XIV domingo ciclo a: Cansados y agobiados – Iñaki Otano

Un dicho anónimo expresa este deseo: “Quiéreme cuando menos lo merezca, porque será cuando más lo necesite”.

            Así es Dios: no se inclina más hacia el más virtuoso sino hacia el más necesitado. Concreta su amor a los más pobres en las actitudes de Jesús, que acoge a los cansados y agobiados: a los que se encuentran en la situación del pobre Lázaro, a los ciegos, sordos, leprosos, paralíticos y lisiados, a los que se consideran totalmente poseídos por el mal, a la viuda que no tiene quien le defienda y a la que no tiene más que dos insignificantes monedas para entregar en el templo, a la pecadora que no encuentra comprensión.

Un estigma que marcaba como maldito sin remedio era el de ser tenido como endemoniado. Pues bien, a los vistos como endemoniados, Jesús los libera considerándolos como hijos muy amados de Dios. “Jesús desdemoniza al ser humano y al mundo, libera a la persona de tabúes y temores, con sus actos viene a decir que el ser humano no está sujeto a ningún poder que sea superior al poder de la ternura de Dios” (F. Javier Sáez de Maturana)

            Pero a menudo se dan pobrezas en las que nadie repara pero uno vive intensamente. La situación de Nicodemo, que acude a Jesús a escondidas porque no se soporta ni soporta su propio vacío, es también actual para muchos. Nadie diría que un hombre, que lo tiene todo en el plano económico y social, estuviera angustiado y necesitase ayuda. Y, sin embargo, lanza un S.O.S. acuciante que Jesús entiende muy bien. Es una invitación a pedir auxilio, venciendo un falso pudor o una autosuficiencia engañosa.

            Al mismo tiempo que nos dice que acoge a todos sin excepción y nos invita a confiarle nuestros cansancios y agobios, Jesús nos recomienda con frecuencia tener esa misma actitud de acogida para con los cansados y agobiados que encontramos en el camino. La parábola del buen samaritano, que, a diferencia de los que se creen más importantes que los demás, se inclina a ayudar al hombre apaleado, concluye con un categórico: “haz tú lo mismo”. Igualmente son objeto de una bienaventuranza los que acogen a los pobres que son rechazados por la gente: “Cuando des un banquete, invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos”.

            Según Jesús, la historia y cada uno de los hombres y mujeres seremos juzgados precisamente por nuestra acogida o rechazo hacia los necesitados y marginados: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”.

En aquel tiempo, Jesús exclamó: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo; y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera”.  (Mt 11, 25-30)