En el camino presinodal se ha puesto de manifiesto la necesidad y el deseo de dialogar entre sujetos que se consideran todos miembros de una misma familia, la familia humana. La diversidad de interlocutores no solo ha enriquecido una cultura del encuentro basada en el diálogo al sumarse una pluralidad de perspectivas, sino que además ha posibilitado formular con acierto hechos que acontecen en la actual cultura juvenil junto a sus valores y contravalores subyacentes. Creyentes y no creyentes, oriundos de los cinco continentes, personas de diferentes clases sociales, gente sencilla y expertos… han intercambiado pareceres sobre el estilo de vida de los jóvenes, el modo propio que tienen de relacionarse entre ellos, con los demás y con Dios, lo que viven, piensan, sienten, celebran.
Pero no solo se ha hablado de los jóvenes. Se ha hablado y mucho de la fecundidad de la tarea evangelizadora de la Iglesia universal en la actualidad, sintonizando con la necesidad de entrar en un proceso decidido de purificación y reforma (EG 30). Esta institución milenaria se ha atrevido a tomarse el pulso y a reconocer abiertamente que solicita una savia nueva que revitalice el anuncio del Evangelio y la transmisión de la fe. En el contexto europeo, esta revitalización conllevará reflexionar uno de los principales desafíos que demandan propuestas de acción, a saber, la «difusa indiferencia relativista» (EG 61) en medio de la cual estamos insertos y que, tal vez, requiere confrontarse con el anhelo de diálogo con el Dios que nos muestra Jesucristo.
Llega a manos de los participantes del Sínodo de Obispos sobre Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional una rica conversación que precisa ser discernida para poder realizar con competencia la inculturación del Evangelio en la cultura juvenil.
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