Una sociedad con una religión vacía de contenido – Enrique Fraga

El señor Dios ha hablado,

¿quién no profetizará?

La pregunta que hoy nos va a interrogar es:

¿Qué está en el centro de tu ser cristian@?

La profecía de Amós es una denuncia, clara, ineludible y abrupta de la tentación de vivir la fe sin sentido, anclándonos en lo ritual, en las tradiciones y costumbres y dejando de lado el sentido íntimo y profundo de qué celebramos en los ritos y, aún peor, limitarnos a una fé desligada de la realidad y de la subversión de la realidad.

Aborrezco y rechazo vuestras fiestas,

no acepto vuestras asambleas.

Aunque me presentéis holocaustos

y ofrendas,

no me complaceré en ellos,

ni miraré las ofrendas pacíficas

con novillos cebados.

El pueblo de Israel había disociado las celebraciones, holocaustos y ofrendas de su sentido. Permitía el abuso a los débiles, la explotación de los marginados mientras pretendía contentar a Dios con gestos vacíos. ¿Nos suena? ¿No tenemos la tentación de contentarnos con acudir a los sacramentos, aunque no estemos celebrando nada? ¿No tenemos la tentación de acallar la conciencia con cualquier gesto, por muy vacío que esté?

Quizá debamos plantearnos el sentido de las celebraciones, holocaustos y ofrendas judías que en el caso cristiano recaen fundamentalmente en los sacramentos. Tal vez, sea necesario pararnos un momento a recordar qué es un sacramento y por qué tienen sentido y deberían alimentar la vida del cristian@.

Un sacramento es un signo eficaz de la gracia de Dios en nuestra vida, con otras palabras, un sacramento debería ser el símbolo, el gesto, la celebración de que sentimos la presencia, cariño y amor de Dios. En la eucaristía deberíamos celebrar que Dios Padre nos hace hermanos, y que vivimos esa fraternidad; en la confirmación deberíamos celebrar que Dios nos ha tocado el corazón y que nace de nosotros una apuesta radical por el Reino, decisión que merece ser compartida con la comunidad y celebrada, como fiesta y alegría que es.

¿Estamos cuidando el sentido de nuestros sacramentos o, en cambio, nos dejamos llevar por la rutina, por la rigidez del rito y los dejamos insulsos, ineficaces, reducidos y faltos de sentido? Quizá si cuidáramos el significado de celebraciones transmitiríamos mejor la experiencia del Dios que cambia y plenifica nuestras vidas.

¡Presentad vuestros sacrificios por la mañana,

cada tres días vuestros diezmos!

¡Ofreced acciones de gracias

con pan fermentado!

Proclamad en voz alta

las ofrendas voluntarias,

pues eso es lo que os gusta, hijos de Israel.

Los judíos estaban ciegos al sufrimiento de los débiles, los poderosos y ricos pretendían agradar a Dios gastando el dinero fruto de la explotación de los anawin en sacrificios. ¡Como si Dios necesitara sacrificios! ¡Cómo si Dios pudiera dejar impune la explotación de los débiles! ¡Cómo si Dios fuera ciego al sufrimiento humano!

¿Y, nosotros? ¿Somos ciegos a las estructuras de pecado de nuestra sociedad? ¿Nos aprovechamos de ellas para mantener nuestro estado del bienestar a costa de ese 90% de la población que lo hace posible, y luego nos sentimos generosos por dar a Cáritas, o cualquier ONG lo que nos sobra? Amós nos obliga a removernos, a analizar nuestros patrones de consumo, a sensibilizar nuestra mirada y a no quedarnos indiferentes frente a estas realidades.

El día en que le pida cuentas

de los delitos de la casa de Israel,

pediré cuentas también

a los altaresde Betel.

Cuánto mal hace que pasemos de largo frente a la miseria, que no estemos dispuestos a complicar nuestra acomodada vida, pero cuanto mal hace también que pretendamos justificarnos con misas, oraciones o limosnas. Amós pone voz a un grito de Dios: Pasa a la acción.

Hice subir a vuestras narices

el hedor de vuestros campamentos.

Pero no os convertisteis a mí.

Volver la mirada a la miseria no es sencillo, ni bonito, ni agradable. La miseria y la pobreza huele mal, nos saca de la comodidad, nos hace abandonar nuestro bienestar privilegiado, nos complica radicalmente la vida. Ser cristian@, cristian@ comprometido no es sencillo, sin embargo, cuando nace de un encuentro profundo con Dios no nos queda más remedio, porque aún en la dificultad nos hace verdaderamente felices y nos plenifica.

¿Es que en el desierto

durante cuarenta años

me ofrecisteis sacrificios y oblaciones,

casa de Israel?

Amós nos invita a ir al desierto, a volver al desierto, donde Dios nos hablará al corazón. Nos invita a dejar a un lado el ruido de nuestra vida, olvidar aquello que pensamos que no puede ser de otra manera, las construcciones sociales, y reducirnos a lo esencial, despojados de todo lo que no deja a la voz de Dios llegar a lo profundo de nosotros y susurrarnos al corazón:

¿qué cristian@ quieres ser tú?