¡SÉ CUIDÁNDOTE!
Óscar Alonso
El cuidado integral de los jóvenes en este regreso a la normalidad
Uno mira a cualquier lugar y se encuentra con situaciones inverosímiles y con realidades que cohabitan sin problema en estos tiempos pandémicos, post pandémicos o pre siguiente ola: unos a favor de las mascarillas, otros a favor de no volver nunca más a llevarlas; unos a favor de la vacunación, otros rotundamente en contra de ser vacunados; unos afirmando que esto no ha pasado y que hay que estar alerta, otros vendiendo una normalidad casi absoluta con tal de salvaguardar lo suyo; unos dando datos, tirando de estadística y de informes, otros hablando de oídas, suponiendo cosas basadas en que alguien en algún sitio ha oído a otro decir que quizás lo más probable sea que… Este es nuestro momento.
Y, en medio de tanta información y de tanta suposición y opinión, nuestros jóvenes intentan salir y seguir adelante, poniéndose el mundo por montera y queriendo retomar la normalidad anterior a la pandemia, salvaguardar lo posible de lo que hubo en aquella normalidad, tejiendo una nueva normalidad y en ella buscar su lugar, o incluso crear una nueva normalidad fruto de la mezcla de cosas de antes y de lo que ahora toca. No son tiempos fáciles para ser, pero quizás sí sean tiempos fecundos para ser cuidándose.
Nuestros jóvenes intentan salir y seguir adelante
Toda la pastoral, y en particular la pastoral juvenil y todo el universo que la compone (grupos, encuentros, reuniones, espacios, celebraciones, salidas, convivencias, peregrinaciones, formaciones, retiros, voluntariado…), se ha visto tremendamente zarandeada por este tiempo en el que estamos. Toda la pastoral juvenil, presencial por naturaleza, de relaciones, de vínculos, de encuentros y de rostros cercanos, se ha visto desprovista de sus herramientas más potentes. La vida comunitaria se ha empobrecido mucho y el regreso a la normalidad está costando porque, además de lo que ya conocemos que estamos viviendo, aparece esa constante en los seres humanos que es acomodarnos a lo que llega y seguir adelante. En muchas comunidades cristianas nos está costando mucho retomar dinámicas y rutinas pastorales anteriores a la pandemia.
Poco a poco la vida de los grupos y las comunidades está volviendo a coger ritmo
Y aun así hay que reconocer que poco a poco la vida de los grupos y las comunidades está volviendo a coger ritmo y, aunque con más miedo que vergüenza, estamos comenzando a retomar actividades, propuestas e iniciativas. Nos estamos aventurando a programar el verano y el próximo curso. Y en todo surge siempre una idea de fondo: debemos acompañar a los jóvenes, debemos aprovechar la coyuntura para hablar más del cuidar, del cuidado y del cuidarse. Debemos seguir trabajando con los jóvenes para que sean (proyecto de vida desde el Evangelio) y lo hagan cuidándose (atendiendo a todas sus dimensiones, de forma integral e integrada).
Porque no podemos perder de vista un dato: los jóvenes, como el resto de la población, están intentando este regreso a la normalidad del que tanto se habla y, en muchos casos, se está haciendo sin afrontar, discernir, tratar y acompañar debidamente todo cuanto han vivido y experimentado, y que sabemos que ha tenido un serio impacto también en el mundo juvenil. Tener más años por delante, gozar de buena salud, contar con fuerzas y ganas no quita que las situaciones vividas estos años no hayan dejado heridas que deben tratarse y cuya curación debe hacerse si no queremos practicar una especie de huida hacia adelante que, más pronto o más tarde, pasará factura.
