Una pastoral para la iglesia de Francisco – Pepa Torres y Chema González

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Pepa Sánchez Torres, ISP http://pepatorresperezblog.blogspot.com.es/

Chema Pérez-Soba chema.perez@cardenalcisneros.es

 

 

  • La sensación de vivir un tiempo de cambio

No cabe duda de que en algunos ambientes de la Iglesia la llegada del papa Francisco ha supuesto un aire de renovación. Frente al «malestar del cristianismo» del que hablaba Juan Martín Velasco[1], parece que la aceptación de algunas de las actuaciones de Francisco por la sociedad global ha creado un nuevo optimismo.

A veces da la impresión de que esta sensación nace de la forma de ser del pontífice, cercana, espontánea, que rompe moldes tradicionales, como cuando decidió vivir en la casa de Santa Marta en lugar de en las estancias pontificias. Si es así, nos encontramos ante un riesgo serio: seguir en la papolatría, esto es, admirar al papa, aplaudirle… y seguir viviendo como siempre. Ese no es el mensaje del papa, eso es seguir aferrado a la eclesiastización del cristianismo[2] y hacer oídos sordos al mensaje del acontecimiento Francisco, que nos empuja a despertar y despertarnos. Las acciones del papa no son caprichos o anécdotas, sino que señalan a un proyecto de Francisco para la Iglesia.

Las acciones del papa no son caprichos o anécdotas, sino que señalan a un proyecto de Francisco para la Iglesia

Para entender ese proyecto es necesario volver la vista a su encíclica Evangelii Gaudium pues, como él mismo escribía, esta encíclica no quería ser un documento más, de fácil y rápida digestión, sino el programa de su pontificado:

«No ignoro que hoy los documentos no despiertan el mismo interés que en otras épocas, y son rápidamente olvidados. No obstante, destaco que lo que trataré de expresar aquí tiene un sentido programático y consecuencias importantes. Espero que todas las comunidades procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están» (EG 25).

Y puede que ese temor se haya cumplido, que, al final, EG se haya convertido en un documento más, eclipsado por el estilo de comunicación de Francisco. El problema es que, de ser así, a lo mejor aceptamos lo único que no podemos aceptar según EG: quedarnos como estamos. El tono del papa es fuerte, impulsivo, desafiante, no acepta con facilidad la indiferencia. Nuestro miedo no debe ser cambiar, debe ser quedarnos donde estamos:

«Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida. Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: “¡Dadles vosotros de comer!”» (EG 49).

Frente al «malestar» eclesial, tan paralizante, Francisco urge a la conversión y a una impostergable renovación eclesial (EG 27). La llamada del papa no es renovar la «papolatría», sino comprometer nuestras instituciones en la construcción de una nueva Iglesia. Por ello, nuestros esfuerzos deben centrarse en conocer las características concretas que tiene esta renovación, para poder tomarla en serio y, desde nuestra apuesta por la pastoral juvenil, aceptar su reto.

Este artículo quiere dar pautas para responder a esta pregunta y, con ello, ayudar a impulsar, en la realidad de nuestras comunidades, el proyecto de Francisco para el siglo XXI.

2- Los caminos de renovación de Francisco para la Iglesia

2.1 La Iglesia, misterio de un Pueblo

Quizá, la base de la que parte todo el proyecto es la imagen de la Iglesia de Francisco, imagen que es la misma que Vaticano II propuso hace ya más de cincuenta años. De hecho, algún autor ha señalado, en esa línea, que su proyecto es «el rescate de la agenda inacabada del Vaticano II»[3].

La eclesiología de Francisco nace del lugar de la Iglesia donde el concilio dio los frutos más claros en este aspecto: América Latina

Y no es extraño. La eclesiología de Francisco nace del lugar de la Iglesia donde el concilio dio los frutos más claros en este aspecto: América Latina. La llegada del concilio al continente americano, de la mano de pastores profetas como Hélder Camara, impulsó la reflexión y el trabajo común de la iglesia latinoamericana, de la mano del CELAM[4]. Por ello, es en América Latina donde tuvo lugar el acontecimiento de Medellín, símbolo de una Iglesia que rompía con las cargas del pasado e iniciaba, con todo el riesgo que eso tenía consigo, un camino diferente de futuro. Ya no había que imitar sin más a Europa, sino que el pueblo de Dios en América, en comunión con la Iglesia universal, caminaba con sus propios pies, enfangados en la pobreza y la injusticia cotidiana y estructural, en seguimiento del único pastor, Cristo. El impacto que supuso este acontecimiento en la historia de la Iglesia no ha sido todavía valorado en su justa medida[5].

