BELLEZA INENARRABLE – M.ª Ángeles López Romero

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M.ª Ángeles López Romero

http://@Papasblandiblup

El periodista se permitió preguntar a la famosa actriz cómo había llegado tan lejos sin ser guapa. 

Lo contaba en una entrevista Itziar Miranda, conocida de todos por su entrañable papel de Manolita en las series de televisión Amar en tiempos revueltos y Amar es para siempre. Una mujer hermosa por dentro y por fuera a la que tengo la fortuna de conocer en persona.

Itziar no es solo actriz y presentadora de televisión, sino también escritora de literatura infantil y juvenil comprometida con la divulgación de las mujeres que han contribuido a la historia de la humanidad, pero cuyas aportaciones han sido silenciadas u olvidadas. Es también una mujer comprometida con la educación, que apuesta, más allá de su responsabilidad en la crianza de sus hijas, por una educación inclusiva que garantice la igualdad de oportunidades para todos los niños y niñas. Y esos compromisos vitales los realiza desde la amabilidad y la simpatía, que no es poco decir en estos tiempos de ceños fruncidos y malas caras. Alguien podría replicar: muy bien. Itziar es todas esas cosas y mucho más. Pero eso no significa que sea guapa. Y ahí precisamente es donde está el problema. 

Nos empeñamos como sociedad en establecer un canon de belleza, específicamente sobre las mujeres, y arrasamos con todo lo que no nos parezca normativo según ese estricto criterio. Y, además, a las mujeres, se nos echa en cara públicamente y con grosería. Como si fuera nuestra obligación desde que nacemos ceñirnos al canon cual mano que se enfunda un guante a su medida. ¿Pero quién puede arrogarse el discernimiento sobre lo que es bello? ¿Quién se atreve a descartar lo que no se parezca? 

Probablemente uno de los mayores problemas a los que se enfrente esta sociedad nuestra y específicamente la generación Z es, aunque no aparezca destacado en los medios de comunicación ni sea tema de tertulia en las sobremesas, nuestra progresiva incapacidad para descubrir, contemplar y agradecer la belleza que este mundo nos regala cada día. No la que dicta Instagram como correcta y todos nos apresuramos a fotografiar, sino aquella inasible e inenarrable que nos habla de la condición humana y su extraordinaria capacidad de trascendencia. La que se encuentra en las ruinas de un templo griego a la orilla del mar jónico y en esa niña enferma de cáncer que ha vuelto a sonreír. En la vulnerabilidad y la imperfección. En la duda y el cambio. 

No, la belleza no es imperturbable: no se aloja en exclusiva en unas medidas y una franja de edad. La arruga también es bella, como lo es la capacidad de discrepar. Quienes tratamos con las personas más jóvenes de nuestra sociedad tenemos la responsabilidad de enseñarles a ver y valorar esa belleza que inunda el mundo, aunque no reciba likes. Enseñarles a descubrirla tanto fuera como dentro, en lo más íntimo de uno mismo y de los demás. Y, lo que es más importante, a generarla.

Yo, estos días, de hecho, aguardo a que el aliento de la Santa Ruaj ilumine a los poderosos que tienen la posibilidad de parar de una vez por todas la guerra de Gaza, la guerra de Ucrania, la de Yemen y tantas otras que asolan el mundo dejando un rastro de fealdad. Pero aun en ellas, cada día, se producen destellos de belleza. Como los esfuerzos para salvar a esa chica enterrada literalmente por la explosión de una bomba israelí en Gaza, a la que varias personas luchan por sacar de allí. Aquella carita rodeada de tierra y escombros, que mantiene la esperanza de ser salvada, y el empeño de quienes a su alrededor siguen retirando la tierra, vale más que el cuadro de cualquier museo. 

Porque nos recuerda que, donde hay seres humanos, la bondad, el cuidado o la creatividad con fines hermosos pueden abrirse paso contra todo pronóstico. Y no hay nada más esperanzador, y hermoso. O, dicho de otro modo, divinamente bello.