VACACIONES CON PROPUESTA DE VIDA PLENA EN EL MOVIMIENTO CALASANZ DE ESCOLAPIOS EMAÚS – Juan Carlos de la Riva

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Juan Carlos de la Riva

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El verano no es un tiempo de cierre para el Movimiento Calasanz. Antes bien, es momento especialmente aprovechado por nuestros niños/as y jóvenes para vivir en grupo y crecer en lo humano y cristiano. Para todos los grupos los campamentos de verano son una actividad especialmente significativa que supone un consolidar la vida de grupo y adquirir el estilo escolapio que buscamos. 

Los jóvenes, además de sus campamentos, reciben una amplia oferta de propuestas personales, que les ayudan en el camino de descubrir su lugar en el mundo siguiendo a Jesús al estilo de Calasanz. Las llamamos experiencias fundantes y van desde retiros especiales, campos de voluntariado social, encuentros conjuntos, experiencias comunitarias… A través de ellas conseguimos trabajar intensamente con los jóvenes el compartir la vida en grupo, el cuidado y crecimiento espiritual de cada uno, el compromiso con los más desfavorecidos y un estilo de vida alternativo a la sociedad actual.

En nuestra web de la provincia Emaús hay un apartado en el que recogemos estas experiencias escolapias que se coordinan desde el Movimiento Calasanz e Itaka-Escolapios junto con otras entidades cercanas. Cualquier joven que cumpla el perfil general que pide cada experiencia pueda ver la diversidad de propuestas que hay y se puede apuntar: https://experienciasmc.itakaescolapios.org/

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Cada año, actualizamos esta web para que los acompañantes valoren con los jóvenes qué experiencias realizar según su situación personal y su momento en el proceso pastoral.

Son experiencias que intentan responder a las llamadas de Dios en el mundo actual

Un aspecto esencial es que muchas de estas experiencias necesitan uno o varios encuentros anteriores y posteriores a la propia experiencia para su preparación y asimilación desde la fe, con la intención de sacar todo el jugo posible a la propuesta.

Otro aspecto fundamental es que los jóvenes sean protagonistas y se impliquen en el desarrollo y realización de la experiencia, como sujetos activos de la misión. Con voz propia y corresponsabilidad en la propuesta, como nos impulsó a hacer el Sínodo de los jóvenes del 2018.

Y un último aspecto es que son experiencias que intentan responder a las llamadas de Dios en el mundo actual, buscando los signos de los tiempos con nuevos lenguajes y formas de conectar a los jóvenes con el mensaje del Evangelio encarnado en la realidad. Porque nuestra intención es que los jóvenes de nuestros grupos pasen de consumir vivencias a consumar procesos de crecimiento personal y espiritual que los transformen y los configuren como cristianos.

Desde esta visión, este verano hemos vivido, además de los campamentos habituales con niños, niñas y adolescentes, las siguientes experiencias con jóvenes:

Unos 15 jóvenes han vivido durante un mes en las Provincias escolapias de México, Cuba, Bolivia y Brasil para compartir la vida y misión escolapias allá. Uno de ellos, Jon Ameztoi, nos cuenta algo de lo que resuena en él a día de hoy. 

«Tras pasar un mes en Bolivia, principalmente en el internado y colegio de Anzaldo, pero pasando por más lugares con presencia y obras escolapias, ha habido dos cosas que han sido las que más me han transformado.

La primera, ha sido el testimonio de muchos escolapios que he conocido. Eran de diferentes edades y procedencias, pero en todos he visto una vocación de servicio y un amor a los niños y niñas de los colegios que me conmovieron. Eran testimonio del envío de Dios a los niños, especialmente los más pobres.

La segunda ha sido, desde mi perspectiva europea, acercarme a una pobreza que desconocía hasta ahora. En los que más necesitaban he vivido la experiencia de Dios más evangélica. De alguna forma, comprendido lo que Calasanz pudo haber sentido en el Trastevere de hace 400 años».

Más de 20 jóvenes del catecumenado de diferentes presencias escolapias han participado en dos campos de trabajo, uno en el albergue de Txamantxoia y otro en el albergue de Arrázola, durante 5 días, junto con jóvenes migrantes de nuestros hogares. Han colaborado realizando diferentes arreglos en dicho albergue, aprendiendo, conviviendo y compartiendo vida. Vuelven con las pilas cargadas para el nuevo curso, llenos de ilusión y motivación y con ganas de comprometerse en hacer de este mundo un lugar mejor. Zakaria Ouadou, participante de APM (Acompañamiento a Personas Migrantes) en Bilbao, nos relata su experiencia. 