El papa Francisco es hijo y hermano de esa experiencia fundante: para él la Iglesia no es una institución cercada por el mal de la secularización, sino que es, ante todo, un pueblo que peregrina hacia Dios, «un misterio que hunde sus raíces en la Trinidad, pero tiene una concreción histórica en un pueblo peregrino y evangelizador, lo cual trasciende toda necesaria expresión institucional» (EG 11).

Frente a una espiritualidad individualizada, centrada en el yo, Francisco señala a una espiritualidad eclesial. Jesús nos señala el camino del Reino como camino de comunidad, nos ofrece la experiencia de conformar un pueblo, santo y pecador, que se sabe en camino, a la escucha del Espíritu[6].

Por eso la Iglesia debe sanar su tendencia al funcionalismo. «Funcionalismo» significa reducir la vida eclesial a planificaciones y organigramas que tienden a sobrevivirse a sí mismos; es pensar que, como hay cargos y hay papeles escritos, hay vida. Claro que es bueno e imprescindible organizar los esfuerzos, pero la Iglesia y nuestra pastoral bebe de la escucha del Espíritu que se nos ofrece en el espesor de la realidad. La Ruah es frescura, es novedad, es escuchar, sentir la necesidad que clama y crear la respuesta, encaje o no con lo que esperábamos. La tentación de toda institución, por santa que sea, es la de confundir actividad y burocracia, y asumir con naturalidad los criterios de la eficacia empresarial. La misión de Jesús se realiza en el encuentro con la gente (como con la samaritana, como con Zaqueo, como con María Magdalena). Por eso, hemos de tener mucho cuidado en no quedarnos prisioneros en los despachos, las estadísticas o las estrategias abstractas.

La misión de Jesús se realiza en el encuentro con la gente

Francisco denuncia los riesgos de una pastoral basada en «idealismos y nominalismos ineficaces» (EG 232) que se queda solo en palabras y que antepone lo que debería ser a lo que es. La propuesta pastoral de la Iglesia da prioridad a la realidad sobre la idea. Joaquín García Roca señalaba que nuestro mundo y nuestra Iglesia tienen empacho de abstracción, y la abstracción es enemiga de la compasión, porque no se deja afectar por la realidad[7]. Frente a ello, Francisco propone el cuerpo a cuerpo con la gente, la escucha en proximidad de la sabiduría del pueblo como forma de conocimiento y también como criterio de discernimiento. Por eso, como veremos, los procesos sinodales que hemos vivido, tanto el de la familia como el de los jóvenes, partían de la escucha del pueblo de Dios a través de consultas previas. Lo que quería subrayar el papa es que el mismo proceso era tan importante como el resultado. Ser Iglesia es tomar en serio la vida de toda la Iglesia, escuchar y caminar juntos.

Así, ya tenemos un desafío pastoral concreto: presentar a los jóvenes la experiencia de pertenecer a un pueblo en camino, que espera su aportación para crear futuro y que camina a la escucha del Espíritu, lo que significa contrastar los despachos y planes con el ‘escuchar’ del cuerpo a cuerpo.

Lo que quería subrayar el papa es que el mismo proceso era tan importante como el resultado

2.2. La Iglesia es «sínodo»

La otra gran patología eclesial que denuncia Francisco es el clericalismo. Pese a que el Vaticano II anunciaba que este era el tiempo de los laicos en la Iglesia, la realidad es que parece que no hemos pasado, en cincuenta años, del anuncio a la realidad.

El Espíritu, insiste Francisco, no es propiedad de la jerarquía y, por eso, ser pastor no es decir a los demás qué hay que hacer, sino dar espacios para preguntarse juntos qué nos dice el Espíritu para seguir impulsando el Reino en nuestras vidas y en el mundo (EG 73). Desclericalizar la Iglesia implica tomar en serio la adultez de todos y relacionarnos unos con otros como lo que somos, hermanos, hijos e hijas de mismo Padre.

