UNA IDENTIDAD CONSTRUIDA DESDE DENTRO – José Luis Colmenarez, SchP

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José Luis Colmenarez, SchP

joseluis.schp@gmail.com

Un gran reto cuando hablamos del mundo juvenil es tratar de comprenderlos desde su propia realidad, y un concepto que salta a la vista ineludiblemente es lo que tiene que ver con la construcción de la identidad. A lo largo de los siglos, en el proceso de desarrollo del ser humano como individuo y colectivo, explícita o implícitamente algunas preguntas han acompañado seguramente a cada persona: ¿quién soy?, ¿qué hago aquí?, ¿cuál es mi misión? Y estas no son preguntas sencillas de responder. Es más, lleva mucho más trabajo que el solo movimiento de hacer clic en Google para buscar la respuesta, o utilizar una buena inteligencia artificial que atine con los resultados deseados. 

Sin embargo, en la sociedad actual, cuando se habla de las identidades juveniles se tiende a referir a esa búsqueda que cada adolescente hace por saber quién es realmente, tanto por sí mismo como para las personas que le rodean. A pesar de ello, es irrefutable palpar que no solo se trata de un proceso de indagación o simple curiosidad, que lleve a una respuesta estandarizada. La identidad está referida a un conjunto de aspectos circundantes a la persona, pero también a una elección de la personalidad que va concatenada a una misión. 

De la misma forma, algo que se ha podido atestiguar en los últimos tiempos es que esas identidades juveniles llegan a ser una tarea ardua, compleja y constate, pues, en los contextos actuales no necesariamente son estáticas y la persona, como cualquier ser vivo, está en un constante devenir que debería llevarlo cada vez más a una expresión muy utilizada hoy por hoy: «a la mejor versión de sí mismo». Ahora bien, desde la mirada creyente de la existencia y nuestro ser, esta pregunta sobre la identidad está enraizada con un punto mucho más profundo que trastoca la vida toda: la propia vocación y el porqué de nuestra existencia.

Para muchos esa necesidad de aprobación para poder encajar en el mundo de hoy es muy importante

Por otra parte, esta búsqueda por la construcción de la propia identidad, como ya se ha mencionado, es toda una ardua tarea, ya que los jóvenes se encuentran muchas veces desorientados en medio del mar de propuestas y posibilidades que ofrece el mundo, y más aún cuando esa «propia identidad» tiene que responder o busca complacer al entorno social. Esta es una de las primeras trabas que se topa el individuo, ya que, para muchos, esa necesidad de aprobación para poder encajar en el mundo de hoy es muy importante.

A su vez, como se señaló en un artículo de los números pasado de la revista RPJ, estamos inmersos en un contexto que traspasa las coordenadas espacio temporales, es decir, el medio virtual; el cual también es un espacio donde se vive, se muestra y, en muchos casos, se aparenta. Este es un contexto que no podemos dejar de lado cuando conversamos sobre la identidad. 

De hecho, cuando los jóvenes hacen su proceso de acompañamiento y discernimiento vocacional, parte del proceso de búsqueda de la identidad consiste en saber reconocer cómo mirar, desde una óptica objetiva y creyente, cada uno de esos elementos que hacen parte de la propia vida y que, aún rodeados por ellos, está llamado a una respuesta genuina, a ser lo más transparente posible ante Dios, consigo mismo y con los demás. 

Este proceso de remar mar adentro en la propia identidad debería estar acompañado de manera cercana por ciertos referentes adultos, hitos o brújulas en la exploración. Pero es triste reconocer que lo que los jóvenes consiguen, muchas veces, es una cadena de infortunios. Se topan con personas que, en su historia, tampoco pudieron llevar su vida a buen puerto, o siguen navegando enmedio del océano del mundo. La explicación de muchos de estos casos fue la inexistencia de procesos de acompañamiento que les ayudaran en su momento a tomar buenas decisiones y así solidificar una identidad desde dentro, más allá de un mero aparentar o cubrir expectativas. 

Como se puede inferir, este proceso de construcción no se hace solo. Personas bien formadas en cada uno de esos espacios de escucha e interioridad son muy importantes. Pero no siempre nuestros entornos están llenos de estos perfiles. Mejor dicho, son escasas esas personas que están dispuestas para esta tarea. No estamos hablando de cualquier tipo de escucha, sino de una que sea realizada a la luz de la Palabra de Dios y en la que el o la acompañante realmente estén dispuestos a escuchar y orientar la vida desde la voluntad de Padre, dejando a un lado los propios proyectos o lo que uno cree que tiene que ser el joven. 