«La semana del caserío fue una experiencia espectacular la que hemos vivido, por lo cual en este texto les contaré por qué y cómo fue. 

Bueno, al principio cuando escuchas la palabra “campo de trabajo” me viene a la cabeza que solo vamos a trabajar y tal. Pero la verdad que no es lo que pensábamos, sino mejor. 

La semana del caserío era la primera vez que me tocó probar con Itaka y la verdad es que me encantó y que me siento afortunado de pasarla. 

En esa semana nos ayudó mucho, sobre todo en la parte psicológica y social, el alejarnos un poco del ruido de la ciudad. También integrarnos con compañeros de otras ciudades (Zaragoza, Logroño, Sevilla) a través de las actividades (juegos, trabajo, monte…) donde nos juntábamos y, claro, han sido muy amables. También lo que más me gustaba era la confianza y conexión que había entre nosotros. Y, por supuesto, juntarnos con nuestros compañeros de Itaka, que nos permitió conocernos bien. Así mismo las actividades que realizamos tuvieron un impacto positivo en nosotros. Las piscinas, el fútbol, el monto, no solo nos divirtieron, sino que también aprendimos varias cosas: estar atento con los demás para no hacerse daño, ayudar sin pedir, trabajo en equipo, compartir, etc.

Al final tuvimos que irnos y separarnos y fue dura la despedida con nuestros compañeros. Tras todos esos buenos momentos que hemos vivido, había tristeza, lágrimas, alegría, risas, sentimientos encontrados. La verdad que fue una experiencia inolvidable. Espero que tengamos otra ocasión de volver a vivir esta experiencia nueva. Y quiero agradecer a nuestros educadores que estaban con nosotros en todo: gracias a Andoni, Eboni, Markel, María». 

Otros 12 jóvenes han estado en Ceuta, frontera de España con Marruecos, para apoyar la acogida a los jóvenes migrantes que atraviesan las vallas en el Centro de Estancia temporal para inmigrantes (CETI). Ángel Martínez, coordinador de la experiencia, nos cuenta algo de lo vivido. 

«Nervios, emociones contenidas, incertidumbre, ganas de compartir, ilusión… 

A todos, mientras esperábamos en el puerto de Algeciras a nuestro ferry con destino a Ceuta, nos bailaban los sentimientos en el interior. Íbamos a comenzar un campo de trabajo en el CETI de la ciudad autónoma. 

Nos habían contado a monitores y jóvenes que era intenso, que nos íbamos a encontrar con auténticas historias de vida y superación, de lucha y de desesperanza; y quizás una de las mayores preocupaciones que teníamos era cómo nos íbamos a comunicar. Habíamos previsto talleres, facilidades para la comunicación, actividades para realizar. 

Pero, era mucho más sencillo que todo eso. 

Muy pronto, desde el primer instante, nos dimos cuenta de que nuestros corazones se conectaban con una imprevista facilidad con el otro. Pronto, muy pronto, nos dimos cuenta de que la comunicación fluía porque cuando dos se quieren comunicar no hay barreras que se interpongan. 

Se nos constreñía el corazón a cada minuto, pero por encima de eso se nos iba forjando un corazón limpio y lleno de esperanza. 

Tocamos pobreza en Ceuta; pero no dejó de inundarnos el cariño, la vocación y la entrega de las decenas de trabajadores y voluntarios con los que compartimos campo de trabajo. Tocamos heridas en Ceuta; pero no dejamos de ver en decenas de ojos la esperanza de pasar a la Península para buscar trabajo, para forjarse un futuro, para no dejar de ayudar cada uno a los suyos. Casi tocamos en Ceuta la valla de la infamia; pero no dejamos de sentir que nos tocaba muy dentro visualizar los rostros que habíamos tocado con el corazón encaramados a la barrera que los hombres ponemos y que las gaviotas cruzaban volando una y otra vez. 

Y alguien tocó nuestro corazón, sin lugar a dudas: la reflexión en la playa, la oración espontánea frente a la valla y el silencio del regreso daban cuenta de ello. 