Por eso, el papa ha afirmado que «el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio»[8]. Y ¿qué es eso de la sinodalidad? Pues recuperar nuestra propia tradición. Etimológicamente sínodo significa caminar juntos. Esta es la Iglesia del siglo XXI, la que recupera el nombre original que los cristianos se daban así mismos: los «del camino»[9], lo que implica que no somos los garantes de un tesoro escondido frente al mundo, sino los que se saben peregrinos, en marcha a la escucha del Espíritu y saben que ese camino lo recorremos todos juntos, desde el común Bautismo que nos consagra a todos y todas como sacerdotes, profetas y reyes.

Este es un cambio real y concreto que, según el documento de la Comisión Teológica Internacional La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia, implica transformar nuestra espiritualidad para comprender que no puedo seguir a Cristo sin escuchar al Espíritu en el otro. Esto implica estructuras estables de escucha y de compartir, implica el discernimiento en común y una apuesta decidida por tejer comunión desde la diversidad reconciliada y una multiforme armonía (EG 230, 117). El modelo de la Iglesia no es la uniformidad dirigida por «generales», sino el poliedro, que refleja confluencias de todas las peculiaridades, que en él conservan su originalidad (EG 236).

«Caminar juntos es el camino constitutivo de la Iglesia; la figura que nos permite interpretar la realidad con los ojos y el corazón de Dios; la condición para seguir al Señor Jesús y ser siervos de la vida en este tiempo herido. Respiración y paso sinodal revelan lo que somos y el dinamismo de comunión que anima nuestras decisiones. Solo en este horizonte podemos renovar realmente nuestra pastoral y adecuarla a la misión de la Iglesia en el mundo de hoy, solo así podemos afrontar la complejidad de este tiempo, agradecidos por el camino recorrido y decididos a continuarlo con parresía»[10]

Y esta parresía, que significa decirlo todo, implica, sin duda, como señala el documento, confianza, franqueza y valor. En esta apuesta por la desclericalización y el reconocimiento de la singularidad y la diferencia, Francisco urge al reconocimiento del papel de las mujeres en la Iglesia y a ampliar los espacios para una presencia más incisiva en lugares de toma de decisiones (EG 103), pues la realidad eclesial está muy lejos de los anhelos profundos de muchas mujeres cristianas que reclaman la comunidad de iguales y el pleno acceso a los ministerios, más allá de la división sexual de roles y mandatos de género[11].

Tenemos, pues, una nueva cuestión a responder: ¿son nuestras comunidades pastorales espacios de sinodalidad real, donde laicos, consagrados y sacerdotes viven una Iglesia comunión? ¿O enseñamos desde jóvenes la diferente dignidad de unos y otros/otras? ¿Son los jóvenes protagonistas de sus procesos o solo sujetos?, ¿aprenden a ser Iglesia, docente y discente, participando y escuchando?

¿Son nuestras comunidades pastorales espacios de sinodalidad real, donde laicos, consagrados y sacerdotes viven una Iglesia comunión?

2.3. La Iglesia abandona el ensimismamiento para ir en salida

La Iglesia es sacramento de salvación (LG 9). Por tanto, es esencialmente misionera, porque su fin es el Reino y no ella misma, ni siquiera su propio automantenimiento (EG 27). Esto es fundamental para Francisco: del «malestar» que podemos sentir al vivir en un mundo donde no encajan nuestros antiguos privilegios, surge la tentación de ensimismarnos, de lamernos las heridas, de caer en la autoreferencialidad. Para Francisco una Iglesia así, incapaz de encontrar nada fuera, siempre centrada en sí misma, es una Iglesia patológica, enferma (EG 43). Él mismo escribió un texto, dirigido a las congregaciones generales antes del conclave, en el que insistía en esta idea:

«Los males que a lo largo del tiempo se dan en las instituciones eclesiales tienen raíz de autoreferencialidad. Una suerte de narcisismo teológico (…) La Iglesia autoreferencial pretende a Jesucristo dentro de sí y no le deja salir. La Iglesia cuando es autorreferencial, sin darse cuenta, cree que tiene luz propia… Es vivir para darse gloria unos a otros»[12] .

