MARÍA, CASA-MADRE IGLESIA-HOGAR, ESPERANZA NUESTRA Descarga aquí el artículo en PDF
José M.ª Martínez Manero
La película La porta del cielo, de Vittorio De Sica, narra una peregrinación de enfermos al santuario de Nuestra Señora de Loreto. Convertida en parábola, me atrevía a comparar a Jesús con un tren cargado de esperanza (RPJ 571). A modo de red barredera, recoge a la humanidad doliente, aliviando el viaje hacia estación segura. También podía compararse con la constitución Lumen Gentium del Concilio Vaticano II. «Cristo es la luz de los pueblos» es la locomotora/cabeza del documento sobre la Iglesia. Siguen los vagones/capítulos del Pueblo de Dios, que cierra el dedicado a la «Santísima Virgen María». La constitución lee a María en clave «Madre de Dios en el misterio de Cristo y de la Iglesia».
Quiso el Hijo entrar en los raíles de la historia, obediente misionero del Padre, pobre para enriquecernos a todos. Su Espíritu vino a casa de María, que con su «Fiat» obediente posibilitó se hiciera historia naciendo de mujer. «Obedeciendo, se convirtió en causa de salvación para sí misma y para todo el género humano» (san Ireneo). El mismo Señor funda la Iglesia como cuerpo suyo, por medio de la «Madre de Dios Hijo». Ella precede, como signo de esperanza cierta, al Pueblo de Dios llamado también a cooperar «concibiendo, engendrando, alimentando, ofreciendo, padeciendo con su Hijo», que sigue suscitando diversas clases de cooperación. La Madre de Dios es tipo de la Iglesia. Pide el Concilio supliquemos a la Madre de Dios y nuestra que interceda ante su Hijo hasta que todos los pueblos se reúnan en un solo Pueblo de Dios, para gloria de la Santísima Trinidad.
Son las raíces que nos posibilitan mirar a la Iglesia con esperanza. Nace del profundo misterio de comunión que la cabeza ha querido establecer con su cuerpo. La unión con la Trinidad a través de quien es fuente y culmen de todo el género humano alcanza profundidades inimaginables. Una fraternidad que conecta con la misma corriente de vida que une a la Trinidad familia. Pueblo de Dios misionero con el Hijo «en pobreza y persecución» nacidas de su palabra aceptada, meditada y predicada. Él, Camino sinodal con el Padre y el Espíritu, ha querido asociarnos a su misión. No hay otro camino.
El Pueblo de Dios en su Casa de Loreto
Es la meta de la peregrinación del tren blanco cargado de enfermos que narra la película La porta del cielo. Buscan con razón el necesario milagro acudiendo a su Madre. Porque «existen milagros todos los días; algunos no lo creen, pero es verdad», diría un experto en ciencias de la vida, Forrest Gump. Un ingenuo, incluso tonto, para muchos. Pero a él le salen las cuentas que de verdad importan. Se convierte en casa para Jenny, Buba, el teniente Dan y el pequeño Forrest… Dios se revela a los sencillos. Así aconteció en casa de María, lugar profano del Anuncio y Encarnación. Allí María, convertida en Casa de la Palabra, empieza a ser cristiana por un encuentro personal con la Palabra de Dios, que da un horizonte insospechado a su vida. Casa misionera enviada a los caminos como Custodia viviente de la que irán brotando las maravillas que canta el Magníficat, empezando por la peregrinación a casa de Isabel.
Loreto significa lugar de laurel, símbolo de lo perenne y buen sabor. Nacemos todos con hambre y sed de comida que nos llene de salud con sabor a salvación; y recibir la corona que no se marchita. Salir de las tinieblas a la luz. Es verdadera maravilla ver, cuando el tren de enfermos llega a destino, que al grito del ciego: ¡Loreto!, inmediatamente la Custodia ocupe en primerísimo plano toda la pantalla. «Muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre». Esa es María, esa su misión. Se refleja en «tres marías», rostro femenino de la Iglesia, que durante el viaje han ido respondiendo como el Señor a la pregunta que se hace en el libro de Isaías: «¿Puede una madre olvidarse… no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvidara yo no te olvidaré». Las tres llevan tatuadas en sus palmas, con acogida afectiva y efectiva, vidas engendradas en el amor amistad. La primera, María, se ha convertido en jovial casa joven para el niño en silla de ruedas, un estorbo en su casa y finalmente abandonado. La segunda, Filomena (Amada), es bíblico ejemplo de cómo siendo vieja se pueden concebir y dar vida de nuevo a cuatro hijos huérfanos, porque para Dios no hay nada imposible. La tercera es una anónima joven novata voluntaria para ayudar en el tren con los enfermos, imagen de toda una legión de jóvenes voluntarios. Engendra, sin concurso de varón, desbordando reglamentos con la sola fuerza del Espíritu, a un joven pianista, mayor que ella, con una mano paralizada y todo él agarrotado por el miedo «después de haber llamado a todas las puertas… se llega a la última» (su madre). «Haría falta un milagro». «También es milagro recuperar la paz, la fe». Y vuelve a cumplirse lo que está escrito: «El amor perfecto destierra el miedo». En la Casa de María, lugar de escucha y diálogo profundo, se curan todas las heridas de todo tiempo. No cabe el miedo: «No temas, María», y los que habitáis con ella.
El papa Francisco en Loreto
Peregrinó a la Casa de la Virgen en la fiesta de la Anunciación de 2019 para firmar Christus Vivit, exhortación postsinodal dedicada a los jóvenes. Día de la vocación de María, habló de su dinámica: escucha, discernimiento, decisión. Y una palabra obligada: «La Casa de María es la casa de la familia y la casa de los enfermos de cuerpo y espíritu; acogidos por la Madre de misericordia para todos». En su primer viaje después de la pandemia (2021) a Irak, llevó consigo una imagen de la Virgen de Loreto. Y su escudo episcopal es su carnet espiritual. Figuraba en su ataúd. El monograma IHS, con cruz y tres clavos, enmarcado todo en un radiante sol de justicia; debajo, una estrella, María, Madre de Cristo y de la Iglesia, y una flor de nardo, san José, Patrono de la Iglesia Universal; con la leyenda Miserando atque eligendo, en referencia al día de su vocación (san Mateo).