VISIBILIZACIÓN – Maria José Rosillo

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Maria José Rosillo

rosillotorralba@gmail.com

Comenzamos esta nueva sección de Pastoral de la Diversidad Sexual y Familiar introduciéndonos en una serie de conceptos que deben ser básicos para todas aquellas personas que nos dedicamos a acompañar procesos personales en el ámbito eclesial. Hoy queremos hablar de visibilización como paso previo imprescindible para afianzar cualquier otro avance que demos en favor de cualquier colectivo o realidad social, y que, en este caso forma parte también de nuestra comunidad de Iglesia. 

Comencé buscando la voz en el Diccionario de la Real Academia y leía: visibilizar es hacer ver artificialmente algo que permanece oculto pero que existe.

Esta definición me sirve para que reflexionemos juntos sobre ello. Hemos podido ver en algunos artículos de prensa y redes sociales recientes, titulares tales como «La iglesia visibiliza la realidad de la violencia de género…», «Visibilización en el seno de la Iglesia de la realidad inmigrante…». 

Comienza a sonar este término ante realidades incuestionables de nuestro mundo de hoy y ante las que nuestra Iglesia no puede permanecer en silencio o sin posicionarse. Urge que hablemos de ello. Hacernos conscientes de estas realidades humanas, trágicas, desgarradoras y muy cercanas, nos debe empujar necesariamente a aumentar la graduación de nuestra lupa de análisis crítico y constructivo, que nos permite ver con mayor detalle y nitidez este sentir humano. Nos tiene que tocar por dentro. Nos tiene que estremecer. Pero, para ello, nos tiene que llegar a través del sentido de la percepción. De la misma forma que accedemos al mundo de los microorganismos a través del microscopio.

Formar parte de la comunidad eclesial no es algo que se haga porque nos obliguen

Si no se hace un esfuerzo consciente de acercarnos a esta realidad y plantearnos otro tipo de lentes con las que poder conocerla en profundidad, jamás la aceptaremos como parte de nosotros. Nos quedaremos en el mundo de la especulación, la hipótesis o el prejuicio. Esto es lo que sucede con la realidad sexual diversa. No la conocemos en profundidad. No utilizamos ejemplos de realidades diversas en nuestros manuales de catequesis, no nos servimos de testimonios de chicos y chicas homosexuales o transexuales de los que podamos leer sus experiencias de vida y de fe. No conocemos su dolor, sus sueños, sus esperanzas, sus herramientas de resiliencia, su modo de vivir a Jesús. En raras ocasiones podemos encontrar algún testimonio en nuestros grupos que, tras meses de convivencia, se comparten con cierta reserva o desconfianza. ¿Por qué sucede esto? Posiblemente porque nuestros modos de reacción no son todavía lo bastante abiertos, sinceros o acogedores de lo diferente.

El Pueblo de Dios lo constituimos todas las personas bautizadas y luego confirmadas en la fe adulta que asumimos como propio y prioritario el reto de construir el Reino aquí y ahora que es donde debe estar. Y para ello, decidimos aplicar el Evangelio en nuestra vida diaria tratando de ajustarlo a todas y cada una de nuestras dimensiones cotidianas; comenzando por crear comunidad (así se define la voz acción pastoral en el Nuevo Diccionario de Pastoral de Casiano Floristán).

Visibilizar la realidad LGTBI+ en nuestra Iglesia católica no es más que la aceptación sincera y amorosa de una diversidad personal y de identidad que están estrechamente vinculadas a nuestros sentimientos del «sí mismo». Es decir, a cómo nos sentimos, nos percibimos y nos mostramos. Ese «sí mismo» único, diferente, especial, también ha sentido la llamada a formar parte de este Pueblo de Dios universal. 

Formar parte de la comunidad eclesial no es algo que se haga porque nos obliguen. Eso puede suceder en nuestra infancia, cuando nos bautizan siendo bebés, o incluso cuando nos introducen en las catequesis parroquiales para nuestra primera Comunión. Ya hay menores que se niegan a ello y sus padres respetan esa opinión. 

Yo me refiero a la persona joven o adulta, que libremente decide seguir formando parte de la Iglesia. Y, lejos de las novedades, actividades, salidas, grupos, amistades que puedan encontrar en ella… me pregunto ¿por qué siguen dentro? ¿Qué encuentran en ella que les convence para continuar? ¿Por qué una persona desea seguir siendo cristiana? ¿Qué papel juega la diversidad sexual en nuestra fe? Todos los testimonios que conozco de los diferentes grupos, seminarios o procesos individuales de acompañamiento que realizo, coinciden en un punto: 

«Yo deseo seguir siendo fiel a Jesús, sin esconder mi identidad. No quiero tener que fingir algo que no soy» (Jorge, 19 años, chico trans).

«A mí me encantaría poder ir con mi novia a las convivencias de jóvenes y que no me miraran rara si coincidimos en la misma habitación» (Gisella, 15 años, chica lesbiana).

«Nos hubiera encantado habernos casado en nuestra parroquia de siempre, delante de la imagen de nuestro Cristo del Amor, pero tuvimos que hacer una boda civil en el jardín de nuestra casa y el domingo siguiente fuimos juntas a la misa, como cada domingo» (Carmen y Charo, 50 y 55 años, pareja de mujeres que llevan juntas toda la vida).

Estas realidades siguen existiendo en nuestra Iglesia, y no vemos que cambien de forma rápida ni sea extensiva a todas las parroquias y comunidades. Por ese motivo es tan necesario un movimiento de sensibilización y visibilización de nuestra diversidad humana. Todos y todas desde nuestra preciosa individualidad tenemos en común lo más importante: El amor incondicional a una Iglesia de Jesús que aspire realmente a ser universal que es común a todos (así se define en el Diccionario de la Real Academia la palabra católico).

Todos y todas desde nuestra preciosa individualidad tenemos en común lo más importante.