UNA LECTURA CASI IMPRESCINDIBLE – Jorge A. Sierra (La Salle)

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Jorge A. Sierra (La Salle)

http://@jorgesierrafsc

Sobre el tema que nos ocupa en este número de la RPJ se ha escrito mucho… y no todo tiene la misma calidad. Me permito recomendar un libro que me ha impactado profundamente y que, en los tiempos que vivimos, me parece de lectura casi imprescindible. Se trata de Le perdono, padre. Sobrevivir a una infancia rota, del suizo Daniel Pittet (Mensajero, 2017). Tuve la suerte de encontrarme con el libro, recién publicado en francés, en un intercambio con alumnos en París, y poco después fue traducido al castellano. Solo por contar con la recomendación y prólogo del papa Francisco y por ser el testimonio personal de una víctima de abusos sexuales, terribles y continuos durante años, vale la pena su lectura. Pero aún hay más.

En primer lugar, es un testimonio personal de un niño frágil en una situación familiar que ahora llamaríamos «de gran riesgo»: padre enfermo mental (el primer párrafo del libro, que narra el ataque de su padre a su madre, ya es impactante), madre soltera y desequilibrada, frecuentes cambios de residencia, asistencia social, enfermedad física y psíquica… Todo un «cuadro» que enmarca los hechos centrales del libro.

El nudo del relato se centra en los abusos sexuales, descritos de una forma naïf y a la vez terrorífica, hasta el punto de hacerte apartar la vista de las palabras, sufridos durante cuatro años por Daniel por parte de un religioso capuchino, Joël Allaz. Todos y cada uno de los encuentros reseñados son pavorosos, pero esta sensación aumenta, en mi opinión, al saber que el tal Allaz era un pastoralista comprometido y de éxito entre los jóvenes, dedicado en cuerpo y alma —aparentemente— al anuncio del Evangelio… y al mismo tiempo un depredador sexual, un delincuente asqueroso con apariencia de santo y eficaz apóstol que no solo violó a Daniel, sino a cientos de chicos a lo largo de varias décadas.

Pero lo que realmente hace este libro excepcional no es solo la sinceridad y la claridad del autor sino, sobre todo, la esencia de su relato: el perdón y la justicia retributiva. Daniel bien podría haber huido de la Iglesia y especialmente de la vida religiosa, pero aun así reconoce que, de no haber sido por varios religiosos y religiosas, no habría podido vivir. De hecho, es el impulsor de un librito, Amar es darlo todo, un homenaje-testimonio a la vida religiosa, que se distribuyó hace unos años. Cómo una víctima de algo tan terrible que cuesta meramente leerlo ha podido perdonar, avanzar en su camino como creyente, formar una familia y dedicarse casi por entero al anuncio del Evangelio en diversos movimientos y comunidades, es insólito y admirable.

El epílogo del libro no es menos sorprendente: el padre Joël Allaz vive retirado en un convento de su orden, y allí es entrevistado por una amiga de Daniel y por el obispo de su diócesis. Asomarse al abismo de una persona así causa vértigo, pero al mismo modo es casi hipnótico. Resuena en cada página la pregunta: «¿cómo podía pronunciar homilías tan cercanas al mensaje de Jesús, e inmediatamente después violar a un niño?». No logro comprenderlo.

No nos engañemos: tapar o intentar amortiguar estos comportamientos no nos hace ningún bien. Nosotros también pertenecemos a una familia religiosa de santos y pecadores, muchos más de los primeros —afirmo sin dudas— pero con algún elemento destructivo. Nos queda mucho por avanzar en la Iglesia a este respecto: claridad, verdad, justicia, centralidad de la víctima… Cuanto antes nos pongamos manos a la obra, mejor, en mi opinión. No entiendo mucho de enfermedades mentales, pero sí intuyo que en esto nos jugamos mucho: enfermos, sanos, espectadores o víctimas. Lo que no cabe es la indiferencia. Sin culpabilizarnos, ¿cómo es posible que se den estos comportamientos en ámbitos de supuesta protección del menor como la familia, el colegio, la comunidad o la misma Iglesia?

Y quizás una de las primeras cosas que podemos hacer es conocer, valorar y empatizar con una experiencia tan dura y tan de fe como la de Daniel Pittet. Ojalá sea leído, profundizado y sufrido por otros lectores como me ha ocurrido a mí. Sin duda, devuelve la esperanza en la posibilidad de reconciliación no tanto del verdugo, sino de la víctima, que, al fin y al cabo, tenía todos los elementos para que su historia hubiera acabado realmente mal. Pero no, hago spoiler: sale más que «bien».

Lo que realmente hace este libro excepcional es la esencia de su relato: el perdón y la justicia retributiva.