“Vosotros seréis mi pueblo” (Jr 30,22) – Javier Alonso

“Vosotros seréis mi pueblo” (Jr 30,22)

Javier Alonso. Sch.P

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A los tres meses de salir de Egipto, Dios llama a Moisés: “Ahora, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra; seréis un reino de sacerdotes y una nación santa” (Ex 19,5-6).

Dios recuerda a los israelitas cómo los sacó de la esclavitud. Ahora, quiere sellar con ellos una alianza perpetua que asegure su supervivencia como nación. Al descender de la montaña, Moisés proclama solemnemente el decálogo, unas prescripciones destinadas a organizar la vida del pueblo y sus relaciones con Dios (Ex 20,1-17). Estos diez mandamientos van acompañados de muchas otras normas de carácter moral y religioso: el código de la alianza (Ex 20,22-23,33).

La Biblia presenta la ley como pedagogía, un camino para alcanzar la vida y ser feliz: “Dichosos los que con vida intachable caminan en la ley del Señor” (Sal 119,1), a fin de mantenerse en su alianza y de avanzar hacia la luz, la paz y la vida. La ley es el camino que conduce a la tierra prometida, a la patria del cielo. En efecto, Israel entiende que la observancia de la ley es la garantía de su identidad como nación, ya que le permite organizarse como pueblo y mantener la tradición cultural. Es la expresión de la voluntad divina que busca el bien y el progreso de la nación: “Si camináis según mis preceptos y guardáis mis mandamientos, poniéndolos en práctica, os enviaré las lluvias a su tiempo, para que la tierra dé sus frutos y el árbol del campo su fruto” (Lv 26,3-4).

El corazón de la alianza es el amor que Dios tiene a Israel, que genera un vínculo fuerte que construye su identidad como un pueblo elegido. La fidelidad a los diez mandamientos crea un nuevo orden cuyo resultado es la vida nueva, anunciada por la promesa de Dios: “Os daré un corazón nuevo y pondré en vosotros un espíritu nuevo: arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y os daré un corazón de carne” (Ez 36,26).

La alianza como modo de vínculo social es la base de la sociedad civil y da lugar a las familias y las comunidades de carácter voluntario. Sin el vínculo del amor, estos grupos no podrían cumplir su función. También la alianza debería estar en la base de todo sistema educativo para que realmente sea generador de una nueva humanidad. No existe verdadera educación si el compromiso del educador no nace de una experiencia de alianza fundamentada en el amor y la compasión; una llamada o inclinación de tipo vocacional que exige la entrega de la propia vida.

Amor, fuerza educadora

En el inicio de una vocación educadora, siempre hay una experiencia personal de encuentro con la realidad de las personas necesitadas de recibir educación. Es una experiencia gozosa que mueve a tomar la decisión de dedicarse a esta tarea con un sentido de entrega y gratuidad. La alianza nos enseña que los vínculos basados en el amor son la fuerza que hace posible que las personas se eduquen; es decir, que crezcan de modo integral. Los educadores han de facilitar que sus alumnos establezcan relaciones vivas con la naturaleza, con los demás y con Dios, pues son esenciales para la construcción de su identidad. Estas relaciones nacen de experiencias significativas que atrapan toda la persona: su inteligencia, sus sentimientos y su voluntad.

La pedagogía del camino ha de facilitar que los alumnos tengan espacios de relación y encuentro donde experimenten la experiencia de ser amados. En este sentido, hay que vincularlos a personas ejemplares, a familias y comunidades vivas con capacidad de acogida y que sean realmente educadoras, a lugares que evoquen la memoria de un pueblo con identidad. Hay que vincularlos con “comunidades de memoria” con una tradición cultural fuerte y, por supuesto, abrirlos a la trascendencia.

A través de estos vínculos, somos parte de una familia, una comunidad, una fe, una nación. Somos parte de la naturaleza y, sobre todo, nos sentimos “hijos de Dios”. El amor es la fuerza misteriosa que hace posible que nos eduquemos a través de los vínculos que hacemos. Promover en los alumnos el sentido de pertenencia a una comunidad es esencial para la construcción de su identidad personal.