TONTO DEL PUEBLO (EL) – Joseph Perich

Joseph Perich

Se cuenta que en un pequeño pueblo,  un grupo de personas se divertían con el “tonto” del pueblo, un pobre infeliz de  pocas luces, que vivía gracias a pequeños recados y recibiendo limosnas.

Cada día, algunos hombres lo llamaban al bar donde se reunían, y le daban a escoger entre  dos monedas: una grande, de cincuenta céntimos de euro y otra más pequeña, de un euro. El “tonto” siempre escogía la moneda más grande y de menos valor. Ello era motivo de mofa para todos ellos.

Un día, alguien que observaba al grupo divertirse con aquel inocente hombre, le llamó aparte para preguntarle si todavía no se había dado cuenta de que la moneda más grande valía menos y este le respondió:

Lo sé señor, no soy tan “tonto”…., vale la mitad, pero el día que escoja la otra, el juego se acaba y nunca más ganaré mi moneda.

REFLEXIÓN:

No cuesta mucho encontrar a nuestro alrededor alguna persona a la que le falta «algo», que no es exactamente como las demás. Inconscientemente nos podemos mover con sentimientos de lástima y de superioridad hacia ella, por lo que carece. Pero también nos podemos acercar con compasión (padecer-con), sabiendo que yo también soy vulnerable y que ella me puede superar en muchas facetas.

Ahora recuerdo a Antonio, un chico con esquizofrenia y otras discapacidades. Íbamos de excursión y participamos en la misa de una población turística. Nuestro Antonio se puso en la fila de los que van a comulgar, pero por el camino, gesticulando y con una sonrisa ruidosa, va saludando a derecha ya izquierda. Cuando llegó delante del padre, este lo reprendió ostentosamente: – ¡Ponte «firme», comulgar es cosa sería! Antonio, todo compungido, recibe la Comunión. A la salida vamos a tomar una bebida en la terraza de un bar con todo el grupo. Allí se despachó con el siguiente comentario: -¡Estaba tan contento de poder recibir a Jesús en mi corazón que no podía contener la alegría! Yo no le dije nada al sacerdote porque era un señor mayor y no me conocía.

El coeficiente intelectual de Antonio seguro que estará por debajo de lo «normal» pero la madurez humana que reflejaba su sensata respuesta ya la quisiera ver en aquel sacerdote.

Antonio podría representar a todas aquellas personas que pasan o pasamos temporalmente momentos de precariedad en la salud, en la economía familiar, en las rupturas de relación…

Acercarse a los otros desde sus carencias deshumaniza a quien ayuda y acaba por deshonrar al ayudado.

Estos días, en que Libia, desgraciadamente, sale en las primeras páginas de los periódicos, me llama la atención ver la región «cirenaica», país del que emigró aquel «cireneo» a quien en el primer Viernes Santo obligaron a hacerse cargo de la cruz, camino del calvario. Que con motivo de la Cuaresma-Pascua nos dejemos sentir moralmente «obligados» a hacer de Cirineos para vivir la gratificante relación del ayudador-ayudado.