Volvimos en silencio en el Valeria, que es como llaman los residentes del CETI al ferry de Balearia, portador de esperanza. Ya no había una joven emoción por la experiencia a vivir. Había en nuestros corazones la fusión con nuestros hermanos, con otros hijos de Dios con los que compartimos el sueño de cruzar el estrecho en el Valeria para alcanzar al menos una porción de la promesa de una vida en un mundo un poco más justo. El silencio en el que nos sumimos en el Valeria no solo era por la despedida que se cernía sobre nosotros, era el silencio de quien sabe que ese no había sido un viaje más. 

Para cerrar estas líneas me gustaría traer un pequeño texto que escribió una de las jóvenes que participaron en campo de trabajo y que compartió en una oración de la noche. Sus líneas nos acercan a la mezcla que vivimos día tras día de: emociones, esperanza y cruda realidad. 

“Querido hermano: Hoy he conocido a un chico de tu edad. Me ha dicho que quiere ser médico, igual que tú. Tú vas a pasar ya a tercero de carrera. Él con suerte pasará a la península. Tú elegiste medicina porque papá insistió. Sus padres no pueden apoyarle en su decisión, fueron asesinados. Quiere ser médico, y yo no he tenido el valor de decirle que no lo va a conseguir. Pero, ¿y si pudiera?”». 

 

Otros jóvenes han participado en campos de voluntariado de otras instituciones con prostitución y menores (oblatas, jesuitas…). Janire Díez, por ejemplo, ha vivido con las oblatas en Alicante y nos lo cuenta así:

«Somos tres jóvenes que hemos podido ver la dura realidad que viven las mujeres. Mujeres que aparentemente pueden tener todo, algunas casadas, otras no, con hij@s… Detrás de esa fachada, hay abuso, violaciones, coacción, maltrato psicológico o físico… una serie de actos que destrozan a una mujer y a cualquier persona humana. 

Muchas de las mujeres que hemos conocido son unas luchadoras que están intentando salir de esa situación, mujeres con un corazón gigante, que solo quieren una vida lejos de todo eso. Todo esto nos hace ver que tenemos que seguir luchando junt@s para cambiar. 

Nosotras y nosotros tenemos que seguir luchando por ellas y por el cambio social, para que ni una más tenga que aguantar ser violada, estar encerrada en su propia casa, suplicar por su vida, ser infeliz, ser un cero a la izquierda, y las que se te ocurran por la cabeza».

Varios grupos de jóvenes han estado en la comunidad de Basida, en Navahondilla. 

«Hola, soy Isabel López de Ocáriz, de Vitoria, y este verano he tenido la suerte de pasar cuatro días en la casa de Basida de Navahondilla. 

Lo primero de todo, he de reconocer que desde que llegue me pareció un sitio super acogedor y según fueron pasando los días, me di cuenta de que estaba siendo participe de una pequeña gran familia. 

Me quedé admirada con la forma de trabajar de las personas, todas voluntarias y, lo mejor de todo, fue ver cómo entre los propios residentes se apoyaban y ayudan en todo lo que podían, sin creerse unos mejor que otros a pesar de las diversas capacidades.

A su vez, desde el comienzo, los residentes nos trataron como alguien más de su familia, dejándonos entrar en sus historias y dándonos lecciones de vida.

De todo esto, me quedo con diversos aprendizajes, pero. sobre todo, con cómo una de las responsables nos dijo: “Todo esto sin Dios no hubiera sido posible”.

¡Estoy deseando volver y seguir aprendiendo de ellos!».

 

Otro testimonio, más largo, nos llega del grupo de Pamplona que estuvo en la comunidad de Basida en Aranjuez: Iker Sanz, de 20 años. 

«Con miedo e inseguridad. Así es como llegaba yo a Basida, un campo de voluntariado al que me apunté de cabeza sin informarme muy bien sobre qué iba (solo sabía que se fundó a partir del brote de sida en los años 90) ya que durante el curso no puedo ir a casi ninguna reunión de mi grupo de catecumenado al estudiar en Zaragoza. Por ello, pensé que era un buen momento para poner de mi parte y aportar al movimiento Calasanz. 

Cuando se fue acercando la fecha ya empezaba a saber más cosas acerca de lo que iba a vivir. Me enteré de que en Basida no viven solamente personas con sida, tal y como era originalmente alrededor de los años 90, sino que poco a poco se habían ido abriendo a más realidades: personas con adicción a las drogas y al alcohol, gente con demencia, inmunodeprimidas, abandonos familiares, desahuciados, enfermedades crónicas o incluso presidiarios enfermos que cumplen condena en la casa de Basida. Es decir, una infinidad de casos en los que no encontraba relación ni concreción, y eso aún me generaba más nervios de los que ya tenía. Para colmo, nada más llegar allí nos hicieron un test de antígenos por precaución y justo di positivo, así que tuve que llevar mascarilla unos días a 37°C. Con todo ello, mis ganas y ánimos para vivir la experiencia fueron bajos al comienzo.

