ATENTOS, SEMBRADORES, QUE JESÚS RESPONDE. PARÁBOLAS DE SEMILLAS Y ANUNCIO DEL EVANGELIO – Chema Pérez-Soba

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Chema Pérez-Soba

chema.perez@cardenalcisneros.es

Es cierto que vivimos una época que no es fácil para la evangelización. Más que enfrentarnos a una oposición directa a la propuesta del Evangelio, nos sentimos rodeados de una indiferencia al mensaje cristiano y religioso en general que nos desconcierta. Nos sentimos no pocas veces clamando en el desierto, sin que nadie escuche nuestra voz. Y, como decía Juan Martín Velasco, de tanto predicar en el desierto, corremos el riesgo de que el desierto se nos meta dentro. La indiferencia misma nos puede desesperanzar, de manera que, poco a poco, silenciosamente, acabemos en sus filas.

No es el mismo contexto, pero también a Jesús le preguntaron los primeros discípulos por sus problemas en la propuesta del Reino. Y Jesús, como buen maestro judío, les respondía de manera sabia, con parábolas, con ejemplos de la vida cotidiana que ayudaran a comprender qué es el Reino y cómo podemos desarrollar nuestra misión evangelizadora de acuerdo con él.

Las parábolas siempre tienen detrás una pregunta

Esto es importante: las parábolas siempre tienen detrás una pregunta. Es el modo de pensar judío tradicional. El maestro se presta a responder las cuestiones de la gente, más que a dar discursos u homilías según se le ocurren. Un rabino está para atender a su gente y responder sus cuestiones desde la Ley. Así, de hecho, se aprende en las escuelas rabínicas, a través de preguntas y respuestas. No es extraño, entonces, que los maestros de la Ley preguntaran a Jesús como recogen los evangelios.

Por eso, para comprender las parábolas, es bueno pensar en qué pregunta le hicieron a Jesús, porque, seguro, son también nuestras preguntas.

Podemos hacer este ejercicio con nuestros jóvenes recurriendo, por ejemplo, a las parábolas de las semillas. Jesús, no pocas veces, recurrió al ambiente agrícola de su tiempo para hacerles comprender. El evangelista Marcos recoge varias de estas parábolas y las junta en su capítulo 4. Así, en Mc 4,1-9 se lee la famosa parábola del sembrador:

«Les dijo: “Escuchad: Salió el sembrador a sembrar y, al sembrar, parte de la semilla cayó junto al camino, vinieron las aves y se la comieron. Otra parte cayó en un pedregal, donde no había mucha tierra, y brotó en seguida porque la semilla no tenía profundidad en la tierra; pero al salir el sol la abrasó, y por no tener raíz se secó. Otra cayó entre zarzas; las zarzas crecieron, la ahogaron y no dio fruto. Otra parte cayó en tierra buena y dio fruto lozano y crecido, una treinta, otra sesenta y otra ciento” Y añadió: “¡El que tenga oídos que oiga!”».

¿Cuál es el tema principal? Un sembrador, cómo siembra y los diferentes frutos que nacen de estas semillas. No sabemos el tipo de semilla (como en el caso de la parábola de la mostaza), no hace referencia al tiempo de crecimiento (como en la siguiente parábola que vamos a ver). El texto se centra en el sembrador y en que la siembra no solo depende de él, sino de la tierra previa. ¿Cuál fue la pregunta que mueve a Jesús a contar esta parábola? No parece difícil de imaginar: Jesús, no paramos de anunciar el Reino, que es la Buena Noticia que cambia la vida entera: ya ha llegado el cielo, la plenitud. Y nos hacen más bien poco caso. Estamos descorazonados. Y Jesús les da la clave para vivir esa desazón (suya y nuestra): Un sembrador siembra y punto. Y dependiendo de la tierra (no de él) a veces no da fruto la semilla, otras veces sí pero poco (treinta) y otras mucho (sesenta o ciento). El sembrador asume que es así la cosecha, que lo que no puede dejar de hacer es dejar de sembrar, porque entonces sí que no hay cosecha. Evangelizar es salir a sembrar y punto. Y luego está la tierra y la acogida de lo que sucede, si mal, mal y si bien, bien… y cada semilla dará lo que pueda. Tú sal a sembrar (y, si puedes, prepara la tierra).

Evangelizar es salir a sembrar y punto

Y continúan las preguntas: Jesús, no te creas que asumen el proyecto del Reino y se convierten. No pocos siguen como si nada, o solo cambian un poco de vida. ¡Es muy desesperante!

«También les dijo: “El reino de Dios es como un hombre que echa una semilla en la tierra. Lo mismo si está dormido como si está despierto, si es de noche como si es de día, la semilla, sin que él sepa cómo, germina y crece. La tierra por sí misma da el fruto: primero la hierba, luego la espiga, después el grano gordo en la espiga. Y cuando el fruto está maduro, el hombre echa la hoz porque es el tiempo de la cosecha”» (Mc 4,26-29).

Ahora el texto ya no se centra en el sembrador ni en si da mucho o poco fruto. Se centra en el tiempo de crecimiento y en que ese tiempo no depende del sembrador, sino del ritmo de la planta. Cambia el mensaje: estamos hablando de vidas, de personas. Todo tiene su tiempo y su ritmo. Tú cuida, permanece cerca, da tiempo, riega cuando hay que regar (pero no te pases, que la ahogas) y cada planta tiene su ritmo y sus cuidados. Somos pastoralistas, cuidadores, no fabricantes de tornillos. Las prisas no son el tiempo de Dios.

Pero, y dale a preguntar, no te creas, Jesús, que todos en nuestra comunidad son muy buenos, que hay cada uno… habría que echarlos y quedarnos los de verdad, los puros. ¿Te parece que hagamos limpieza? Así, sí evangelizaríamos.

«Otra parábola les propuso, diciendo: “El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró encima cizaña entre el trigo, y se fue. Cuando brotó la hierba y produjo fruto, apareció entonces también la cizaña. Los siervos del amo se acercaron a decirle: ´Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?´. Él les contestó: ´Algún enemigo ha hecho esto´. Dícenle los siervos: ´¿Quieres, pues, que vayamos a recogerla?´. Les dice: ´No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo. Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero´”» (Mt 13,24-30).

Más semillas y más campo. Pero cambia de nuevo el foco. Ahora está en que conviven semilla buena y mala y la clave está en si cortamos por lo sano o no, que es nuestra tendencia. La respuesta es clara: ¿Y quién eres tú para juzgar? Una cosa es pedir seriedad (por su mismo bien) y otra pedir perfección (que no hay otra sino el amor). Dios ya sabe lo que hay en nuestros corazones. En la Iglesia, insiste Francisco, cabemos todos. Y con cuidado, a ver si va a resultar que el que eres cizaña eres tú.

Todo tiene su tiempo y su ritmo

Así pues, siembra, acompaña, acoge… no es mal plan para evitar el desierto y para sentirse parte de la pequeña red de oasis que hacen que el desierto, al final, esté también lleno de vida.