Quitar las telarañas que llevamos dentro – Fernando Negro

Fernando Negro

HISTORIA DE LA MARIPOSA QUE CREÍA SER UNA

ARAÑA: Es la historia de una mariposa, cuyo nombre puede ser el tuyo o el mío. Como todas las mariposas, nació de un huevecillo diminuto, casi invisible. Llegada la primavera, de allí salió aquel gusano muy débil y delicado. Como todos los gusanos, comenzó a comer hojas de un árbol muy especial. Cuando ya estaba rellenito y sentía el deseo de comenzar a crear el capullo que todos los gusanos hacen antes de convertirse –como por arte de magia– en mariposa, se dio un paseo por los rincones de unas paredes de piedra en cuyos recovecos había muchas telas de araña.

Encontró un hueco que le gustó y, aprovechando el telar de una tela de araña, se dijo: “Aquí construiré mi capullo”. Dicho y hecho. El gusano, cuyo nombre puede ser el tuyo o el mío, tejió un capullo bien adherido a la tela de araña. Pasó el tiempo que la naturaleza fija para que el gusano se convierta en larva dentro del capullo, y un buen día salió la mariposa.

Al verla salir del capullo, las demás arañas aplaudieron llenas de alegría por tener una hermanita más, aunque se daban cuenta de que aquella araña era diferente: una araña con alas, con un abdomen prominente, con antenas sobre la cabeza… Sin embargo la aceptaron en la manada arácnida, pues trataban de convencerse de que era parte de una nueva especie de araña. Convencieron también a la mariposa de que era efectivamente una araña y de que le estaba prohibido usar las alas para salir de aquel agujero. Después de todo no era más que una araña.

“Soy una araña, y aunque tengo alas, no debo volar. Las arañas permanecemos ocultas todo el día, enredadas en la tela de araña. Éste es nuestro hogar” –se repetía una y mil veces, hasta que se convenció totalmente de que era una araña.

Pasaron los días y sentía ganas de volar, pero… le estaba prohibido. “¡Las arañas no pueden ni deben volar!” Una cosa era cierta: nuestra amiga ‘marip-aña’ –la llamamos así– no sabía quién era, ciertamente no era feliz. Aunque todos en la manada de arácnidos tenían muchos detalles con ella y querían que se sintiera bien, ella anhelaba salir de ese agujero oscuro y no sabía cómo.

Un día soleado, salió al balcón del agujero cuidando de que sus patitas no se enredaran con la tela de araña y de que sus alas no se lastimaran al roce de las piedras que concebían el agujero lúgubre en el que habitaba. ¿Qué ocurrió? Pues que divisó un ser parecido a ella, con unas bellas alas, con un abdomen abultado, llevando granitos de polen amarillo adheridos a sus patitas. Sintió un fuerte impulso de salir afuera para unirse a la danza volante a la que aquella mariposa le invitaba, pero el resto de la manada arácnida, al ver que deseaba ponerse a volar, comenzaron a gritarle: “¡No lo hagas, por Dios!

¡Eres sólo una araña! Recuerda que tienes prohibido volar. Ese animalito que has visto volando es sólo una mariposa que no sabe nada de la vida dura y cruda que nosotras las arañas tenemos en nuestros agujeros. Así que, ahora mismo, ¡métete dentro, y olvídate de tonterías. Sé lo que siempre has sido, y olvídate de soñar despierta!”.

La “marip-aña”, efectivamente, obedeció, aunque sentía una gran frustración. Mientras tanto la memoria de la

mariposa que había visto volar, trabajaba dentro de sí misma y la seguía invitando a hacer lo mismo, volar.

Nuestra amiga “marip-aña” pasó la noche en vela. Se decía: “No puede ser que, siendo una araña, me guste volar. En realidad sé que puedo volar, quiero volar. Pero temo a lo que mis hermanas arañas puedan pensar de mí. Si lo volviera intentar, quizás querrán anestesiarme para que no lo intente más”.

Cansada de tanto discurrir, se puso a dormir, y tuvo un sueño maravilloso. Soñaba que era una mariposa que podía volar, una mariposa que se elevaba con sus alas y divisaba el mundo desde la altura, sin las fronteras frías y oscuras de la caverna donde vivía. Soñó que se juntaba con aquella hermosa mariposa que había sobrevolado su tela el día anterior, y que, juntas, descubrían la belleza de los jardines y prados, absorbiendo el néctar de las flores, impregnándose del polen que los estambres derrochaban a caudales.

Al amanecer, nuestra “marip-aña”, retando a las leyes establecidas por la manada de arañas, se acercó al borde del agujero, desplegó sus alas y, ante la mirada absorta de las arañas que le gritaban y la condenaban por subvertir las normas sagradas, se convirtió definitivamente en lo que realmente era: ¡una mariposa!

Cuando vamos a limpiar un recinto, lo primero que haremos es reconocer que está sucio y necesita una buena limpieza. Ello requiere, además del deseo de limpieza, buscar las herramientas apropiadas, vestirse con el traje apropiado para la tarea, y finalmente ponerse manos a la obra.

Los cambios profundos y duraderos se dan desde dentro. Es ahí donde debemos meternos, reconocer la basura auto destructora que hemos almacenado, y tener la valentía para iniciar el trabajo de un nuevo nacimiento. Limpiar por dentro es volver a nacer. Para ello debemos aprender a pensar distinto acerca de nuestra valía personal.

Si pensando siempre de la misma manera, obtenemos los resultados mediocres de una vida que deja mucho que desear, deberíamos cambiar el chip de nuestro pensamiento, para probar que los frutos pueden ser de mejor calidad. La oración nos lleva siempre a este cambio de mentalidad, a esta nueva auto percepción por medio de la cual, amanece el cambio desde nuestro interior.