Sin embargo, empecé a verlo todo de otra forma a lo largo del primer día. Fuimos a merendar y lo primero que me sorprendió es el ambiente que había. Me esperaba que Basida fuera un centro más «médico», como una residencia. En cambio, se intuía un ambiente mucho más familiar, mucho más de casa que de médico. Los residentes estaban sentados con los demás voluntarios en mesas de cuatro y nosotros, que al principio estábamos muy tímidos sin saber qué hacer, nos sentamos separados de ellos. La primera lección vino cuando algunos de los residentes se acercaron a nosotros para presentarse y darnos la bienvenida a Basida, diciéndonos que estaban muy contentos de que fuéramos. Además, como por precaución estaba sentado en una mesa solo, se acercaron para preguntar mi nombre y a ver qué tal estaba. En ese momento mi percepción sobre la situación cambió y me fui quitando ciertos prejuicios que tenía sobre los residentes. Pensaba que iba a ser mucho más complicado entablar una conversación con ellos, que iban a tener una actitud más conflictiva, sobre todo pensando en los presidarios o adictos. Sin embargo, descubres que no son malas personas por lo que hayan podido hacer, sino que están dañadas por sus circunstancias personales. 

Todas las mañanas nos repartían para las distintas tareas que hacer en la casa, las cuales también realizábamos con los residentes e incluso ellos mismos eran los encargados de las mismas. Entre ellas estaban ordenar las naves, ayudar en cocina, en el almacén, en la asistencia a los «peques» (las personas más dependientes de la casa), la lavandería… Y aunque ellos nos están muy agradecidos por lo que ayudamos, yo les doy las gracias porque para mí esos momentos me sirvieron de excusa para hablar con los residentes, para conocerlos un poco más, tanto a ellos como su historia detrás. No hacía falta preguntarles nada puesto que ellos tienen tal necesidad de sentirse escuchados que se abrían a todos nosotros. Desde conversaciones «banales» como hablar con Marcos sobre para qué sirve un director de orquesta o hablar con Roberto de Raffaella Carrá, su cantante favorita, hasta oír a Toño contándote su problema con la adicción a las drogas y Maite explicándote la familia que es Basida para ella. Pero a todos ellos se les veía felices con su progreso y su vida actual allí.

Por otro lado, tuvimos un curso de formación respecto a varios ámbitos como pueden ser el sanitario, el psicológico o el social. Me gustó mucho aprender acerca de las distintas enfermedades que nos encontramos en Basida, sobre las distintas formas de tratar con los diversos perfiles y qué hace el equipo de Basida cuando les llega un nuevo caso. Sin embargo, si me tengo que quedar con algo es con el primer día introductorio en el que Cristina, una de las fundadoras de Basida, nos explicó que es un proyecto plenamente voluntario. No son trabajadores, son voluntarios, y no tienen ningún trabajo fuera de la casa de Basida, sino que su vida es ayudar a los residentes, estar ahí para ellos y para mantener la comunidad. Basida se mantiene a base de donativos o subvenciones, pero los voluntarios no tienen ingresos, no cotizan. Una pregunta que nos surgía a todos es qué va a ser de ellos cuando sean mayores ya que no van a tener una pensión. La respuesta de Cristina fue: «bueno, alguien me cuidará aquí cuando yo sea mayor, en eso confiamos todos». Un plan de vida arriesgado pero a su vez con una filosofía y un transfondo de amar muy especial. Además de ser sorprendente por sí solo, lo es más cuando descubres que eligieron esta manera de vivir con nuestra edad, alrededor de los 20 años, cosa que, por lo menos en mi caso, no me he llegado a plantear nunca y es complicado hasta imaginármelo. Cristina, Visi, Juan Carlos, Félix, Arantza; de todos ellos hemos aprendido mucho.

