UNA PASTORAL JUVENIL EN CLAVE DE CUIDADO
Óscar Alonso
El tiempo de confinamiento, ese en el que estuvimos (y quizás volvamos a estar en otros períodos a partir de ahora), dio para mucho. Nos dio la oportunidad, sin haberla solicitado, de pararnos en seco, de valorar más que nunca eso de ser libres, nos posibilitó redescubrir nuestro mundo interior, nos hizo caer en la cuenta de que cualquier cosa, por insignificante que sea, puede llevar al traste y trastocar toda nuestra vida, nos invitó al encuentro de pareja, familiar, vecinal, despertó en nosotros lo mejor que los seres humanos somos capaces de hacer cuando la vida de otros está en peligro o puede estarlo, nos unió como nunca antes en un frente común contra un enemigo invisible, despiadado y para el que no teníamos más medicina que la solidaridad, el cariño y el estar juntos.
En definitiva, virus, pandemia y confinamiento nos invitaron, sin pedir permiso, a cuidar. A cuidarnos en primera persona, a cuidar a los otros y a darnos cuenta, una vez más, de que el planeta, nuestra casa común, necesita nuestro cuidado si no queremos que cada dos por tres nos veamos atacados por todo tipo de virus y bacterias de las que se encarga él mismo por su propia naturaleza, pero que, al esquilmarlo como lo estamos haciendo, le estamos anulando su poder de proteger y cuidar de los seres vivos, entre los que estamos los seres humanos.
¡Cuánto hemos cuidado y cuánto hemos necesitado del cuidado de los demás en este tiempo excepcional! Y ¡cuánto cuidamos y necesitamos que nos cuiden en todo tiempo! Y, quien dice cuidar, dice estar presente, ser sensible con la sensibilidad del otro, hablar por teléfono, enviar un WhatsApp, hacer una videollamada, practicar el detallismo, ser persona de gestos, visitar a quien nadie visita y también a quien sabemos bien que nos quiere y nos espera, ayudar a quien sea a llevar una vida digna, sanar heridas, acabar con la soledad, propiciar sonrisas, iluminar trechos del camino, disipar tinieblas, tratar a los otros con afecto y ternura, escuchar sin mirar el reloj, estar dispuesto a acompañar sin horario y sin más pretensión que atender y servir, sin más objetivo que amar más y amar mejor, sin más fin que ser ungüento y bálsamo para los otros. Cuidar ¡total nada! Total ¡todo! Cuidar: todo un arte para vivir más felices y hacer más felices a los demás.
¡Cuánto hemos cuidado y cuánto hemos necesitado del cuidado de los demás!
Los términos cuidar y cuidado esconden en sí mismos, y en el uso que en nuestra lengua tienen, muchos significados y son más que un verbo y un sustantivo. Nos gustaría que estuvieran presentes de modo constante en nuestra pastoral juvenil, de modo que todo cuanto se anuncie, se celebre, se viva comunitariamente y se sirva se haga conjugando, para cada ocasión, el cuidar y el cuidado, que en nuestras comunidades siempre tienen en el centro a la persona, a toda la persona y a todas las personas. Parafraseando al papa Francisco, «hay que tener siempre en cuenta a la persona. Y aquí entramos en el misterio del ser humano. En esta vida Dios cuida a las personas y es nuestro deber cuidarlas a partir de su condición». Siempre desde el convencimiento de que el cuidar es un verbo ¡tan evangélico y evangelizador!¡Y tan propio de nuestra pastoral juvenil!
La pandemia iniciada el año 2020, y que ahora parece ir cayendo poco a poco en el olvido agónico en el que nos ha tenido durante tantos meses, ha hecho que en muchos anuncios de televisión, en muchas de las lonas que cubren los andamios de las fachadas en obras, en las marquesinas de autobús, en los lemas sobreimpresionados constantemente en una esquina de las pantallas y en las campañas publicitarias en las redes, aparezcan expresiones del tipo «Cuídate para cuidar; Cuidémonos; Cuídate para cuidar a otros; Cuídate y cuida de los tuyos; Cuidemos la casa común; Cuida lo que amas; Cuídate, cuida y salva; Cuida la casa común y cuídate en casa; Cuídate, cuídanos; Cuida a la gente que te cuida; Cuídate, cuida al resto y corre la voz; Cuídate emocionalmente para cuidar mejor de los tuyos; Cuídate y cuídame; Cuídate como si todo el mundo tuviera el virus, cuida a todo el mundo como si tú lo tuvieras; Cuida y déjate cuidar». Estos son solo algunos.