Los datos del impacto de la COVID-19 en la población juvenil no dejan lugar a dudas. Todos los estudios realizados hasta la fecha por diferentes instituciones internacionales revelan que el impacto de la pandemia en los jóvenes es sistemático, profundo y desproporcionado, siendo este particularmente duro para las mujeres jóvenes, los jóvenes de menor edad y los jóvenes que viven en países de ingresos más bajos. Además, la crisis de la COVID-19 ha tenido un importante impacto en la salud mental de los jóvenes ligado a situaciones personales, familiares, laborales, profesionales, sociales…
Está claro que la pastoral juvenil debe apostar por el cuidado integral de los jóvenes en este regreso a la normalidad o a la situación en la que estamos o vamos a estar porque, al final, la normalidad termina siendo lo que toca vivir en cada momento y no se puede regresar a una normalidad anterior porque las circunstancias varían y ya no es posible. Eso, por supuesto, no quiere decir que tengamos que contentarnos con lo que en cada momento nos toca vivir, pero sí estar preparados para recrearlo todo.
Es ahí donde debemos cuidar de manera especial lo emocional, los sentimientos, los afectos… en la pastoral juvenil. Dejar pasar esta oportunidad sería un grave error. Las preguntas son: ¿Quién se ocupa del corazón de los más jóvenes? ¿Quiénes estamos preparados para acompañar sin molestar, de modo profesional, desde la dinámica posibilitadora del Evangelio? ¿Qué lugar ocupan las emociones en la experiencia personal y comunitaria de la fe?
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Los jóvenes necesitan que les apoyemos, formemos y acompañemos
Los jóvenes necesitan que les apoyemos, formemos y acompañemos para conocer todas las emociones y sentimientos que tienen, de modo que vayan madurando su conciencia emocional y su equilibrio afectivo. La fe, la experiencia profunda de un creyente, tiene mucho de emociones y de sentimientos, pero sobrepasa con creces ambas cosas. Y, en ocasiones, es difícil separarlas. Ayudar a los jóvenes a trabajar en su autoconocimiento emocional es, especialmente en este momento, un servicio que debemos darles y que les acarreará grandes beneficios, ya que no saber qué emociones o sentimientos experimentamos es un impedimento para gestionarlos de la manera más adecuada.
Es importante que las propuestas de pastoral juvenil que pongamos en marcha o que estemos acompañando dejen espacio al trabajo emocional y al discernimiento. Sin este trabajo corremos el riesgo de movernos siempre en el peligroso nivel de la superficie, en el que muchas veces elegimos vivir, también nuestra fe, desde los sentimientos, lo cual nos lleva a tomar decisiones por intuición, porque «nos sentimos bien», por contagio, «porque otros han decidido eso mismo» o porque creemos que es el momento y el modo perfecto para hacer o dejar de hacer lo que sea. Ayudar a tomar conciencia de que nuestros sentimientos, por lo general, impulsan nuestras reacciones y dirigen nuestros pasos y opciones, es de vital importancia, más en estos tiempos de miedos e incertidumbres, de certezas fugaces y de decisiones que duran apenas el tiempo que nos cuesta tomarlas.
Es momento de trabajar en pastoral juvenil cuidando la fe y las emociones, los sentimientos y la experiencia creyente. Es momento de cuidar. Es el tiempo de promocionar un sano autocuidado que nos lleve más hacia dentro y hacia arriba. Es el tiempo de hablar y fomentar el cuidado de lo comunitario, de lo fraterno, del calor que hace crecer y de vida compartida también desde la fe. Es el tiempo de cuidar a los más vulnerables, a los que por sí solos no pueden, a los que esta pandemia ha dejado tocados o malheridos. Es el tiempo de cuidar el espíritu, de dedicar tiempo y espacio de calidad al trabajo personal, a la oración personal, al diálogo sin intermediarios con el Señor. Es el tiempo de cuidar las relaciones, de fomentar los vínculos, de comprometernos a ser-con-los-otros. Es el tiempo de cuidar nuestra propia fe, nuestra propia historia de fe, nuestro itinerario de crecimiento a la sombra del Evangelio. Es el tiempo de cuidar lo celebrativo, lo lúdico, lo festivo. Es el tiempo de acompañar nuestro ser en construcción sin olvidar lo esencial.
Sigamos apostando por los jóvenes para que sean y lo hagan cuidándose.
Es momento de trabajar en pastoral juvenil cuidando la fe y las emociones, los sentimientos y la experiencia creyente
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