UNA PASTORAL PARA EL CAMBIO SOCIAL POSTCOVID – Juan Carlos de la Riva

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UNA PASTORAL PARA EL CAMBIO SOCIAL POSTCOVID

Juan Carlos de la Riva

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En nuestros grupos de pastoral están los ciudadanos de un futuro que cambia a velocidad vertiginosa. Ríos de tinta está generando la pandemia a los futurólogos sobre cómo esta crisis va a afectar a nuestra cultura y modo de vivir. Algunos fueron optimistas sobre las posibilidades de cambio mundial si nos tomamos esta crisis como una señal de Covid podamos aprender alguna lección importante y pensamos que los cambios que se produzcan, que sin duda serán profundos, no estarán guiados por impulsos éticos de construcción de fraternidad, sino que serán fruto de la astucia de los más dotados para prevalecer y hacer negocio pescando en río revuelto. 

Pronto en la pandemia se hizo viral esta frase: estamos en la misma tormenta pero no todos vamos en la misma barca. Un año y pico después podemos decir que, efectivamente, hay muchas personas primermundistas para las que la pandemia ha sido simplemente teletrabajar o no disfrutar de las fiestas de su pueblo: sus hijos tuvieron asistencia educativa, en la mayoría de los casos presencialmente en España. Sin embargo, según el IV Informe de Seguimiento de la Educación Unesco, cerca de 258 millones de niños y jóvenes quedaron excluidos del sistema escolar en 2020; además se estimó que el 40% de los países con ingresos bajos y medio–bajos, no han dado apoyo a los alumnos afectados por el cierre prolongado de sus establecimientos educacionales y la deserción aumenta.

Al escribir estas líneas siguen pasando desapercibidas las recomendaciones de los científicos de que hasta que toda la humanidad no se vacune, no estaremos seguros. El índice de vacunación en África no ha pasado, a día de hoy, del 4%. Quienes tenemos amigos y conocidos en países de este continente, nos recordarán que la Covid–19 no es su mayor preocupación, comparada con los miles de obstáculos que la gente ha de resolver para vivir su día a día en la lucha por la supervivencia. Que surjan nuevas versiones de este virus no asusta a quien aguanta diariamente miles de versiones del sufrimiento. Sin embargo, el argumento de los científicos invita a pensar en que, incluso, egoístamente, la solidaridad sería rentable. Y ni aún así. 

Desde RPJ queremos seguir siendo esperanzados. Y esperanzado no significa esperar con ingenuidad que los cambios positivos caigan como fruta madura. Esperanzado significa que podemos, desde la Iglesia, generar una reflexión lo suficientemente profunda como para generar sujetos capaces de modos de vida alternativos, solidarios, consistentes, sostenibles, hermanados. La realidad misma es, hoy más que nunca, la otra biblia que nos animaba Bonhoeffer a tener junto a la Biblia revelada, para poder decidir con bien. Y la realidad ofrece hoy material más que suficiente para una lectura evangélica transformadora y generadora de nuevas vías a transitar. Nunca serán mayoritarias, pero sí pueden ser significativas. Es responsabilidad de todos los agentes de pastoral el considerar sus grupos y actividades como verdaderos laboratorios de ese Reino que todavía no llega pero ya se puede ejemplarizar. 

Los pastoralistas tenemos la obligación de alentar la imaginación de nuestros jóvenes, aunque los analistas no animen a soñar. No podemos dejar que la emoción se vea truncada por los análisis de quienes se benefician precisamente de la falta de emociones transformadoras. Antes bien, nuestro grupo ha de ser el lugar de la emoción y la imaginación, el lugar donde se sueñe con las inmensas posibilidades de cambio que cada situación plantea. 

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​No podemos permitir que, en nuestra cultura, el hambre de ideales y sus sueños quede aplacada, remarcándose que las promesas siguen incumplidas, y los sueños se agotaron. La imaginación utópica está herida de muerte, sustituida por la comida basura de la superficialidad. La secularización bloquea la fe en el nivel de la disposición. El daño mayor está en la pérdida de la esperanza: los jóvenes perdieron el contacto con su interioridad y su deseo de algo diferente.

 La memoria también está herida y se ve sustituida por una inmediatez alienada, distraída, sin pasado ni futuro, como si estuviera aprisionada en un presente ahistórico. Y también está herido el sentido de la pertenencia: al joven se le han cortado las raíces, y parece ser abocado a un frenesí exterior y una parálisis interior. Esta superficialidad lleva a la insensibilidad y por último a la incapacidad para la compasión.

Frente a esto, nuestra pastoral ha de hacer vibrar los corazones, y lo ha de hacer desde la experiencia real de que el mal puede ser vencido, de que la tempestad puede ser calmada incluso desde una barca frágil como lo era la que trasportaba a Jesús en aquella milagrosa intercesión. No concebimos una pastoral que no vaya vinculada a un ilusionante conjunto de proyectos de servicio, proyectos que hayan sido discernidos con la mirada puesta en la otra orilla, que hayan sido acompañados por toda una tripulación en comunidad, y que hayan sentido la palabra esperanzada de Jesús sobre la tempestad. La fe que invita al amor demuestra así su carácter transformador, tanto del mundo y sus oscuridades, como de la propia persona que al ingresar en la dinámica del Reino ve su vida florecer.

Las experiencias de Reino tangible y presente, forjadas en el contacto cuerpo a cuerpo, llevarán al joven a esa demostración existencial de la verdad del Evangelio que el joven está reclamando a la Iglesia. Serán como pequeñas o grandes tempestades calmadas, donde es probable que incluso el joven no creyente, invadido de prejuicios culturales ante la fe, sea capaz de pronunciar ante estos gestos aquella frase de los discípulos en la barca: ¿pero quién es este, que hasta el viento y las aguas le obedecen! Y nosotros les contaremos simplemente que es Jesús, nuestro Señor, soñador del Reino.

Nuestro grupo ha de ser el lugar de la emoción y la imaginación.

No concebimos una pastoral que no vaya vinculada a un ilusionante conjunto de proyectos de servicio.

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