La Semana Santa, una de las celebraciones más importantes y significativas dentro de la tradición Cristiana, que le otorga un significado esencial a todo lo que representa el ejemplo de Jesús de Nazaret y su forma de ver la creación, verlo con amor, a través de su corazón; el amor a los hombres, el amor a sus convicciones más firmes, el amor hacia su Padre, un amor que trasciende la muerte.
El Viernes Santo, el mundo conocería el gesto de amor más grande que se pudo hacer, el de dar la propia vida por la del otro. Jesús aceptó su “cáliz”, que se interpreta como aceptar su destino, encontrar su humanidad, a pesar de que el miedo era grande, el decidió cumplir con la voluntad del Padre y aceptar su responsabilidad. Al momento de su juicio, se mostró sin temor, a pesar de que él sabía lo que iba a suceder decidió ser fiel a sus convicciones y a su forma de ver al otro, aunque para al resto del mundo fuera alguien con creencias e ideas equivocadas. Finalmente, llegó el momento de la crucifixión, Jesús llegó a encontrarse y volver a ser uno con el Padre, llegando a perdonar al hombre a pesar de todo el mal que le habían causado. La historia del Hijo de Dios en el mundo fue significativa, dejó una huella, porque le dio un propósito a su existencia.
Una hermosa flor, algún día se marchitará; el río más extenso, desemboca en algún mar; las brillantes y lejanas estrellas, algún día perderán su brillo, la vida humana es un efímero instante en el que cada uno de nosotros puede reír, llorar, amar, creer, esperar, confiar, incluso odiar, reprochar, caer, ganar y perder, pero al final todos y cada uno de nosotros llegamos a caer en los dulces brazos de la muerte. La vida de un hombre es un instante, el instante más intenso jamás sentido, es un hecho de que en algún momento todos partiremos de nuestro mundo terrenal, pero viviremos siempre en cada uno de los actos que marcaron a alguien más, viviremos en el recuerdo y la memoria de los que nos aman, a quienes hicimos inmensamente felices, pues es lo único a lo que la muerte no puede vencer, al amor, un amor inmortal.
El amor es la llave de la felicidad, pues para ser feliz se necesita amar. La clave para ello está en amarme primero a mí mismo para poder amar a otros, la riqueza exterior se contempla al apreciar primero la riqueza interior, una riqueza que mueve nuestras fibras más sensibles y humanas. El amor nos hace verdaderos, nos vuelve empáticos, nos ayuda a brindar una mano a quién lo necesita, a dar un hombro a quien llora, a acompañar en los momentos de soledad y oscuridad, a acompañar y ser acompañados.
Dios tal vez no está tan lejos como pensamos, lo sentimos en cada acto de amor, Él se encuentra en la hermosura de los detalles, en cada vez que miramos la bondad en el otro, cuando escuchamos su llamado a ayudar y tomamos nuestro propio “cáliz”, cuando vemos arte en el caos, luz en las tinieblas, cuando salimos de nuestro egoísmo y nos entregamos a los demás, cuando nos sentimos completos y damos un alto en el camino para contemplarnos a nosotros mismos y al otro.
El amor más sincero, aquel al que la muerte no puede vencer, es aquel que se hace sin esperar algo a cambio, un amor incondicional, que se brinda aunque no haya nadie para recogerlo, el que muchas veces pasa desapercibido, pero ahí está, como la luna, que sigue brillando cada noche aunque nadie contemple su brillo, como una rosa que deja su perfume aunque nadie lo perciba, como el dulce cantar de un pájaro, que permanece aunque nadie lo escuche, como el amor de una madre, que está ahí siempre, aunque nadie lo note. Ese amor puro, que no busca reconocimiento, que se da a veces sin que nadie se dé cuenta, es aquel que la muerte no puede vencer, porque es inmarcesible.
Dar la vida por el otro no es un acto denigrante, es un acto de grandeza, hacer lo que sientes y sentir lo que haces, es brindarle un sentido a tu existencia, es dejar un legado de entrega y amor que no se podrá borrar. La vida es un milagro que se usa para hacer milagros, darle esperanza a quien lo necesita, hacer sentir amado a quien no lo es, reconocer lo más valioso en el otro, creer en quien no cree ni en sí mismo, dejar el miedo a un lado. No tengas temor por caminar, no temas si te abandonan, si no te comprenden, no tengas miedo de ser tú mismo, no tengas miedo de reír, de llorar, de bailar, de ser como eres, no tengas miedo de ser lo que eres, no tengas miedo de amar, más vale un corazón roto que ha amado que uno intacto que nunca lo ha hecho, no tengas miedo de brillar, aunque nadie contemple tu brillo, no temas amar, aunque nadie perciba tu amor, un amor inmortal.
Alex Alarcón