Para superar esta tendencia al círculo cerrado, debemos tomar conciencia de que todo el pueblo de Dios somos el sujeto colectivo de la evangelización (EG 129), por lo que estamos llamados a ser comunidades en salida de sí, desinstaladas, descentradas por el clamor por la vida que emerge de la periferias sociales y existenciales (EG 20, 30,46).

Debemos tomar conciencia de que todo el pueblo de Dios somos el sujeto colectivo de la evangelización

Nuestra imagen de Iglesia no es el monasterio medieval rodeado de muros[13], sino una Iglesia hospital de campaña afectada por la realidad doliente la humanidad y el expolio de la casa común[14], una Iglesia caravana solidaria (EG 87), compañera de las luchas y los sueños de la humanidad, que abre sus monasterios, parroquias, santuarios a la acogida de refugiados e inmigrantes a los que los gobiernos se la niegan[15].

Por eso la propuesta pastoral de Francisco nos urge hoy a aprojimarnos y acortar distancias con aquellos y aquellas que anhelan y luchan por una humanidad alternativa, acogiendo y transmitiendo la mística de vivir juntos, de mezclarse, de compartir gratis lo que gratis se ha recibido (EG 87). Esto implica un cambio radical en la agenda de la Iglesia[16]. Una apuesta clara por dejarnos interpelar por quienes se sienten fuera de ella, una apuesta discernida y cuidada por modos cordiales de inserción en los ambientes desde la cercanía, la buena vecindad, el compañerismo y la amistad con los últimos, dejándonos también acompañar y echar un mano por ellos. Salir de la lógica de la suficiencia y entrar en la lógica de la reciprocidad y del aprender y buscar con otros y otras preguntándonos juntos las grandes cuestiones de la humanidad sin dar por hecho las respuestas ni pretender imponerlas. Junto con la salida a las periferias, al igual que Pablo y Damaris se encontraron en el Areópago de Atenas (Hch 17,33-34) hoy también es necesario que la Iglesia salgamos a los nuevos areópagos, allí donde se plantean las grandes causas humanizadoras: derechos humanos, sostenibilidad de la vida, desafíos de la cultura y de la ciencia, iniciativas por un ética global, búsqueda de alternativas económicas más allá del mercado. Y allí nos encontramos con los hombres y mujeres que buscan a Dios y su Reino sin conocerle o dándole otros nombres como utopía o dignidad humana. Quizás, como le sucedió a Jacob, Dios esté en este lugar y somos nosotros quienes no lo sabíamos (Gn 28,16).

Así, nuestro compromiso con una pastoral eclesial es un compromiso también con una pastoral en salida, junto a muchos otros, sintiéndonos sal en la olla, metidos «en el cocido», parte de los anhelos de las «periferias existenciales» a las que hace referencia continua Francisco. Somos una pastoral eclesial, somos una pastoral en salida.

Nuestro compromiso con una pastoral eclesial es un compromiso también con una pastoral en salida

2.4. La Iglesia misericordiosa

La conversión personal y pastoral a la que somos urgidos y urgidas no es posible sin una conversión espiritual al Dios todo misericordia y cuidado de Jesús. La conversión pastoral por la que clama el papa Francisco no es otra cosa que el ejercicio de la maternidad de la Iglesia[17]. Como señala el cardenal Kasper [18] la Iglesia da a luz, amamanta, hace crecer, corrige, alimenta, acompaña de la mano. Es necesario redescubrir las entrañas maternas de la misericordia en una Iglesia que todavía demasiadas veces es más madrastra que madre y más jueza inflexible que todo cuidadosa y tierna. Por eso, desde sus primeras declaraciones públicas, Francisco apeló a la misericordia como el máximo atributo de Dios y el acto último y supremo con el cual viene a nuestro encuentro[19]. Las líneas programáticas de su pontificado se centran en la misericordia como oferta sanadora de Dios a tanta herida abierta en nuestro mundo, en el corazón humano, en la casa común y en la propia institución eclesial.

Para Francisco este tiempo nuestro es un kairós de la misericordia[20]. Ella es la llave maestra que nos mueve a quitar cerrojos y criterios de admisión en nuestras comunidades, para que la Iglesia no sea una aduana o un puesto fronterizo, sino un hogar de puertas abiertas donde los más cansados y abatidos encuentren descanso.