La revolución del cuidar y de los cuidados es una realidad. Sin ella sabemos que no seremos capaces de superar nunca esta situación en la que nos encontramos y, seguramente, ninguna otra. Unidos todos o hundidos todos. Podríamos resumir en un ¡Cuídate, cuídale, cuídalo! todas ellas. Tal y como describe la filósofa Carol Gilligan: «En un contexto democrático, el cuidado es una ética humana. Cuidar es lo que hacen los seres humanos; cuidarse de uno mismo y de los demás es una capacidad humana natural. Socializar el cuidado es, por lo tanto, la clave para “hacerse cargo, cargar y encargarse de la realidad” de forma colectiva» (La revolución de los cuidados, Cristianismo y Justicia 1, enero 2016).
La revolución del cuidar y de los cuidados es una realidad
Y en la pastoral juvenil exactamente lo mismo. Poco a poco estamos volviendo a recuperar espacios, encuentros, dinámicas, iniciativas, salidas, convivencias, celebraciones y peregrinaciones, es decir, poco a poco vamos regresando a la normalidad porque lo necesitamos y porque la vida sigue y si no retomamos ciertos hábitos y un poco de ritmo terminamos desfondándonos. Pero quizás una de las cuestiones que no podemos pasar por alto es si en este anhelado retorno estamos afrontando (y tenemos herramientas para hacerlo) todo cuanto los jóvenes han vivido o sencillamente estamos obviando lo que ha pasado y que no podemos negar que ha tenido un gran impacto, también en el mundo juvenil.
Y es ahí donde, en este momento, además de retomar planificaciones, programaciones y engrasar nuevamente toda la maquinaria que sostiene nuestras pastorales juveniles, necesitamos más que nunca recuperar o sencillamente apostar por primera vez por una cultura del cuidado en la pastoral juvenil. Un cuidado que requerirá de tiempos, espacios, personas y recursos para aprender junto a los jóvenes a cuidar y a cuidarnos. Lo que ha pasado y nos está pasando no se soluciona solo dando gracias a Dios de que nosotros lo podemos contar: es necesario hablar de ello, colocarlo bien en su lugar, poder tener la oportunidad de sacar fuera lo que hemos vivido, sentido, sufrido o gozado y hacer que esa experiencia tan brutal sea un motivo más para seguir adelante, para seguir buscando al Señor y para seguir siendo, en medio del mundo, Buena Noticia como Él. Es tiempo de sanar heridas y de dedicarnos a cuidarnos, a cuidar a los demás y a cuidar del entorno.
RPJ Nº 553 UNA PASTORAL JUVENIL EN CLAVE DE CUIDADO – Óscar AlonsoDescarga aquí el artículo en PDF
El primer cuidado ¡Cuídate!, el más elemental y el que fundamenta y posibilita todos los demás, es el cuidado de uno mismo. El evangelio dice que hay que «amar al prójimo como a uno mismo» (Mt 22,39), pero muchos lo han interpretado como «amar al prójimo en vez de a sí mismos», algo que es totalmente diferente al sentido original del texto evangélico. Cuando hablamos de cuidarnos estamos hablando de querernos, de valorarnos, de dedicarnos tiempo, de trabajarnos, de cultivarnos, de discernir qué quiere Dios de nosotros. Pudiera parecer egoísta, pero si uno no se cuida, ¿quién le cuidará? ¿Cómo podrá cuidar de los demás? Por eso, la primera expresión que conforma esa revolución de los cuidados es: cuídate primero tú, atiéndete, consérvate, protégete. Cuida la vida que se te ha regalado, solo tienes esa. Y hazlo como principio fundamental para todo lo demás. Debemos analizar si nuestras propuestas de pastoral juvenil posibilitan, facilitan y acompañan este cuidado personal que es central y anterior o cualquier otro cuidado.
Cuida la vida que se te ha regalado, solo tienes esa
Es importante recuperar, o plantearse si nunca lo habíamos hecho, una dinámica de pastoral juvenil en la que el diálogo pastoral con los jóvenes tenga un lugar importante en su experiencia comunitaria. El rincón de la escucha, como se denomina en algunas comunidades cristianas, es un espacio idóneo en el que, desde la confianza y el sabernos en camino, los jóvenes cuentan y se cuentan, narran y se narran. Provocar preguntas, invitar al discernimiento, realizar y acompañar proyectos de vida es fundamental en este primer cuidar de nosotros mismos.
