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VIVIR A JESÚS EN NUESTRA VIDA DIARIA
Miriam Subirana
Vivir a Jesús requiere de un espacio contemplativo interior que nos permita escuchar y ser sinceros, abriéndonos a lo que el jesuita Franz Jálics denomina nuestro núcleo sano, nuestro ser auténtico. También requiere de un pensamiento, habla y acción apreciativa y armonizada con los principios universales del amor.
En la Biblia hay un episodio relatado en los tres evangelios sinópticos (Mateo, Lucas y Marcos), en el cual Jesús le dice a un joven rico que le siga. Le pide seguir el decálogo de los diez mandamientos y seguirle renunciando a sus bienes y riquezas. El joven se «asusta» porque era muy rico. ¿Cómo podemos aplicar este seguir a Jesús en la vida cotidiana haciéndolo fácil y al mismo tiempo profundo?
Hay dos aspectos fundamentales en este episodio: por un lado, la necesidad del desapego a lo material e incluso inmaterial. ¿Con qué te identificas y a qué te apegas? Nuestra identidad va más allá de las posesiones materiales. Desafortunadamente muchas personas se identifican demasiado con su cuerpo, con su apariencia y sus riquezas. Se obsesionan haciéndose selfies. También nos aferramos a las creencias y a los hábitos. Sin embargo, la esencia de nuestra identidad está en el núcleo sano, el ser amor, paz, y vibrar con todo aquello que nos da vida y es vida.
Nuestra identidad va más allá de las posesiones materiales
Por otro lado, está el decálogo, los mandamientos. Seguir a Jesús es seguir unos principios en la vida diaria con atención. De hecho, cada camino espiritual y religioso ofrece unos principios, mandamientos o disciplinas para ayudar a la persona que busca ser más persona, busca sentido a su ser y hacer, y quiere vivir estados de conciencia más plenos, a mantenerse en el camino, a no desviarse y a seguir la senda beneficiosa para él y para el mundo. Independientemente de las creencias religiosas, existen unos principios universales que cuando los vivimos y respetamos enaltecemos la vida, y cuando nos alejamos de ellos, provocamos tensión, aversión y destrucción.
Algunos principios que nos ayudan a seguir a Jesús son:
Ser conscientes de la interconexión y la interdependencia
La interconexión es ley de vida. Siendo consciente de tu interconexión con todo y con el todo, te das cuenta de que lo que piensas, dices y haces tiene impacto. La mentira tiene impacto. Si escondes y engañas tu interconexión surgen sombras indeseadas. Sé sincero en tus intercambios.
Aprende a protegerte de las malas ondas de los otros y de los entornos tóxicos. Puedes lograrlo comprendiendo al otro, aceptando que eres responsable de tu propia ira, observando, cambiando creencias y mejorando tus respuestas. Asiéntate en tu poder espiritual interior.
Respeto y no-violencia
En la esencia del decálogo está la no-violencia y el respeto a todos los seres vivos. Respeta la vida y respeta la diferencia.
¿Qué te dices a ti mismo? ¿Te tratas forzándote, con desprecio? ¿O te tratas a ti mismo con cariño y amabilidad? A veces encuentro jóvenes y no tan jóvenes, que son muy duros consigo mismos y que se machacan con actitudes que no les benefician ni a ellos ni a sus relaciones. Así que este principio de la no-violencia debemos empezar aplicándolo en nosotros mismos.
Vivir respetándote es no trasgredir tus valores.
Vivir respetando al prójimo es aceptarlo en el momento en que está, sin presionarle para que sea diferente. Es verle con aprecio y respetar sus necesidades y anhelos. Es verle y reconocerle.
Vivir respetando los animales es dejar de torturarlos y no contribuir a que los torturen. Es respetar su hábitat y dejar de destruirlo.
Vivir respetando el planeta es respetar su biodiversidad y sus biorritmos. Es ser generosos y dejar de maltratarlo llevados por nuestra avaricia y codicia.
En el decálogo hebreo se propone el respeto y agradecimiento hacia nuestros progenitores, de quienes procede nuestra vida. Respetarlos es recordar que la vida no es ninguna posesión, sino un don recibido que se transmite de generación en generación.
El respeto es la base del amor y de la libertad.
El respeto es la base del amor y de la libertad
Comparte lo mejor de ti y practica la regla de oro
Compartir lo mejor de ti te facilita vivir con dignidad y autorrespeto. Busca la calidad en las interacciones. Procura no repartir tu «basura» mental y emocional. Recíclala en el silencio, haciendo deporte, en la naturaleza, escribiendo o compartiendo con una buena amiga, un buen amigo o con una mentora o mentor.
Compartiendo lo mejor de ti brillas y tu presencia en el mundo es transformadora. Para que tu presencia brille necesitas tener la capacidad de liberarte de las influencias que te empequeñecen, de las que te apagan; aquellas que disminuyen tu capacidad de amar, de brillar, de darte cuenta, de sentirte libre y de estar en paz. Esas influencias vienen de fuera y también de tu pasado y de tus hábitos. No temas hacer el ridículo. No temas el rechazo ni la incomprensión. Tú sabes por qué haces lo que haces. Hazlo con brillo. Cree en ti y en tus buenos propósitos.
