Venid y lo veréis – Ángel Fernández Lázaro

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Ángel Fernández Lázaro  angelfernandezlazaro@gmail.com

 

«Al día siguiente, estaba Juan otra vez allí con dos de sus discípulos y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: “Este es el Cordero de Dios”. Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús. Él se dio la vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: “¿Qué queréis?”. Ellos le respondieron: “Rabbí –que traducido significa Maestro– ¿dónde vives?”. “Venid y lo veréis”, les dijo. Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde». (Jn 1,35-39)

Un cierto malestar existencial

Todos queremos ser felices. Aunque cuesta determinar en qué consiste la felicidad y cómo alcanzarla, podríamos estar de acuerdo en que todos la queremos en nuestra vida. Sin embargo, aunque vivimos en una pequeña parte del mundo aparentemente próspera, tecnológica y avanzada, en un estado de bienestar sin precedentes en la historia, una especie de malestar existencial aqueja a nuestra sociedad que, a veces, parece cansada de sí misma, harta de tenerlo todo y aun así no encontrar un horizonte de plenitud.

Este malestar se expresa en síntomas diversos y a veces paradójicos. Pese a tener más de lo que podríamos necesitar para vivir bien, nos descubrimos ávidos de más; el consumismo y el materialismo impulsan nuestras acciones y la macroeconomía rige nuestras vidas y condiciona nuestras sociedades, dejando en los márgenes a los olvidados por la historia, desheredados, empobrecidos; la tecnología nos permite estar permanentemente comunicados, pero esta sobreexposición genera ansiedad y torna muchas relaciones distantes y superficiales; vivimos en un mundo global, conectado por cantidades masivas de redes, pero la cultura de la indiferencia se extiende y el individualismo y la soledad no deseada acechan la vida del ser humano de hoy; aunque tenemos cualquier información al alcance de un clic, no sabemos a ciencia cierta qué es verdad y qué no; la desconfianza hacia las instituciones crece y pocas cosas nos ofrecen credibilidad.

Los jóvenes también están expuestos a este malestar. Un estudio de la Fundación SM de 2017 reflejaba que más de la mitad de los jóvenes (con porcentajes llamativamente altos en algunos casos) tienen poca o ninguna confianza en instituciones sociales como la justicia, la prensa, las empresas, los sindicatos, los políticos, los gobiernos o la Iglesia. Al mismo tiempo, crece su incertidumbre sobre el futuro y la posibilidad de construir un proyecto vital ilusionante.

En un clima social marcado por el materialismo, el individualismo y la soledad, por la indiferencia, la desafección y la desconfianza, en el que todo parece incierto y precario, ¿cómo vivir una vida feliz, plena y gozosa? ¿Qué propuesta puede ofrecer garantías de éxito?

La invitación de Jesús: «venid y lo veréis»

Viktor Frankl fue un médico y psiquiatra austríaco que sobrevivió a los campos de concentración nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Narró su experiencia en su obra El hombre en busca de sentido, en la que expone la necesidad que el ser humano tiene de encontrar un sentido a su vida, cualesquiera que sean los cauces por los que esta discurra, y cómo esta búsqueda puede actuar como motor de la existencia. En efecto, cuando tenemos razones profundas por las que vivir, cuando encontramos un porqué y un para qué, la vida adquiere otro sabor y otro color, reconocemos que es valiosa y merece la pena ser vivida.

Para el creyente cristiano, los síntomas descritos arriba ofrecen la oportunidad de reivindicar el seguimiento de Jesús como lo que es, ante todo: un camino de vida que ofrece plenitud al ser humano. A menudo la rutina y la falta de consciencia llevan a reducir el cristianismo a una serie de doctrinas, ritos y preceptos, perdiéndose de vista la dimensión de camino que abre la realidad más allá de uno mismo, aporta sentido a la vida en comunión con los demás y ofrece plenitud, tanto aquí y ahora como en un horizonte salvífico trascendente.

En este pasaje del evangelio de Juan tenemos dos personas en búsqueda, dos discípulos que ya se están moviendo en los círculos de Juan el Bautista. Estando con su maestro ven pasar a Jesús y la curiosidad inicial, la necesidad de algo más, les impulsa a seguirle. Veamos en qué términos tiene lugar su conversación y qué actitudes, inquietudes y respuestas podemos encontrar en ella.