En segundo lugar, ¡Cuídale!, porque además de cuidar de la propia vida, estamos invitados a cuidar a los demás, a cuidar de los demás, a dar y darles vida. Sin ellos la vida carece de sentido. Sin ellos, ni el planeta más precioso que pudiéramos imaginar nos serviría para nada. Los cristianos estamos llamados a cuidar de los otros. A estar atentos. A que nadie se nos quede atrás. A ser capaces de respetar su lugar, su modo de pensar y de creer, a convivir con ellos y a construir juntos.
Los cristianos estamos llamados a cuidar de los otros
Es una llamada para que recordemos a los otros que deben cuidarse, que es importante que se dediquen tiempo, que se relacionen, que no sean tan inflexibles consigo mismos, que se quieran y que apuesten por la vida. Nuestra pastoral juvenil debe potenciar el servicio y el cuidado de los otros como uno de sus pilares básicos. Una pastoral juvenil que genera burbujas irreales que no permiten contextualizar el anuncio ni vivir fuera de la comunidad cristiana de referencia lo que en ella se anuncia y se experimenta es siempre una pastoral estéril, abocada a morir en el intento.
Aquí es determinante el trabajo en dos dimensiones fundamentales de la persona: la dimensión emocional y la dimensión relacional. Sería muy interesante que los catequistas, monitores, guías y responsables de la pastoral juvenil de nuestras comunidades y movimientos nos preguntáramos quién está trabajando las emociones en los jóvenes, quién está preparado o preparándose para acompañarles en el universo de las emociones, un universo determinante en la vida de toda persona, más si cabe, en la vida de la gente joven. El cuidado de lo emocional y de lo relacional, que van estrechamente unidos, es básico. Los cristianos somos por definición comunitarios, vivimos nuestra vida y nuestra fe en comunidad, nos necesitamos para creer, para crecer y para poder vivir con hondura nuestro bautismo, porque nadie es rey/reina, sacerdote/sacerdotisa y profeta para sí mismo. Cuidar a los otros y dejarse cuidar por los otros resulta, especialmente en este tiempo post pandémico, una apuesta de primer orden en la pastoral juvenil.
Por último, ¡Cuídalo!, además de cuidar de la propia vida y de cuidar de los demás, estamos llamados a cuidar de la Creación, de modo especial del planeta Tierra en el que vivimos. Un cuidado que va mucho más allá de reciclar o de poseer una cierta conciencia ecológica: un cuidado que habla de salvaguardar, de tratar el planeta como un ser vivo, como Creación de Dios que merece nuestra atención, nuestro respeto y nuestra colaboración para seguir siendo nuestra casa común. Todas nuestras pastorales juveniles están llamadas a llevar a cabo una reflexión en torno a nuestro papel en el cuidado de la Creación. Todos estamos invitados a llevar adelante acciones que ayuden al planeta a respirar, a reponerse de nuestra constante explotación, a conservarlo para disfrutar de él, nosotros y las siguientes generaciones. ¡Cuídalo! Es un grito, una invitación y una llamada a la responsabilidad personal y colectiva.
Y ahora que retomamos salidas y acciones con nuestros jóvenes, es un buen momento para volcar esfuerzos y sacar adelante iniciativas que nos hagan presentes en este compromiso en el cuidado de la Creación.
En definitiva, ¡Cuídate, cuídale, cuídalo! toda una propuesta pastoral juvenil para todos y para con todos. Toda una invitación a esa revolución de los cuidados que tanto necesitamos. Como afirma el papa Francisco «la vida humana se basa en tres relaciones fundamentales y estrechamente entrelazadas: con Dios, con nuestro prójimo y con la tierra misma. Los humanos deben cuidar la Creación y compartir sus frutos: el cuidado, la relación, la vida y el bien común» (Papa Francisco, Carta encíclica Laudato si’ sobre el cuidado de la casa común, Cap. II, 66).
Cuidar a los jóvenes, cuidar de los jóvenes y cuidarnos junto a ellos es una apuesta de fondo de una pastoral juvenil que se sabe llamada a seguir siendo el ahora de Dios con ellos.
Cuidar a los jóvenes, cuidar de los jóvenes y cuidarnos junto a ellos
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