La regla de oro afirma que uno no debe hacer a otros nada que no quiera que los demás le hagan a él. La sabiduría popular lo expresa así: «No hagas a otro lo que no quieras para ti». Haz a los demás lo que en una situación parecida desearías y esperarías de otras personas. Haz lo que sea mejor para el otro si quieres que el otro haga lo mejor para ti.
La clave para compartir lo mejor de ti es la intención. Hemos creado un paradigma fundamentado en la necesidad, en la avaricia y en la conciencia de escasez. Vivimos pensando cómo podemos enriquecernos más, tener más, conseguir más y crecer más. Para cambiar y pasar a un paradigma fundamentado en la entrega, en la generosidad y en la abundancia necesitamos crear y vivir siendo servidores. En vez de preguntarnos ¿cómo puedo hacerme más rico, más poderoso y tener más? quizás debemos cambiar la pregunta y plantearnos: ¿qué es lo que el otro necesita? ¿Qué es lo que la vida y Dios quieren de mí?
La pregunta que puedes plantearte para cambiar del quiero y necesito al entrego y comparto es: ¿cómo puedo ayudar?, ¿qué contribución puedo hacer?, ¿qué cambio significativo puedo aportar? La intención de servir y contribuir revelará y clarificará cuál es la necesidad y qué puedes aportar. Tu corazón se volverá más generoso. Tu mente ampliará fronteras. Tu visión cruzará horizontes. Te darás cuenta de que, al servir y contribuir, tu vida adquiere un sentido más pleno.
Al servir y contribuir, tu vida adquiere un sentido más pleno
Aprecia
La vida tiene mucho más sentido cuando la vivimos apreciando, en vez de quejándonos y refunfuñando. Apreciar es valorar, es el acto de reconocer lo mejor en las personas y en el mundo que nos rodea. Cuando apreciamos descubrimos lo mejor de lo que es y nos abrimos a ver lo que podría ser. Apreciando nos abrimos y sentimos asombro y curiosidad. Una actitud apreciativa incrementa la capacidad generativa y de influir en las personas, y con ello se multiplica su habilidad para provocar cambios saludables.
Cuando nos apreciamos a nosotros mismos, fortalecemos nuestra autoestima. Al descubrir y valorar lo mejor de lo que tenemos nos proveemos de recursos para afrontar la vida. Cuando este descubrimiento es sincero sentimos una conexión emocional con nuestras fortalezas y capacidades. Se despiertan en nosotros emociones positivas, como el respeto por uno mismo, la alegría, la esperanza y la inspiración, entre otras. Nos abrimos al aprendizaje. Gracias a la autoconfianza nos atrevemos a asumir riesgos.
Cuando apreciar al otro se convierte en un hábito y en una actitud vital, incrementamos la calidad de nuestras relaciones y contribuimos a que se manifieste lo mejor de las personas.
Cuando apreciamos, cambiamos el cauce de nuestros ríos de emociones negativas, definimos nuevas ubicaciones y cauces que incrementan nuestras emociones positivas. Al apreciar, iluminamos y hacemos brillar lo mejor y valioso.
Acepta
Acoge lo mejor de lo que es y desde ahí acepta lo peor de lo que es. No lo hagas al revés. Si te asientas en lo peor, te desmotivas y pierdes confianza.
El aceptarte a ti mismo es la clave para iniciar y realizar cualquier cambio positivo. Implica aprobarte a ti mismo, es el self approval. En vez de juzgarte y sabotearte, te apruebas y apoyas a ti mismo en tus propósitos. Es sentir que estás en el lugar adecuado, en el momento preciso, haciendo lo correcto. Desde la aceptación puedes cambiar ciertas creencias. Por ejemplo, antes creías que tenías que hacerte el fuerte para salir al mundo, ahora estás en el mundo y te muestras tal como eres, sin necesidad de demostrar nada. Antes tenías un sentimiento de poca valoración personal, ahora sabes de dónde viene, sabes que no hay motivo para tenerlo y ya no te sientes menos. Te sientes mejor. Te aceptas y te expresas desde tu aceptación, generando un espacio de aceptación para los demás que, en tu presencia, se sienten abrazados, aceptados y cómodos.
Desde la aceptación creas una acción diferente. Aceptando creas espacios de perdón, de respeto, de tolerancia, de recepción, de rendición y de sintonización.
Aceptando abres un espacio de perdón. Jesús en la cruz dijo: «Padre, perdónales porque no saben lo que hacen». Solo un gran corazón tiene tal capacidad de perdón. En el espacio de aceptación, amplías los límites de tu corazón y tu potencial de amar. Reconoces que perdonar te da la gran oportunidad de practicar la libertad. Perdonar es un acto libre y de amor. Si no aceptas y no perdonas, el resentimiento te acompaña y marca tu vida.
