VIVIR COMO CRIATURA – Comunidad Monasterio de la Santísima Trinidad Suesa

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Comunidad Monasterio de la Santísima Trinidad Suesa

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Muchas veces la vida se entiende mirándola hacia atrás. Deseamos encontrar el sentido a lo que vivimos en el instante presente… y nos topamos con un muro, una y otra vez. Pero es en la vida real y no en la mental ni en la ideal donde experimentamos, donde experimento y me relaciono con el Dios de la Vida. Es en la vida cotidiana donde vivimos las grandes transformaciones. Después de un tiempo de camino comunitario, a veces se descubre que no vives en tu centro, que te dejas llevar por las tormentas y las olas de la vida. Es con ayuda, acompañada, cuando puedes ser quien realmente eres, encontrarte habitada por Dios y reconocerlo como el motor de tu vida.

Vivimos insertas en la sociedad de las prisas, de la competitividad, del subir peldaños en la escalera del éxito y, sin darnos cuenta, nos vemos envueltas en relaciones conflictivas, llevadas por la violencia, por las sospechas, por el rencor. Entramos a vivir en el individualismo, la competitividad, la angustia…

¿Conoces ese sentimiento cuando tienes que pelear por todo, porque nadie va a mirar por tu bien, porque eres tú solo, sola, quien se las tiene que arreglar? Tanta lucha produce una sensación de desasosiego, de cansancio, de intranquilidad constante. Como si estuvieras perdiendo la vida en cada respirar, al igual que le sucedía a la mujer con hemorragias en tiempo de Jesús (cf. Mc 5,25-34). Una experiencia de agua estancada, de viento sin sonido, de ceguera, y de culpabilidad por no saber cómo remontar.

Eso que se vive en el día a día, con la gente que te rodea, lo vives también en la relación con Dios: oras a través de enfados, con exigencias, con reproches… De repente descubres que no puedes o no sabes cómo confiar en ese Dios Amor del que te hablan y que nos anuncia la Escritura. 

Hay realidades en nuestra vida que necesitamos colocar con ayuda. A veces la mente puede dificultar nuestro vivir, nuestro relacionarnos, incluso nuestra fe.

Hay realidades en nuestra vida que necesitamos colocar con ayuda

Poco a poco vas descubriendo que el miedo exige que agarremos y acaparemos aquello que necesitamos dejar fluir. Que la apertura a la diferencia en lo que vivimos nos hace un corazón más limpio. Que el reconocerse como criatura, como hija amada de Dios, porque sí, sin merecerlo, sin requisitos previos, te quita pesos y te hace más ligera, al igual que Bartimeo se quitó el manto cuando Jesús le llamó (cf Mc 10,46-52). 

Cuando empiezas a comprender que la persona que tienes al lado, o enfrente, es también hija, hijo de Dios, dejas de verla como alguien con quien competir, a quien juzgar, con quien compararte, porque las dos sois ya amadas. Ese saberte amada te impulsa a amar, sin grandes pretensiones, solo dejando florecer la semilla buena que Dios ha puesto en ti y que te llama a compartir, sabiéndote canal de Dios, reconociéndote como instrumento, buscando cómo ser tú misma, tú mismo, en tu ser genuino, sin maquillaje ni filtros.

Cuando te reconoces como bien hecha, cuando has dejado de verte como defectuosa o continuamente carente, puedes abrirte al agradecimiento en lo sencillo, en lo minúsculo.

En ese vivir agradecida descubres maravillas en la vida que te rodea: en la naturaleza, en la novedad que supone descubrir de verdad a alguien a quien conoces desde hace años, en descubrirte a ti misma… También en destapar la acción de Dios en lo que no brilla, en lo que catalogas como malo o erróneo: comer sobras durante días porque has hecho demasiada comida, la lluvia continua que dura jornadas y jornadas, el olvido que hace quejarse a tu ego abultado, el canto (no siempre afinado) que sale desde lo más profundo…

Ser una misma y ya. Sin juzgar ni dividir la realidad en buena o mala, en luz u oscuridad. ¡Hay tantos matices, tantos colores en los que vivir y de los que disfrutar! Y, cuando estemos en tiempo «feo», que no nos guste, abandonarnos confiadas en el regazo de Dios, como un bebé se calma en brazos de su madre, en el estar «piel con piel». Dejar de querer saberlo todo. Dejar a Dios ser Dios: Amor, Encarnado, Comunión, Trinidad. 

Esa fe que nos moviliza desde esa profundidad a la que no podemos nombrar, que nos llama a traspasar oscuridades sin pelear por eliminarlas, esa profundidad que nos invita a ser. Reconocerte habitada por Dios Amor te ayuda a vivir como criatura, inmersa en la globalidad de la Creación.

Un amigo de la comunidad, al que le gusta mucho la huerta, nos dice que no existen las malas hierbas, sino que hay hierbas que no nos son útiles para un determinado cultivo. ¡Qué bien nos iría vivir sin categorizar en bueno o malo, sino discerniendo, a solas o acompañadas, la bondad, la utilidad, el color, para cada situación de nuestra vida!

Dios Trinidad, que podamos cantar, como el canto de Ixcis: «¡Muéveme, mi Dios, hacia ti! ¡Muéveme, atráeme hacia ti, desde lo profundo!».

Escucha aquí la canción Muéveme: https://www.youtube.com/watch?v=xnxCDAly0wE