Pero la misericordia, como sucede en el Evangelio, es signo de conflicto y contradicción. Encuentra siempre oposición y resistencia en quienes, como dice el libro de la Sabiduría, hacen de su fuerza norma de la justicia y desprecian la debilidad (Sab 2,11). No olvidemos que van a ser precisamente las prácticas misericordiosas de Jesús, las causas que van a conducirle a un proceso judicial injusto y su posterior condena a muerte (Lc 23,1-11). No es extraña, pues, la controversia que vivimos sobre la exhortación Amoris Laetitia. En ella se avisa del riesgo de una praxis cristiana que vacíe de contenido y significación real la misericordia, aprisionándola en una moral de escritorio que acabe por licuar el Evangelio reduciéndolo aplicar preceptos morales como si fueran rocas que se lanzan sobre la vida de las personas (AL 312, 311, 304). Frente a una moral rigorista que corre el riesgo de convertir el confesionario en una sala de torturas (EG 4), la propuesta de Francisco es la misericordia y el discernimiento como principio de acción de la Iglesia, de manera que prevalezca la lógica del integrar sobre la del aislar (AL 296) porque la misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia (MV 10).

Por ello, aunque es probable que en nuestras pastorales ya no tenga espacio el Dios castigador de otras épocas, sí es posible que, sin darnos cuenta, solo quepan los buenos, los que siempre siguen el proceso, los que siempre dicen sí… hasta que tienen su momento de perder referencias, de confusión, de aceptar otras cosas. ¿Acompañamos también, con cariño, esos momentos?, ¿saben nuestros jóvenes que nuestras puertas siempre estarán abiertas, que siempre contamos con ellos? De hecho ¿aprenden de nosotros a juzgar el mundo y a los demás o a mirar con la mirada de Jesús? «Yo tampoco te condeno» (Jn 8,11).

¿Saben nuestros jóvenes que nuestras puertas siempre estarán abiertas, que siempre contamos con ellos?

2.5. Una Iglesia pobre para los pobres

Francisco en su discurso de recepción del pontificado se presentó a sí mismo como alguien venido del fin del mundo, un lugar rebelde en su memoria y en sus luchas ante las dictaduras políticas y económicas. Su propuesta pastoral está atravesada por la conciencia de que el Evangelio de la misericordia es fuente de conciencia solidaria y ecológica. La misericordia se traduce en amor político y compromiso con el cuidado de la casa común

«El amor lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también civil y político y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor. El amor a la sociedad y el compromiso por el bien común son una forma excelente de la caridad que no solo afecta a las relaciones entre los individuos, sino a las macro-relaciones, como a las relaciones sociales económicas y políticas. (…) El amor social es la clave de un auténtico desarrollo (…) y ha de ser la norma constante y suprema de la acción. (…) El amor social nos mueve a pensar en grandes estrategias que detengan eficazmente la degradación ambiental y alienten una cultura del cuidado que impregnen toda la sociedad (LS 231)».

La teología del pobre que maneja Francisco recupera lo mejor de nuestra doctrina social y patrística. Los pobres son la carne de Cristo y escuchar su clamor es escuchar el clamor de la justicia y el reino que nos reclama. Por eso la opción por los pobres atraviesa la vida de todo creyente y el corazón de toda la Iglesia. Dios mismo se hizo pobre en Jesús y todo el camino de nuestra redención esta signado en ese misterio (EG 198, 197).

La teología del pobre que maneja Francisco recupera lo mejor de nuestra doctrina social y patrística

Así, no solo estamos hablando de la labor asistencial, sino de tomar en cuenta que los pobres son sujeto eclesial y agentes de cambio social porque, como señaló Francisco en el Primer Encuentro con las organizaciones Populares[21]

«¡Los pobres no solo padecen la injusticia, sino que luchan contra ella! (…) Tampoco están esperando de brazos cruzados la ayuda de las ONG, planes asistenciales o soluciones que nunca llegan o si llegan de tal manera que van en una dimensión de anestesiar o domesticar. (…) Los pobres ya no esperan y quieren ser protagonistas, se organizan, estudian, trabajan, reclaman…».

