Descarga el pdf del artículo RPJ nº539 – Vivir la fe en grupo – Ana Buetas
¡Hola! Soy Anna y soy maestra de Educación Primaria. En mi tiempo libre soy animadora marista de la provincia L’Hermitage y también pertenezco a un grupo de jóvenes. El grupo se formó hace cuatro años y, a lo largo de estos, hemos vivido muchas experiencias y muchos momentos que nos han hecho llegar donde estamos ahora.
Para mí, pertenecer a un grupo de jóvenes maristas va más allá de encontrarse una vez por semana y charlar sobre nuestras experiencias. Un grupo de jóvenes es una oportunidad de crecimiento interpersonal e intrapersonal. Se trata de compartir vida desde lo más profundo e íntimo. Cuando nos encontramos, siempre empezamos expresando cómo nos sentimos en ese momento y cómo nos ha ido la anterior semana. Es un pequeño ejercicio que nos ayuda a crear un clima cálido y de confianza y que nos sitúa para empezar a compartir.
El grupo me ayuda a tener un momento de parada e inflexión y, así, dejar atrás la rutina y pensar en aquello que me mueve por dentro, que me interpela y me hace realmente feliz. También es un momento donde reafirmo mi identidad marista como persona y como miembro del grupo. Durante los encuentros, tengo momentos para reflexionar sobre mis objetivos y mis metas y, además, tengo la suerte de compartirlos con los demás jóvenes.
El hecho de compartir vida también me motiva a ser crítica con la sociedad que nos rodea y ver qué puedo aportar a nivel personal y grupal. Muchas veces hacemos actividades para sensibilizarnos y entender otras realidades que resultan ser más cercanas a nosotros de lo que pensamos. Así pues, como maristas, somos jóvenes comprometidos con las injusticias e intentamos aportar nuestro granito de arena. En ese sentido, pertenecer al grupo me da esperanza y fuerza para construir un mundo mejor.
Las personas del grupo tenemos muchas diferencias entre nosotros y eso es lo que nos enriquece. Poco a poco, hemos ido creando nuestra comunidad donde compartir lo que somos nos facilita ver otros puntos de vista y otras realidades. Hay veces en que dentro del grupo hay distintas opiniones y eso es bueno, porque nos ayuda a entender que no todos pensamos igual ni vemos las cosas desde la misma perspectiva. En estas situaciones, aprendo poco a poco a aceptar los otros puntos de vista y a compartir desde lo que soy y lo que quiero llegar a ser. A nivel personal, me ayuda a mantenerme despierta y estar abierta a conocer aquello que todavía resulta lejano a mí.
Estar en un grupo de jóvenes me ayuda a valorar más las pequeñas cosas del día a día a las que muchas veces no prestamos atención: una buena conversación, un momento de oración, hacer una dinámica o simplemente un momento de silencio y contemplación.
También te plantea el reto de formar parte de un todo, donde no estás tú sola, sino que hay personas que están allí cogiéndote de la mano. Es la seguridad de tener una segunda familia que estará, pase lo que pase. Es bonito ver las dinámicas que el propio grupo va adaptando y ver cómo el grupo va creciendo y evolucionando. También el grupo tiene que ponerse a prueba, como por ejemplo cuando se incorporan nuevas personas o cuando otras terminan su camino dentro de este
Además, he tenido la suerte de conocer más jóvenes maristas a nivel provincial e internacional que viven la misma experiencia desde sus lugares de origen. Esta vivencia me resultó enriquecedora e inspiradora, ya que me hizo ser consciente de que formamos parte de algo mucho más grande. Desde el compartir y hacer grupo a nivel local, creamos entre todos y todas una red grande y extensa de jóvenes comprometidos. El hecho de ver que cada uno desde su realidad puede vivir en clave marista, me emociona y me anima a participar en mi grupo y de las distintas actividades que se proponen desde la pastoral juvenil.
En definitiva, formar parte de un grupo marista es tener una gran oportunidad de mantener el sueño de Marcelino Champagnat vivo y, así, ser una persona más fraterna, solidaria, libre e hija de Dios.