Luis Manuel Suárez CMF
luismanuel@claretianos.es / @luismanuel_cmf
Mensajes de Whatsapp o de correo, el móvil que suena frecuentemente, compromisos que surgen por aquí y por allá… No todo es igualmente importante, aunque hay cosas que no conviene dejar pasar. Así pasa en la fe cristiana: en medio de todo lo que se nos propone, hay una llamada inaplazable, que lo conecta todo y da sentido a lo demás. Se trata de la amistad en Él: con Jesucristo, el Dios–con–nosotros. Después de la llamada a la vida, la llamada a la amistad con Él es el origen de toda historia vocacional. Francisco nos invita a darnos cuenta de ello en Christus Vivit 250–252, una sección de la carta a la que nos estamos acercando en esta sección de la revista en este tiempo.
Amistad significa aceptación incondicional, presencia cercana, adhesión sin dependencia, anhelo en la ausencia, confianza en toda ocasión, apoyo en la dificultad… Y eso es, precisamente, lo primero que ofrece Jesús a quien se acerca a Él: su amistad. Se la ofreció a los doce, llamados por Jesús «para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar» (Marcos 3, 4). Se la ofreció al «joven rico», al que miró con cariño aunque él no supo reconocer que el tesoro de su amistad era mejor que todos sus otros «tesoros» (cf. Marcos 10,21). Se la volvió a ofrecer a Pedro tras su traición, en forma de triple pregunta —«Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» — antes de volver a encomendarle la tarea —«Pastorea mis ovejas»— (cf. Juan 21,15-17).
Desde su Pascua, Jesucristo es contemporáneo de toda generación y de toda persona. Por eso, dos mil años después, esa historia de amistad es nuestra historia. «La vida que Jesús nos regala es una historia de amor, una historia de vida que quiere mezclarse con la nuestra y echar raíces en la tierra de cada uno» (ChV 252). Como toda auténtica amistad, no es una receta, ni una app, ni un tutorial… sino una historia que se va tejiendo y va creciendo desde la vida. Una amistad radical que es la base para desarrollar una auténtica amistad social y eclesial.
¿Cómo cultivar esa amistad con Jesús? En la oración personal, encuentro interior con el amigo. En la celebración comunitaria y sacramental, fiesta de los amigos del amigo. En la formación para conocer y dar razón de nuestra fe. En el acompañamiento personal para acompasar mi vida con la suya. En el servicio a las causas del amigo… Y en la búsqueda de mi vocación, viviendo desde Él para los demás.
¿Se puede vivir sin amigos? Sí, pero se pierde algo muy importante. Pues así pasa con la fe, esa amistad con Él que puede hacer nuevas todas las cosas. Perderse esa amistad dejaría nuestra vida muy por debajo de sus posibilidades. Por eso es una llamada inaplazable. Y por eso los que hemos recibido esa amistad somos enviados a ofrecerla a otros.
En resumen: el amor de amistad que Jesús nos ofrece está en el origen, en la ruta y en la meta de toda búsqueda vocacional. Todo desde Él. Nada sin Él. ¿Te lo crees?
El #Tweet de Francisco: «Si elegimos pensar en nosotros mismos nos volvemos egoístas, si elegimos odiar nos volvemos furibundos, si elegimos pasar horas delante del móvil nos volvemos dependientes. Pero si optamos por Dios nos volvemos cada día más amados y si elegimos amar nos volvemos felices» (De la homilía de la misa para la entrega de la cruz de la JMJ, 22 de noviembre de 2020).
Para preguntarME / Para preguntarNOS:
- Después de leer esta reflexión (y, si es posible, Christus Vivit 250–252), ¿cómo has ido descubriendo la «amistad con Jesús» y cómo la vives actualmente?
- ¿Cómo podemos hacer de la «amistad con Jesús» el eje de nuestra pastoral con jóvenes y de toda búsqueda vocacional?
Descarga aquí el artículo en PDF 547-MARZO-2021 Una llamada inaplazable, su amistad – Luis Manuel Suárezz
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