Estamos en una sociedad que habla mucho de la interioridad, pero que poco está ganada a la tarea de ofrecer estos tiempos donde la persona, y, sobre todo, la juventud, pueda estar en silencio y en dialogo consigo misma y con el Creador. Al contrario, no dejamos ningún espacio que no esté lleno de entretenimiento o ruido para que la persona no tenga la posibilidad de volver sobre las vitales cuestiones: ¿quién soy?, ¿qué hago aquí?, ¿cuál es mi misión? Como Iglesia estamos llamados no solo a ver la importancia de la escucha y la interioridad, sino a promover efectivamente estos tiempos donde la persona se cuestione. Sin la pregunta no puede haber una búsqueda y mucho menos una respuesta. 

Sin la pregunta no puede haber una búsqueda y mucho menos una respuesta

Cada uno de los que hemos tenido la suerte de hacer esa búsqueda y construcción de la propia identidad siendo acompañados y acompasados en el camino por esos hombres y mujeres, estamos llamados a ser instrumentos para nuestras juventudes actuales. 

Muchas veces se escucha la queja: «los jóvenes de hoy…», pero la realidad es que gran parte de los frutos que estamos recogiendo y se desean recolectar a corto y largo plazo, tienen que ver con ese deseo genuino de acompañar a los y las jóvenes desde sus realidades. No aspiremos tener unos jóvenes según ciertos esquemas preconcebidos por el agente de pastoral. Los chicos y chicas con los que contamos son estos y serán los pilares para las próximas generaciones. Igualmente, tiene que haber un sueño que traspase el hoy, un sueño que plantee que los niños que vienen detrás también tengan personas que se han atrevido a plantearse la vida con profundidad, y hay quienes los puedan acompañar porque han sido acompañados. 

Estos acompañantes no han sido fruto del azar, sino gracias a la experiencia propia de haber tenido ángeles custodios, o cooperadores de la verdad, como lo diría san José de Calasanz. Por ende, tiene que haber una propuesta real y concreta de escucha de la llamada interior para los y las jóvenes, y que esta tarea la puedan hacer en el resplandor de diversas chispas: el silencio, la Palabra, la oración, el servicio, la vida compartida. Solo así podrán acoger ese llamado profundo de Dios y ser auténticamente felices. 

Es evidente que la propia identidad, como se mencionó líneas atrás, trastoca toda la vida, y a eso lo llamamos vocación. Pero no puede haber descubrimiento de la misma sin un serio acompañamiento vocacional desde el ámbito personal y comunitario, que ayude a ver con total claridad la propuesta de Dios para la propia vida. Ese llamado a la misión da, sin duda, identidad. Lo podemos percibir en diversas ocasiones en la Palabra de Dios, por ejemplo, en Abraham, Moisés, José, María, Pedro, Pablo e incluso el mismo José de Calasanz. 

Los referentes adultos son vitales en el camino de la búsqueda

En este sentido, los referentes adultos son vitales en el camino de la búsqueda; y esos referentes no están a años luz, al contrario, empiezan en la familia con los progenitores, con los abuelos y abuelas, con miembros cercanos que se toman la vida en serio y han descubierto la llamada de Dios en sus vidas. No podríamos pasar por alto, a nivel comunitario, los propios hermanos de camino de grupo, de apostolado, los catequistas, sacerdotes, religiosos y religiosas que animan los procesos, todos son parte fundamental en este rompecabezas de vida-vocación. 

Por supuesto, en esta búsqueda existen también otras mediaciones o factores que pueden ayudar en esta faena, como lo es la vivencia de experiencias que marquen la vida, es decir, situaciones donde cada uno de los jóvenes se vea en contacto con otras realidades, especialmente donde hay personas en situaciones difíciles o que no han tenido las mismas oportunidades que ellos. Ello seguramente les lleve a interpelarse y cuestionarse el cómo pueden echar una mano o, mejor dicho, cómo pueden ser instrumentos de Dios para los demás y en esa búsqueda también consiguen descubrir y ver mejor su propia llamada-identidad. 

