¿Y SI TE PINCHAN EL GLOBO? – Almudena Colorado

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Almudena Colorado

almucoles74@hotmail.com

En un encuentro de formación nos hicieron una dinámica muy interesante. En primer lugar, nos dieron un trozo de hilo de lana y un globo vacío. Teníamos que llenar el globo y luego amarrarlo al tobillo con la lana. Una vez hecho esto, había que imaginar que el globo era nuestro sueño más preciado y teníamos que ir por la sala moviéndonos y arrastrándolo con nosotros mientras íbamos explotando los globos de los demás. Una cosa teníamos que evitar: que nos explotaran el nuestro, porque, no olvidemos, el nuestro representaba nuestro sueño, y a este había que protegerlo frente a todo y todos. Ese era el juego. Corríamos de un lado al otro de la sala, esquivando pisotones, gritando como locos y yendo detrás de los demás para aniquilar sus globos. ¿Y qué pasaba si te explotaban el tuyo? Pues nada, quedabas eliminado y te dedicabas a ver cómo los que quedaban se dedicaban a explotar los sueños de los demás salvaguardando celosamente los suyos propios.

Decía san Pedro Poveda: «Tenemos mucha fe, mucha esperanza y no dejamos de soñar, y hasta realizamos algunos sueños». Eso está muy bien y es muy necesario, pero, ojo con esto de soñar, pues hay quien piensa que tener un sueño y desearlo con todas tus fuerzas ya es suficiente como para que se cumpla (por aquello de que se alinean los planetas y los chakras, y el universo entero deja de hacer lo que sea que esté haciendo para poner toda su energía positiva en ti). 

En toda esa fantasía en la que nos metemos cuando soñamos, es preciso no perder de vista que, aunque peleemos por ese sueño con uñas y dientes, puede ser que, finalmente, no se cumpla…o no como quisiéramos que se cumpliera. Como en el juego de los globos, que vas tú de acá para allá protegiendo tu globo y, de repente, otro que anda igual con el suyo, va y te lo explota, quedándote con un triste resto de globo unido al hilo de lana, saliendo del barullo de personas que aún mantienen su globo porque has sido eliminado.

A estas alturas, supongo que estaréis pensando que qué mal rollo os está dando este artículo. Noooo, aguantad un poquito más, dejad que me explique y veréis que ni soy una aguafiestas ni pretendo dar un mal día a nadie. 

Creo firmemente en que en la vida hay que tener un sueño. ¿A dónde vamos sin los sueños? Seríamos como flores mustias o seres mecánicos que van conformando una vida sin aspiraciones. Soñar nos conecta con nuestra capacidad para vencer la rutina, superarnos y completarnos. Todo sueño, por pequeño que sea, nos pellizca por dentro, insufla la vida y nos hace ponernos en marcha. Sin embargo, si digo que no se debe renunciar a tener un sueño, también digo que sin esperanza no vamos a ninguna parte.

El sueño impulsa, activa la creatividad y te pone en funcionamiento. Pero la esperanza va más allá: sostiene; te invita a la paciencia, a la laboriosidad silenciosa y a la espera activa. Mientras que el sueño quiere un «ya» y se apoya en la confianza en uno mismo, la esperanza quiere un «espera en el Señor», porque tu confianza está puesta en Él. Y eso indica que estás abierto/a a la posibilidad de que Dios quiera hacer realidad en tu persona el sueño que tiene para ti. Y a lo mejor no coincidís en los sueños, pero te dejas en sus manos, pues es más la confianza que tienes en sus planes que en los tuyos propios. Eso es para mí la esperanza: el fruto del diálogo entre tú y el Padre. Es algo que podría definirse con esta frase del Evangelio: «Buscad ante todo el Reino de Dios y lo que es propio de él, y Dios os dará lo demás».

A todo esto, me gustaría añadir algo más: el sueño puede apagarse (sí, vuelvo a las andadas del principio del artículo, de nuevo os pido un poco de paciencia). Decía que el sueño puede apagarse, sin embargo, la esperanza, bien entendida y vivida, permanece encendida en la oscuridad. He aquí el quid de la cuestión. Y esto es lo que, a mi parecer, necesitan saber nuestros jóvenes. 

Como profesora, he oído mucho aquello de «quiero estudiar X, no me da la nota, y es eso o nada». No solo se lo he oído a los jóvenes, también a muchas de sus familias. Y estas han venido una y otra vez a hablar y pedir por favor que ayudemos a su hijo o hija en ese propósito, porque no podrán soportar (ni sus hijos ni ellos) que ese deseo no se cumpla. No podemos ponérselo difícil, no podemos dejarlos solos ante la posibilidad del fracaso. Y es cierto: un sueño no cumplido es un corazón roto. Pero ahí está nuestro reto como padres, tutores, educadores y/o agentes de pastoral: enseñarles a que la frustración no es el final. Es más, podría incluso convertirse en una aliada.

Decía santa Teresa que «Dios hace de la necesidad, virtud», y en este párrafo de Las Moradas en el que escribe esto habla de cómo Jesús curó a un ciego de su ceguera untándole barro en los ojos. Hay que pasar por el barro para sanar. Los fracasos que nos hacen perder de vista el horizonte pueden ser ocasión de aprendizaje. Y es que, mientras el sueño te descubre la fuerza que puede haber en ti, el fracaso te enseña tu debilidad. Y, o conviertes eso en una amargura permanente o, después de llorar un ratito (que está bien desahogarse), haces de esa ocasión una oportunidad de aprendizaje, sacas punta a tu creatividad, tomas perspectiva, te levantas y sigues adelante con tus luchas, poniéndote siempre en manos de Dios. Sí, en manos de Dios. Él sabe qué hacer con tus lágrimas, tus esfuerzos, tus peleas con la vida y tus tropezones. En Dios está la respuesta, en Él ponemos nuestra esperanza. 

Hay que educar a nuestros chicos y chicas en la tolerancia al fracaso, en no asustarse cuando el sueño no se cumple y, sobre todo, en la importancia de la esperanza. Tenemos que enseñarles que cada uno va por ahí con su propio globo, correteando de acá para allá en la vida, y hay quien te pincha el globo y tienes que dejar de jugar (por un ratito), hay veces que el globo se te pincha solo (ahí también te toca abandonar el juego), y hay veces que consigues proteger tu globo después de ir enfrentándolo todo, dejándote la piel para que se mantenga intacto. Pero es bueno saber una cosa. Puede que suene cursi, pero la vida es una especie de enorme quiosco lleno de globos de todos los colores. Puedes quedarte pensando en el que se te pinchó, o puedes aprender del juego, coger otro globo y volver a empezar. Yo creo que Jesús era más de este tipo. Por eso la cruz no pudo con Él. Lo suyo fue ir más allá del sueño. Fue esperar en el Padre.