otro lleva a (re)conocer, acoger, incluir, tomar en consideración, compartir y dialogar.

Acepta las sorpresas que trastocan tus planes, derrumban tus sueños, dan rumbo totalmente diverso a tu día y, quién sabe, tu vida. Da libertad al Padre, para que Él aún conduzca la trama de tus días (Helder Câmara).

 

 

¡Somos diversos en la unidad! ¡Somos juntos!

El encuentro con el otro lleva a (re)conocer, acoger, incluir, tomar en consideración, compartir y dialogar

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