VIGILIA PASCUAL: Estamos de fiesta – Iñaki Otano

En la madrugada del sábado, al alborear el primer día de la semana, fueron María la Magdalena y la otra María a ver el sepulcro. Y de pronto tembló fuertemente la tierra pues un ángel del Señor, bajando del cielo y acercándose, corrió la piedra y se sentó encima. Su aspecto era de relámpago y su vestido blanco como la nieve; los centinelas temblaron de miedo y quedaron como muertos. El ángel habló a las mujeres: “Vosotras no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: HA RESUCITADO, como había dicho. Venid a ver el sitio donde yacía e id aprisa a decir a sus discípulos: ‘Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis’. Mirad os lo he anunciado”.

Ellas se marcharon a toda prisa del sepulcro; impresionadas y llenas de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos. De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: “Alegraos”. Ellas se acercaron, se postraron ante él y le abrazaron los pies. Jesús les dijo: “No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán”. (Mt 28,1-10)

La alegría es lo que domina en esta escena. No podemos quedarnos con un Jesús que termina en el dolor y la muerte. Hay que subrayar esto: HA RESUCITADO… Alegraos.

El Papa Francisco, con la libertad que le caracteriza, habla de un cristiano sin permanente cara de funeral; de una religión que no es esclavitud; de una Iglesia que no sea aduana sino casa paterna donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado y perdonado; de una esperanza que nos cure de ese derrotismo que nos convierte en pesimistas, quejosos y desencantados con cara de vinagre; de un infinito amor que cure de la tristeza infinita;  de una relación con el mundo que dé razón de nuestra esperanza y no vea a los demás como enemigos a señalar y condenar. En una palabra, “Cristo resucitado y glorioso es la fuente profunda de nuestra esperanza, y no nos faltará su ayuda para cumplir la misión que nos encomienda”.

El mensaje de la resurrección de Jesús es claro: no estamos llamados a la muerte, a la aniquilación, sino a la vida. Por eso, Él es partidario de celebrar la vida. Sus andanzas terminaban a menudo en fiesta. También el resucitado comerá con sus discípulos para celebrar el reencuentro. Su invitación es constante: Alegraos…

La teóloga vallisoletana María Eugenia Rueda explica la conclusión a la que llegó tras la reflexión en su parroquia de la parábola del amor del Padre, conocida como la del hijo pródigo: “la parábola no dice que haya que volver cabizbajo y pesaroso a la casa del padre sino que el abrazo y la fiesta son celebración de ese hijo que, aunque vuelva con heridas y haya metido la pata, vuelve más maduro y, desde luego, con la confianza de que su padre va a recibirle, eso es tener esperanza”.

La resurrección de Jesús nos sitúa también ante nuestra propia resurrección. “Los hombres matan, pero Dios ‘rescata’ o devuelve a la vida”, dice el teólogo Andrés Torres Queiruga. Pablo pensaba que, si los muertos no resucitaban, todo se reduce a comer y beber para terminar en brazos de la muerte. Pero proclamaba con fuerza que solo la resurrección de Jesús garantiza la resurrección de todos los seres humanos.