VERTIGINOSA ERADescarga aquí el artículo en PDF
M.ª Ángeles López Romero
Recuerdo la gracia que nos hizo aquel día en que, paseando por un centro comercial, nuestro hijo mayor, que contaba por entonces con solo cuatro años, dijera: «¡mira, mamá, Carlos!». Refiriéndose, no a un conocido o un familiar que nos hubiéramos cruzado en el paseo, sino al conocido presentador de televisión Carlos Sobera, que lucía en un enorme anuncio publicitario.
Por aquel entonces, todos veíamos la televisión, con más o menos interés, con más o menos tiempo para pasar un rato en el sofá distraídos con la caja tonta. Todos a una comentábamos al día siguiente el programa de Sobera o el capítulo de la serie Luz de luna. Porque no había canales ni contenidos alternativos.
Hoy los jóvenes, aferrados a sus móviles y tablets, observan con extrañeza a sus abuelos por pasar tiempo de forma pasiva delante del televisor. Y cuestionan la sensatez de sus padres por oír la radio, porque no soportan los anuncios, el tiempo de espera, no tener el control del pause y el play de la emisión. ¡No digamos esa extravagancia de escuchar el parte meteorológico para saber si mañana hará sol o convendrá llevar paraguas!
Las plataformas de streaming y las redes sociales están transformando nuestro modo de consumir contenido audiovisual, pero también de ver el mundo. Ya no soportamos las películas lentas y, por extensión, a la gente que habla lenta. Y buscamos mentalmente el botón que nos permita multiplicar el ritmo de audición por 1,5 o por 2. También el mute para silenciar a los niños cuando lloran, o a los hijos adolescentes cuando discuten sin parar pese a que les pides que paren de una vez por todas.
Los niños pequeños hacen movimientos de apertura con el pulgar y el índice sobre las ilustraciones de los cuentos, confiando en que así las ampliarán de tamaño como ocurre en cualquier pantalla táctil. Pero, reconozcámoslo: ¿no nos han entrado ganas de hacerlo en más de una ocasión a nosotros también ahora que leemos la prensa por internet?
Dicen los expertos en neurociencia que estas prácticas están moldeando los cerebros en una nueva dirección, más allá de alterar la evolución de nuestros pulgares. Desde luego, están modificando los usos y costumbres culturales. Y muchas personas mayores se sienten desplazadas, al margen de una sociedad que hace anuncios incomprensibles para ellos, porque están orientados a los más jóvenes. Y no hay traductor que valga para entenderlos si no has entrado nunca en TikTok ni visto a Ibai.
Pero esos mismos jóvenes que se ríen de nosotros por no entender su nueva jerga ni conocer al enésimo influencer de moda, no son conscientes de lo rápido que pasa el tiempo también para ellos.
Sin ir más lejos, aquel niño de cuatro años que reconocía a Sobera en un cartel, hoy, con 26 añazos, anda preocupado porque, de repente, le sale (sin saber muy bien cómo ni por qué) escribir mensajes de WhatsApp sin comerse ninguna letra y añadiendo un par de emoticonos. ¿Cómo puede ser que, de repente, se haya hecho mayor? Ay, la edad. Que nos alcanza a todos pertenezcamos a la vertiginosa era de la Inteligencia Artificial o al tiempo del transistor.
Estas prácticas están moldeando los cerebros en una nueva dirección.