Es el reto al que Jesús sometió a Nicodemo cuando sin reparos, le dijo simplemente: “Nicodemo, yo te lo digo; tienes que nacer de nuevo”20.

Hay telarañas almacenadas en los rincones de nuestros pensamientos, sentimientos, actitudes, acciones, motivaciones y hábitos. Hay telarañas que hemos construido nosotros mismos, y otras que hemos heredado por efecto de la genética, el medio social, cultural, educativo o familiar.

En todo caso hemos de tener la valentía de aceptar que somos prisioneros y que estamos encerrados en un mundo que no nos pertenece, porque limita y daña nuestra identidad esencial. Queremos salir, pero no sabemos cómo. La experiencia de Dios en una persona le da las pautas y la energía para hacer este éxodo hacia la libertad. La fe nos ayuda a percibirnos no sólo desde el pasado que nos ha influido, sino desde el futuro y la esperanza de lo que podemos ser.

  • Jn 3, 6-7

La siguiente historia nos puede ayudar para comprender lo que venimos indicando:

En un vecindario donde vivía una familia con cinco hijos, sucedió que, a causa de un accidente, la casa comenzó a arder en llamas. A los gritos de los papás, todos los hijos salieron de inmediato corriendo. Llegados al patio, se dieron cuenta de que faltaba el niño menor, de cuatro años de edad, que dormía en el piso superior. De pronto los padres, desesperados, y ante la imposibilidad de entrar por la puerta en llamas, vieron que el niño estaba asomado a la ventana gritando. El papá se acercó, abrió los brazos y le grito: “Hijo mío, tírate desde arriba, no temas, yo te recojo”. El niño, superando el miedo y el vértigo, se lanzó, y acabó en los brazos de su padre que lo abrazaba y lo besaba.

Si el niño menor no se hubiera atrevido a lanzarse al vacío confiado de que su padre iba a recibirlo en sus brazos, habría quedado preso de las llamas. Salir de una percepción de urgencia, a otra de confianza y toma de riesgo es lo que nos hace crecer. La oración sin protocolos nos ayuda a hacer esta experiencia existencial. Nos abandonamos en las manos de un Dios que nunca nos dejará caer en un vacío sin fondo. El fondo en el que siempre caemos es nada más y nada menos que su corazón. Ahí estamos seguros como lo dice el salmo 130 que ya leímos previamente:

Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros;

no pretendo grandezas que superan mi capacidad;

sino que acallo y modero mis deseos, como un niño en brazos de su madre.

Espere Israel en el Señor ahora y por siempre.

Limpiar el corazón de telarañas es hacer limpieza interior, barrer la suciedad de nuestros prejuicios, nuestros preconceptos acerca de nosotros mismos, de los demás y del mundo como tal. Limpiar el corazón de telarañas es lo mismo que dejarlo libre para ser amado y para amar.

Hay que quitar las telarañas que nos han hecho creer que Dios ha muerto y que incluso nombrarlo está pasado de moda. Fue el psiquiatra Carl Jung (1875-1961) quien insistía, ya hace muchos años, en algo todavía muy actual: la neurosis generalizada de nuestro tiempo es el resultado de la pérdida de una conexión espiritual con nuestro pasado.

Otro psiquiatra, Víctor Frankl (1905-1997), diría lo mismo pero ubicándose en el papel de la fe en cuanto ayuda para encontrar el sentido de la vida que orienta nuestro futuro. El sentido de la vida es la relación con alguien o algo siempre más grande que nosotros mismos, que nos ayuda a salir de nuestras miras estrechas, y pone en armonía todo nuestro ser y hacer. Frankl atribuye muchas de las neurosis y depresiones de nuestro tiempo a la falta de sentido en la que la mayoría de las personas viven hoy.

¡Qué bello es orar, siempre y en todo momento, sin protocolos especiales, como medicina que sana el pasado y energiza nuestro futuro al señalarnos que el Dios de Jesús de Nazaret es nuestro sentido de vida definitivo!

ORACION PIDIENDO LA LIBERACIÓN DE MIS TELARAÑAS

Líbrame, Dios mío, de caer en la mentalidad De esta sociedad consumista.

Líbrame del deseo insaciable

De querer tener más a toda costa. Líbrame del estrés

Y concédeme la alegría sin precio

De sentirme a gusto conmigo mismo. Que nada embote ni oscurezca mi mente Ni manche la libertad de mi corazón.

Es a Ti a quien busco, Señor. Busco tu rostro.

No me escondas tu rostro de Padre. Día y noche vivo como un robot

A quien han programado.

Siento que soy un barco a la deriva, Una hermosa fotografía hecha añicos.

Restáurame, que brille tu rostro y me salve. Tengo nostalgia de mi infancia

Cuando mis ojos de niño

Miraban todo con la Paz de los ángeles, Y mis manos no buscaban poseer,

Sino tocar y construir. Mis labios sonreían.

…Pero ahora sollozo hasta el amanecer. Y no solamente yo, Señor.

Cuando camino en la ciudad

Y veo la gente en los autobuses Asoman las caras en el cristal Como muertos sin sonrisa, Llevados a una exposición.

¡Señor, ten piedad de esta generación, De la mía, Señor!

Cantaré al Señor por siempre. Él me libera

Y me hace subir a su monte

Donde abundan la alegría y la libertad. Él viste mi corazón de fiesta

Y lo enternece con su compasión. Prometo que seré

Vigía en la noche de mí mismo,

Centinela en la oscuridad de mi generación. Cantaré al Señor

Y aceleraré el Amanecer Del Nuevo Día prometido. El Señor que me ama

Ha puesto una Buena Noticia A la puerta de mi boca

Para que los pobres sean

-como siempre han sido- Los preferidos de Dios.