De esta concepción activa y dinámica de los pobres se deriva que nuestra labor, para ser evangélica, ha de hacerse desde sus propios contextos y culturas, respetando su modo propio de ser para reconocerles, afectiva y efectivamente, como sujetos de un proceso histórico de desarrollo y de liberación (EG 202-208). De ahí la novedad radical de los encuentros del papa Francisco con las organizaciones populares, algo insólito en la historia del papado. En ellos se acentúan subrayados pastorales como los siguientes: ….

  • El reconocimiento del derecho al techo, la tierra y el trabajo como derechos sagrados.
  • La apuesta por los procesos de participación para revitalizar las democracias desde abajo y ser sembradores de cambios priorizando generar procesos más que ocupar espacios.
  • La defensa del bien común y la solidaridad entendida como dar prioridad a la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos (EG 189).
  • Denunciar la cultura del descarte, la dictadura de la economía sin rostro y la globalización de la indiferencia como formas de individualismo y, sobre todo, la divinización del dinero como el mayor peligro que amenazan actualmente la vida:

«¿Quién gobierna entonces? El dinero ¿Cómo gobierna? Con el látigo del miedo, de la inequidad, de la violencia económica, social, cultural y militar que engendra más y más violencia en una espiral descendente que parece no acabar jamás. ¡Cuánto dolor y cuánto miedo! Hay —lo dije hace poco—, hay un terrorismo de base que emana del control global del dinero sobre la tierra y atenta contra la humanidad entera. De ese terrorismo básico se alimentan los terrorismos derivados como el narcoterrorismo, el terrorismo de estado y lo que erróneamente algunos llaman terrorismo étnico o religioso, pero ningún pueblo, ninguna religión es terrorista. Es cierto, hay pequeños grupos fundamentalistas en todos lados. Pero el terrorismo empieza cuando “has desechado la maravilla de la creación, el hombre y la mujer, y has puesto allí el dinero”. Ese sistema es terrorista».[22]

El proyecto de Francisco nos insta a una pastoral crítica, a una pastoral que toma conciencia de que decir «sí» a lo que da vida implica un «no» a lo que provoca muerte. Francisco es también el papa de los noes y nuestra pastoral, si asume desde la misericordia la causa de los excluidos, si se deja tocar por su sufrimiento, tiene que afrontarlos:

  • No a una economía de la exclusión y de la inequidad (EG 53). Por los costes humanos y ecológicos que conlleva y porque nos hace incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros. En este sentido las personas migrantes y refugiadas son para Francisco un icono de esta globalización de la indiferencia a la que la Iglesia debe responder desde la gramática de la solidaridad, es decir acoger, promover, integrar y luchar contra toda forma de racismo o xenofobia [23]
  • No a la nueva idolatría del dinero que diviniza lo mercados y legitima la cultura del descarte, el expolio de la tierra, legitima la corrupción y el fraude fiscal (EG 55-56)
  • No a una sociedad que asume aún los roles patriarcales, es fuente de violencia contra las mujeres, asume su mercantilización como objetos y olvida que la pobreza tiene rostro de mujer en todo el mundo (EG 104).
  • No a la inequidad que genera violencia (EG 59) porque cualquier reclamo de seguridad será inútil porque hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad. Es imposible la convivencia pacífica sin justicia (EG 74).

Pero tan importante o más que las palabras verdaderas son los gestos. Gestos que la gente entiende mejor que los nominalismos declaracionistas, como cuando en la contra-cumbre de la COP21 contra el cambio climático, al prohibirse toda forma de manifestación por motivo de los atentados terroristas, se organizó una concentración inmensa de zapatos y Francisco encargó poner los suyos con su nombre y el de encíclica Laudato Si; o como cuando recién elegido, en la celebración de su primer Jueves Santo como obispo de Roma lavó los pies a una mujer musulmana; o como cuando con motivo de la conmemoración de los 500 años de la Reforma luterana, viajó a Lund para participar en ella y abrazó a la arzobispa Antje Jackelén; o las lágrimas compartidas en un encuentro con la comunidad rohingya en su viaje a Bangladesh…

¿Nos dejamos tocar por el sufrimiento de nuestros hermanos, para que nuestros jóvenes también se sientan conmovidos?

Las conclusiones pastorales son evidentes: ¿nos dejamos tocar por el sufrimiento de nuestros hermanos, para que nuestros jóvenes también se sientan conmovidos? ¿Acogemos? ¿Denunciamos? ¿Somos conscientes de los «noes» del Evangelio o preferimos ser «apolíticos»?

