Ver la luz – Iñaki Otano

Cuarto domingo de Cuaresma (A)

 

En aquel tiempo, al para Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo: “Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado)”.

Él fue, se lavó y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: “¿No es ese el que se sentaba a pedir?”. Unos decían: “El mismo”. Otros decían: “No es él, pero se le parece”. Él respondía: “Soy yo”.

Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. (Era sábado el día en que Jesús hizo barro y le abrió los ojos). También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. Él les contestó: “Me puso barro en los ojos, me lavé y veo”. Algunos de los fariseos comentaban: “Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado”. Otros replicaban: “¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?”. Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego: “Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?”. Él contestó: “Que es un profeta”. Le replicaron: “Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?”.

Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: “¿Crees tú en el Hijo del Hombre?”. Él contestó: “¿Y quién es, Señor, para que crea en él?”. Jesús le dijo: “Lo estás viendo: el que está hablando contigo ese es”. Él dijo: “Creo, Señor”. Y se postró ante él. (Jn, 9, 1. 6-9. 13-17. 34-38)

 Reflexión

Cuando alguien persiste en un error a pesar de las recomendaciones,  solemos decir: “está ciego”. Si al mirar nuestro pasado,   vemos algo que no debíamos haber hecho, también decimos: “entonces estaba yo ciego”. Solemos decir: “No hay peor ciego que el que no quiere ver”. Hay una ceguera distinta de la ceguera física: es la ceguera del que cierra los ojos a la verdad, a la luz.

En este evangelio, Jesús cura a un ciego de nacimiento y encuentra la oposición de los fariseos, que no quieren ver la verdad. Según el Maestro, las cegueras que provienen del rechazo de la luz son peores que la ceguera física. Conocer a Jesús, fiarse de Él y seguir sus pasos es abrir los ojos para ver de veras.

Aquel invidente de nacimiento empieza por notar la curación física de su ceguera. Esa curación suscita en él admiración y agradecimiento. No se deja vencer por los juicios, amenazas y violencias de los fariseos: para él, Jesús es, por lo menos, un profeta. Esa es su primera fuerte impresión.

Hay una segunda curación en un nuevo encuentro con Jesús. El hombre estaba desconcertado y no se explicaba por qué le expulsaban los fariseos. En medio de su desconcierto, aparece de nuevo Jesús: el antiguo ciego no había descubierto todavía del todo la luz. Pero quiere creer en lo que cree Jesús,   que Jesús le ayude a dar sentido a una vida que no sea un túnel sin salida, a tener una luz que ilumine. El célebre autor de “El Principito”, Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944), hace decir a uno de sus personajes: “solo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos”.

Para el ciego curado, el creo, Señor significa que Jesús ha iluminado toda su vida. Creer en Jesús transforma nuestra mirada, nos da una visión nueva: la visión desde el corazón de Dios. Sin esa visión de Dios, nuestra mirada es pobre, miope, a veces angustiosa, porque nos vemos en un círculo cerrado. Creo, Señor, me fío de ti y me confío a ti.