El primer movimiento, aunque mudo, es de los discípulos. Inducidos por Juan, que les habla de Jesús de un modo sugerente, se ponen en marcha y van tras él. Tal vez él tenga respuestas a las inquietudes que bullen en su interior… También nosotros en nuestra propia historia podemos recordar y situar personas que nos señalaron a Jesús y nos impulsaron a seguirle. Aquel fue el primer movimiento de otros muchos que nos han traído hasta donde estamos hoy.

La primera palabra la pronuncia Jesús con gran sencillez: «¿Qué queréis?». Esta pregunta resuena con absoluta vigencia en los oídos de muchos hombres y mujeres que hoy, como aquellos discípulos entonces, damos un primer paso. ¿Qué queremos nosotros? ¿Qué buscamos? ¿Cuáles son nuestros anhelos, nuestros deseos profundos? ¿Qué hemos visto en Jesús que nos lleva a acercarnos a él? La respuesta de los discípulos es igualmente sencilla: «Maestro, ¿dónde vives?». Ellos, que andan buscando algo más, no están pidiendo palabras grandilocuentes ni grandes revelaciones. solo quieren conocer a Jesús, estar con él. Algo que han percibido en Jesús les ha seducido y les impulsa a buscar su compañía.

Viene a continuación, acogedora, provocativa, enigmática e irresistible, la respuesta de Jesús: «venid y lo veréis». El Evangelio de Jesús, la buena noticia del Reino, aunque es algo de lo que se puede hablar, es sobre todo algo que se experimenta. Se vive estando con él. Y esta es la invitación que Jesús hace a cada uno de nosotros hoy: ¿estás buscando algo más? ¿Estás cansado de la indiferencia, la soledad, la ansiedad, la incertidumbre? ¿Esperas más de la vida, anhelas vivir entusiasmado? ¿Quieres enamorarte, dar sentido a tu existencia? ¿Quieres vivir sin miedo, plenamente? ¿Quieres ser feliz? A todos nosotros, él nos invita: «venid y lo veréis».

El cristianismo como camino de plenitud

En este relato de vocación, Juan condensa en un sencillo diálogo la inquietud de los discípulos y su actitud de búsqueda, la invitación de Jesús, la decisión de quedarse con él. Visto en el conjunto más amplio del Evangelio, Jesús ofrece al ser humano un camino de plenitud del que podemos destacar al menos tres aspectos: la llamada, la comunidad y el compromiso con el Reino de Dios.

En primer lugar, hay una invitación de Jesús a seguirle y estar con él. En esa llamada hay un reconocimiento, como si nos dijera: «tú, que te acercas a mí, existes y eres importante. Ven. Si quieres, quédate conmigo». Dios nos ama tal como somos y ese amor incondicional puede liberarnos para ser quienes somos, únicos y valiosos. La respuesta a esa invitación es personal y en ella están implicadas la libertad y la responsabilidad propias del ser humano. Como cristianos, nos sabemos llamados a compartir la vida amorosa de Dios, y cada uno debemos decidir cómo responder a ese amor inicial en lo concreto de nuestra vida.

Además, el camino que ofrece Jesús no lo hacemos solos, sino acompañados. La propuesta del Reino de Dios pasa por vivir la fraternidad, reconocernos unos a otros hijos del mismo Dios. Jesús, cuando empieza su vida pública, crea una comunidad cuya sola vida ya hace presente el Reino. La experiencia cristiana es comunitaria desde el principio. Juntos descubrimos mejor lo que somos y lo que estamos llamados a ser. Caminamos compartiendo la vida, descubriendo la presencia de Dios en ella, haciendo presente su Reino en lo ambiguo y complejo de la historia.

Por último, como consecuencia de la fraternidad, surge un compromiso con la transformación de la realidad y la creación de un mundo más humano. Dios reina entre nosotros cuando nos implicamos en el bien de los demás, cuando su sufrimiento nos mueve a compasión y nos comprometemos con él. Descentrándonos de nosotros mismos, viviendo abiertos a los demás, descubrimos y realizamos todo nuestro potencial. Nada se pierde, porque lo ponemos en juego al servicio de los demás. Sabiéndonos limitados y necesitados de la salvación de Dios, trabajamos por un mundo mejor y una mejor humanidad, más pacífica y más justa, que algún día pueda estar reconciliada, que algún día pueda ser salvada.

Hoy Jesús sigue llamándonos personalmente. Nos invita a ver dónde vive y a quedarnos con él, a vivir la fraternidad y a comprometer nuestra vida en la construcción de un mundo mejor. Esta propuesta puede ser suficiente para llenar de sentido la existencia, para hallar la felicidad, para vivir en plenitud. Y tú, ¿qué respondes?

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