Es curioso cómo hemos gastado tiempo, mucha tinta y papel en planificar buenas charlas o preparar síntesis de la importancia del servicio y la vocación, y resulta que a veces con menos hacemos más. Cuántas horas invertidas en estos oficios e incluso años de clases y a veces resulta que, con una experiencia de servicio profunda y en contacto con esas realidades antes mencionadas, no son pocos los jóvenes que logran entender mucho mejor qué es eso del reino de Dios y esa frase del evangelio de Marcos 9,35: «Jesús se sentó, llamó a los doce, y les dijo: “Si alguno quiere ser el primero, deberá ser el último de todos, y el servidor de todos”».

Seguro que más de uno ha vivido esa experiencia junto a los jóvenes, y es impresionante cómo esas experiencias limites son definitivamente significativas para ellos. Ahora bien, estas prácticas pasan a ser una realidad también profunda en la medida en que no son solo una cosa bonita que viví o vivieron los jóvenes, sino que se le da continuidad y profundidad; me refiero a ir mucho más allá junto a ellos que desde la realidad grupal y personal, que puedan ver todo el sentido de ese gesto amoroso y servicial, que ello implique escudriñar bien adentro ¿esto qué dice de mí? ¿Dios dónde estaba en medio de esa experiencia? Estas preguntas o similares son de vital importancia porque nuevamente refieren a construcción de la identidad y del porqué de la vida. 

Otro de los medios que ayuda en el proceso de descubrimiento y solidificación de la propia identidad es la experiencia grupal, como se ha mencionado anteriormente. Sin embargo, me parece oportuno insistir en este elemento. No en vano, cuando Jesús empieza su tarea de proclamación del reino de Dios se hizo de un grupo, de una comunidad, y más aún la Iglesia empieza así con una pequeña comunidad. Y este grupo no es solo una célula de acción pastoral, de evangelización, sino más bien un espacio para el ser; de hecho, un grupo juvenil o de adultos ha de estar concientizado de la importancia que juega cada uno de sus miembros para ayudar en el discernimiento personal y comunitario de la llamada de Dios.

El discernimiento es más bien una actitud de vida tanto personal como comunitaria

En este sentido, podría decirse que el discernimiento no es solo un proceso o un grupo de técnica de reuniones, fichas o acompañamiento. Es más bien una actitud de vida tanto personal como comunitaria de cara a la constante llamada de Dios a vivir una vida con sentido, que construya la identidad que tanto persiguen los jóvenes. Es fundamental que como agentes de pastoral estemos atentos para disponer los medios necesarios y facilitar a los jóvenes esta tarea, colocando todo lo que esté de nuestra parte. Trabajando como si todo dependiera de nosotros, pero reconociendo que todo depende de Dios. Así lo expresa en el evangelio Marcos (4,26-29): «El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas. Y cuando ya están maduros los granos, el hombre echa mano de la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha».

A modo de colofón me gustaría hacer referencia a algunas ideas que ha mencionado el papa Francisco respecto a este punto, puesto que durante su papado ha propuesto a los jóvenes en este proceso de búsqueda y discernimiento, una especie de formula ya conocida: ver, juzgar y actuar; pero la ha referido, en otros términos, en tres acciones claves que traemos a colación: reconocer, interpretar y elegir. Como se podrá percibir, la primera refiere a lo originado en la interioridad a partir de los acontecimientos, las personas, las palabras, entre otras experiencias, dando paso a aflorar el tesoro emotivo; de esta manera se ubica en su centro la capacidad de escuchar y la afectividad de la persona tan vital en el mundo de los jóvenes. Juntamente, la segunda revela el conocimiento de aquello a lo que el Espíritu está llamando mediante lo suscitado, iluminando con la Palabra de Dios y la moral cristiana, siendo ventajoso una ayuda respecto a la Escucha del Espíritu. Y la tercera es el acto de decidir actuar, ello como ejercicio de la libertad y responsabilidad personal, dando fruto en la coherencia de vida. Todo este proceso, sin lugar a duda, traerá consigo como resultado una consciente y mejor construcción de la propia identidad. 

Como se puede percibir, es todo un arte este proceso de la construcción de la identidad en el mundo juvenil, y como sociedad e Iglesia hemos de estar atentos para introducirnos en estas dinámicas de la actualidad de los jóvenes y lograr darles señales, signos y luces en su caminar; no se trata de darles respuesta prefabricadas, sino más bien, ir como pequeñas luciérnagas que indican por donde seguir el camino. 

Es todo un arte este proceso de la construcción de la identidad en el mundo juvenil.