 

3 En conclusión

Es el momento de resumir y responder con claridad al proyecto Francisco. A nuestro juicio, una pastoral desde la propuesta de Francisco implica:

Una pastoral juvenil en la que vivir la experiencia de ser un Pueblo en camino

Frente a gnosticismos espiritualistas, en la que todo está centrado en mí, es muy importante proponer lo que vivimos: la conciencia de ser un pueblo, de ser juntos, que somos con los demás. La Iglesia no es una pirámide asentada desde siempre y para siempre, sino que necesita a cada joven, como es, para poder seguir caminando, para seguir trasparentando el Reino en un mundo necesitado. Da igual si la tentación es el misticismo conservador de una pureza ajena al barro de la vida o la liberal de una interioridad relajante y egocéntrica. La verdad es que somos juntos y en camino.

Esto implica plantar cara al funcionalismo que puede atar las manos a nuestra pastoral, generando espacios de encuentro, de escucha, de discernimiento, para responder a la vida y no a los papeles. Si nuestra pasión es transmitir la fe que nos da vida, transmitimos la verdad de escuchar al Espíritu y estar siempre abiertos a algo nuevo.

La pastoral nace de una comunidad sinodal, donde los jóvenes aprenden lo que viven: a participar y a escuchar

Frente a los enseñantes profesionales y gurús, caminamos juntos. Esto implica, necesariamente, plantar cara a la realidad de la clericalización, apostando por esa sinodalidad a la que dice Francisco que nos llama Dios en el siglo XXI. La pastoral nace de una comunidad sinodal, donde los jóvenes aprenden lo que viven: a participar y a escuchar.

Una pastoral juvenil en salida

Frente a la tentación del gueto, nuestra pastoral acepta encantada el reto de escuchar y dialogar con el mundo porque, de hecho, es parte de ese mundo. La inquietud por la ecología es nuestra inquietud; la sensibilidad feminista por la igualdad real de género es nuestra y se concreta en una pastoral feminista; el dolor del paro, de la exclusión, de la pérdida de ilusiones y perspectivas es nuestro dolor y escuchamos y compartimos el compromiso de muchas otras personas que quieren un mundo mejor.

Una pastoral juvenil misericordiosa

Frente a la tendencia a aceptar solo a los mejores, apostamos por el acompañamiento del joven, incluso cuando se confunde, cuando se enfada, cuando se rebela. Y transmitimos la conciencia de que siempre son queridos, porque sabemos que siempre lo merecen. Saben dónde estamos, donde no son juzgados, sino acogidos.

Así, frente a la tendencia a condenar este mundo, somos capaces de escuchar lo que el Espíritu dice y apreciar lo diferente. Y, con misericordia y sin juicio alguno, caminamos junto a otros, aunque sus opciones y expectativas vitales sean otras.

Una pastoral juvenil pobre y desde los pobres

Frente a la tentación de grandes montajes, por muy buenos que sean, tenemos en cuenta que son la sencillez y la cercanía las que tocan el corazón y lo transforman. No es el sentirse muy poderosos lo que convierte la vida, sino tomar conciencia de la propia fragilidad y compartirla con la fragilidad de los demás.

Frente a la tentación de «pasar de largo» ante los heridos del camino, nos dejamos tocar por ellos, vivimos la experiencia de romper las fronteras invisibles y tender puentes. Aprendemos juntos a ser críticos, a asumir por amor una forma de ver el mundo desde los que quedan fuera y, con ellos, tomamos conciencia de que decir «sí» a un mundo nuevo es decir «no» a lo que nos mata.

Estos son algunos de los puentes levadizos que propone Francisco para salir de nuestros encastillamientos. Y es a nosotros y nosotras a quienes nos toca recorrerlos. Para ello necesitamos hacer la experiencia honda de que el Dios de la Vida nos primerea (EG 24) y nos urge a salir de nuestras zonas de confort para reavivar en nuestro interior y en el corazón de nuestros ambientes la memoria peligrosa y esperanzada de Jesús. La tarea tiene mucho de paciencia porque el tiempo, como señala Francisco, es siempre superior al espacio (EG 222, 231), pero también de audacia y creatividad que nace de dejarse tocar por el fuego del Espíritu, que nos sigue gritando desde la realidad. No podemos consentir la quejumbrosidad del «malestar religioso» sino contagiarnos con la alegría de Emaús… y volver a Jerusalén, a anunciar la Vida.

