XIII DOMINGO CICLO A: Perder la vida para encontrarla – Iñaki Otano

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: “El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará. El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado. El que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo, tendrá paga de justo. El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca a uno de estos pobrecillos, solo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro”.  (Mt 10, 37-42)

 

A veces, para ilustrar cómo debe ser de absoluto nuestro amor a Dios, se pone el ejemplo de Abraham dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac por Dios.

            Pero Dios no quiere sacrificios humanos, no nos exige elegir entre dos amores, como si uno fuese incompatible con el otro. Precisamente, en el caso de Abraham, Dios le hace ver que aquellos sacrificios humanos que practicaban los pueblos de alrededor no le agradaban. Derramar la sangre humana no complace a Dios y nunca será una exigencia suya.

            Igualmente Jesús no nos pone en la tesitura de elegir entre quererle a él y querer al padre, a la madre, al hijo o a la hija. Hay que procurar quererle a él y querer también a los de la propia casa. Querer a Jesús, querer a los cercanos y extender asimismo el amor a los lejanos. En ningún caso despreocuparse de la familia.

            Pero puede suceder que precisamente desear lo mejor a alguien lleva a  exigirle pensando en su bien y en el de los demás. El educador marianista Luis de Lagarde (1833-1884) decía que “haríamos un flaco servicio a la sociedad si le diéramos jóvenes instruidos que no saben sacrificar sus gustos y caprichos a la conciencia y al bien común”. Ser fiel a la conciencia y servir dan sentido a la propia vida. El buen samaritano se realiza más como persona y es más feliz que el que da un rodeo cuando ve a alguien medio muerto en el camino.

            Moderar y controlar las expectativas y necesidades pueden ser dimensiones del verdadero desarrollo, una verdadera liberación. Como decía el chileno Segundo Galilea (1928-2010), el nivel de vida que busquemos no deberá ser “el más cómodo ni el que permite darse más gustos, sino el que mejor ayuda al crecimiento y control de uno mismo, y mejor nos facilita el servicio de los demás”. En ese sentido,  el que pierda la vida la encontrará.

            Quien no se deje vencer por lo inmediato y por un mero afán egoísta, sabrá ver la necesidad del otro y darle de beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca. Es un hecho comprobado que quien vive solo preocupado por acrecentar infinitamente el propio bienestar se hace insensible a la sed del hermano; ni tan siquiera se le ocurre ofrecerle el vaso de agua fresca.

            Jesús habla de quererle a él, de perder la vida por él, de recibir y dar de beber al hermano por ser discípulo de él.. No está levantando muros ni condicionando el desprendimiento y la entrega. El mismo Jesús dirá que “cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”.