La grandeza de Dios se vive en su potencial de amor infinito con el cual nos perdona y nos abraza. Si no perdonas no puedes abrazar al otro. Rechazas y te cuesta ser ecuánime.
Nelson Mandela dijo: «No hay futuro sin perdón». Perdonar implica tener una gran fuerza espiritual. Te libera de la venganza y del resentimiento y vives en el amor.
Generosidad
Ser generosos en pensamiento y en acción nos da los mejores resultados y nos conecta con el sentido de vivir.
La intención generosa no es lo mismo que caritativa. Uno puede dar en caridad calculándolo. En la generosidad uno no calcula. Da y se da. En el darse sirve y comparte. Servir despierta el corazón.
Lo opuesto a ser generoso se da cuando nuestro ser está dominado por la avaricia y sólo pensamos en cómo tener y conseguir más. Es como si nunca tuviéramos suficiente. Siempre queremos más y más. Hemos creado una sociedad de consumo fundamentada en la necesidad, en la avaricia y en la conciencia de escasez.
Para ser generosos es necesario cambiar el discurso de lo que no funciona y de las carencias. Las palabras crean mundos, y si nuestro discurso está basado en lo que no funciona, seguiremos anclados en las carencias. Nuestro corazón permanecerá encogido y nuestra mente limitada. Pensar y hablar de lo que no te gusta, lo que no va bien, lo que falta, lo que los demás no hacen y consideras deberían hacer, lo que no funciona, provoca más quejas, frustración y malestar. Tu visión está dominada por el no, no quiero esto, no va bien, no mejorará. Y esas imágenes crean tu mundo y es el que compartes. Un mundo del no que sustenta el cinismo y la desesperanza.
Las imágenes también crean mundos. Por eso es necesario aprender a crear imágenes de positividad que broten del agradecimiento y de la apreciación. Imágenes que surgen de la confianza en un futuro mejor y de vivir los valores que dan sentido a nuestra vida.
Con palabras e imágenes que sustentan el amor y la visión de lo que quieres es más fácil ser generoso y compartir lo que nos ayuda a avanzar.
Ser generosos en pensamiento y en acción nos da los mejores resultados y nos conecta con el sentido de vivir
No mentir
Ser sincero y no mentir es la capacidad de afrontar la realidad sin escapismos. Es defender la autenticidad de la palabra y de la propia vida. Sé honesto contigo mismo y con los demás. Esto te hace digno de confianza. La mentira rompe la confianza. Es mejor afrontar la realidad y dejar de esconder y de esconderte. Con transparencia vivirás en paz.
Además de no mentir, es importante prestar atención al poder de nuestra palabra y que esta sea apropiada.
Sexualidad consciente
La pulsión sexual es una de las grandes fuerzas vitales que debemos saber canalizar adecuadamente para vivir en plenitud y sin causarnos sufrimiento.
Se trata de vivir la sexualidad desde la autenticidad y el amor verdadero, con espontaneidad, ternura y comunicación abierta.
Debido a nuestra carencia y necesidad, a sentirnos separados, buscamos la unidad atraídos por la fuerza de Eros. Nos mueven el amor, el deseo y el gozo. La atracción corporal despierta los sentidos con el afán de fundirnos en el otro, gozando de todas las sensaciones que se mueven con la entrega. Sin embargo, en esa entrega nos damos cuenta de que nadie acabará de llenarnos del todo, ya que la otra persona también tiene sus carencias y necesidades.
El deseo sexual puede llevarnos a abrirnos al otro, a ir más allá de sí mismo para encontrar con el otro una experiencia sublime. Sin embargo, el deseo sexual que no lleva más allá de sí mismo, sino que nos encierra en nuestra pasión y deseo egoísta de propia satisfacción, es destructor. Destruye al otro al considerarle un mero objeto de placer, lo reduce a una mercancía en la que no tiene ni rostro ni dignidad. Además, se destruye a sí mismo, al convertirse en esclavo de su propia pasión descontrolada.
La sexualidad tiene un gran potencial espiritual cuando uno es capaz de salirse de sí mismo para darse y acceder junto a la persona amada a una dimensión trascendente y divina. Se convierte en una experiencia de trascendencia de la individualidad y de acceso a las fuerzas del universo en las que el gozo no se queda encerrado en uno mismo, sino que es una donación del sí mismo al otro y al todo.
La fuerza de la sexualidad es tan embriagadora que las comunidades religiosas y espirituales han temido a lo largo de los siglos que pudiera destruir el frágil equilibrio de las relaciones en el seno de la comunidad y, además, constituyera una fuerza de distracción de la práctica contemplativa. Por esto encontramos en muchas tradiciones que en sus comunidades se practica la abstinencia sexual. La continencia sexual, cuando se practica desde la comprensión y no desde la represión, permite la transformación progresiva de esa pulsión de la libido hacia espacios de amor abiertos al ágape, en los que el amor está descentrado de sí mismo.