Por último, me gustaría destacar la espiritualidad que envuelve todo este proyecto, puesto que, para los fundadores, el motor principal para llevarlo a cabo fue la fe. Cuesta creer que aguantaran los 5 primeros años en los que tuvieron que vivir muchas pérdidas de residentes al no conocerse la infección por VIH, pero así lo hicieron, creyendo en Dios. Incluso muchos de los residentes iban a la eucaristía muchos de los días, y ver a personas como Linda, Juanan, Leo o Isa (algunos de los «peques») cantar, rezar, pedir por sus familiares y, sobre todo, sonreír ante su indudablemente complicada situación, creo que no deja indiferente a nadie.

Con ilusión y esperanza. Así es como me iba yo de Basida. Con ilusión de poder llevar todo este aprendizaje de vida y la filosofía de Basida a mi entorno y, de alguna forma, poder transmitirlo y llevarlo a cabo en mi vida diaria. En mi opinión, en este tipo de experiencias los sentimientos encontrados se quedan confinados temporal y espacialmente. Con esto quiero decir que no vale de nada estar emocionado en Basida esa semana que pasas allí y la semana siguiente que es el momento en el que cuentas a tus familiares y amigos lo vivido. Hay que encontrar la manera en la que tú vas a encajar eso en tu vida, cómo lo vas a moldear para que encaje dentro de tus ideales de vida y lo puedas poner en práctica. Por último, con esperanza por dos motivos: el primero por ver que jóvenes como nosotros tienen brillantes ideas y una gran valentía para ayudar con sus aptitudes a gente que no tiene a dónde ir o a quién acudir. Un ejemplo de ello son los fundadores de Basida hace más de 30 años, y ojalá nosotros podamos ser ejemplo de algo similar en algún momento de nuestras vidas. El segundo motivo reside en aquellas personas que entraron rotas a Basida, con problemas inimaginables y aparentemente irreparables, que ahora llevan una vida normal y reformada; definitivamente son personas renovadas. Muchas de ellas ahora están como voluntarios ayudando a personas en las que seguramente vean su reflejo de hace unos años. Indudablemente esto es un signo más de la familia que es Basida: una familia que no deja indiferente a nadie y que basa su esencia en la diversidad, en el sentimiento de comunidad y en el amor incondicional.

Otros cinco jóvenes de diferentes presencias han vivido el Close tu Calasanz, en su segunda edición, en Roma. Se trata de una peregrinación de jóvenes del Movimiento Calasanz de Europa para compartir su vivencia desde el Movimiento Calasanz y crecer en identidad calasancia y escolapia. Nuestros cinco jóvenes han disfrutado de charlas, diálogos, visitas, encuentros con el padre general y con Carles Gil, retiro en Asís… Vuelven con muchas ganas de multiplicar esta emoción por nuestro carisma. Podemos leer tres de sus testimonios:

Sebastian Romaniak, Polonia. «El viaje Cerca de Calasanz fue una experiencia increíble para mí. No solo me acercó el carácter, el carisma y la misión de san José de Calasanz, sino que también fue una gran oportunidad para crear un vínculo con los demás. El momento más emotivo para mí fue el voluntariado con los niños. También guardo un grato recuerdo del encuentro con Pedro, el general de los Escolapios, que nos contó la realidad de la orden escolapia. ¡Creo que este viaje siempre estará en mi corazón!».

Miriam Márquez, España. «Una de las cosas que más me gustó del viaje es ver cómo todos los diferentes entornos que nos rodeaban nos permitían conectar con Dios. Desde las preciosas iglesias de Roma, a la naturaleza en Asís, la playa con los niños acogidos por Calasanziants o la casa general. Lugares donde abrir los sentidos para rezar, reír, disfrutar y sentirse más cerca de Calasanz».

Emőke Martos, Hungría «El padre general nos preguntó en Roma qué habita en nuestros corazones. En el encuentro de jóvenes Cerca de Calasanz, los jóvenes de las provincias europeas y sus compañeros se acercaron a mí. Me reconforta saber, la convicción ahora personal, que todos vivimos por los mismos valores y sueños, aunque vivamos lejos unos de otros. No estamos solos porque Dios ha implantado en muchos corazones entregados el deseo de encontrarse, de acompañar a los niños y a los jóvenes. De Roma me traje movimiento, ruido y alegría de vivir, de Asís paz y silencio. Siguiendo el ejemplo de Calasanz, podemos elegir a Jesús una y otra vez cada día, aunque no lo hayamos hecho antes. Nuevo día – nueva oportunidad. Gracias por la experiencia y la convicción».

Que Calasanz los acompañe a todos en su camino.