La tarea tiene mucho de paciencia, pero también de audacia y creatividad

[1] Juan Martín Velasco, El malestar religioso de nuestra cultura, Madrid, 1993.

[2] Juan Martín Velasco, «La sal y la luz. Dos dimensiones de la presencia de las comunidades cristianas en la sociedad», Sal Terrae 100 (2012) 304. Con este término designa la reducción del cristianismo a la observancia de una doctrina y disciplina regulada por el Magisterio eclesiástico o la autoridad jerárquica.

[3] César Kuzma «La eclesiología del Papa Francisco: el rescate de la agenda inacabada del Vaticano II y su recepción en la Exhortación Evangelii Gaudium» en Medellín, vol. XLIII, nº 168, mayo-agosto (2017), 333-346.

[4] Consejo Episcopal Latinoamericano que, aunque empieza antes del CV II, recibe un impulso decisivo con él.

[5] Sobre todo ello, Luiz Carlos Susin (ed.), El mar se abrió. Treinta años de teología en América Latina, Santander, 2001.

[6] Sobre las raíces teológicas del papa: Rafael Luciani, El Papa Francisco y la teología del pueblo, PPC, Madrid, 2016.

[7] Joaquín García Roca, «El papa Francisco abre itinerarios culturales para el cambio de época». Iglesia Viva, 264, (2015), 17-36.

[8] Papa Francisco, «Discurso en la Conmemoración del 50 aniversario de la Institución del Sínodo de los Obispos (17 de octubre de 2015) ». Citado en La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia, Comisión Teológica Internacional, 2018, 1.

[9] Hch 19,8-9. 19,23. 24,14. 24,22.

[10] Papa Francisco, «Discurso en la apertura de los trabajos de la 70 Asamblea general de la Conferencia Episcopal Italiana (22 de mayo de 2017)». Citado en La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia, Comisión Teológica Internacional, 2018, 120.

[11] Para profundizar en este temases muy recomendable la lectura de Silvia Martínez Cano, «Mujeres creyentes, culturas e Iglesias: Reformas para comunidades católicas vinas y en acción» ESWTR 25 (2017), 203-2018.

[12] Citado por Juan Pablo García Maestro en Alternativas proféticas, la pastoral del cambio a partir de Evangelii gaudium, Madrid, 2015, 168.

[13] Ejemplo de esta estrategia para el cristianismo de hoy es la obra de R. Dreher, La opción benedictina, Madrid, 2018.

[14] Papa Francisco, Mi puerta siempre abierta. Una conversación con Antonio Spadaro., Barcelona, 2014,68-69.

[15] Oración del ángelus del 6 de septiembre de 2015.

[16] Para un desarrollo más exhaustivo de este tema, Pepa Torres Pérez, «Cristiás e cristians sen igrexa. Propostas para un posible reencontro», Encrucillada 195, (2015), 32-46.

[17] Sobre ello, Instituto Superior de Pastoral, Conversión personal, conversión pastoral. Vivir en cristiano en tiempos de incertidumbre, Estella, 2018.

[18] Walter Kasper, El papa Francisco. Revolución de la ternura y el amor. Raíces teológicas y pastorales, Santander, 2015, 63.

 [19] Misericordiae Vultus 2.

[20] Cf. Antonio Ávila, «Desafíos para la Reforma de la Iglesia», en AAVV Evangelii Gaudium y los desafíos pastorales para la iglesia, Madrid, 2014, 82.

[21] Discurso de clausura del I Encuentro con movimientos populares (http://w2.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2014/october/documents/papa-francesco_20141028_incontro-mondiale-movimenti-popolari.html).

[22] Discurso de clausura del III Encuentro con movimientos populares (http://w2.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2016/november/documents/papa-francesco_20161105_movimenti-popolari.html).

[23] Mensaje del papa Francisco para la Jornada mundial del migrante y del refugiado 2018  (http://w2.vatican.va/content/francesco/es/messages/migration/documents/papa-francesco_20170815_world-migrants-day-2018.html)

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