Ascensión del Señor (A)
En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: “Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. (Mt 28, 16-20)
Comentario:
Hay personas de buena voluntad que han aportado mucho a la humanidad y, sin embargo, abandonan este mundo sin haber encontrado sentido a su paso por la tierra. El Premio Nobel de Fisiología y Medicina de 1959 Severo Ochoa (1905-1993) decía un poco antes de morir: “siento irme de este mundo sin saber exactamente dónde he estado”.
Por su parte, el filósofo rumano Emile Cioran (1911-1995), que aborrecía ser llamado filósofo y aseguraba que no aguantaría ni un solo día en el paraíso, se preguntaba: “¿Cómo explicar entonces la nostalgia que tengo de él?”. Y añadía: “No la explico; vive en mí desde siempre, estaba en mí antes que yo”.
En contraste con esa nostalgia, puede considerarse una encuesta realizada por el escritor José Mª Gironella (1917-2003) a mediados de los años noventa. Una gran parte de las personalidades que se declararon creyentes contestaron negativamente a la pregunta de si habían tenido alguna experiencia de tipo religioso. Más explícito fue José María Aznar, entonces jefe de la oposición, que, tras decir que no había tenido ninguna experiencia religiosa, añadió: “Tampoco la espero ni experimento deseo alguno de ella”.
Jesús comprende las dificultades para ver más hondo y elevar la vista más arriba y más allá de lo que se ve o se toca. No rechaza a nadie y admite a los que le siguen con paso vacilante: entre los que asisten a su despedida, algunos vacilaban.
La Ascensión de Jesús nos invita a mirar más allá de lo inmediato. El secretario general de Cáritas española, Sebastián Mora, cree que “hoy en día sin una espiritualidad viva es imposible tener un compromiso con el mundo de la pobreza. Pienso que la oración y la visión contemplativa de la actividad es absolutamente indispensable para el compromiso con los más pobres”.
Al despedirse, Jesús deja a los suyos el encargo de no guardarse para sí el tesoro que han recibido. Les anima a hacer discípulos, es decir, a facilitar a las personas el encuentro con el Maestro; a enseñar a guardar todo lo que os he mandado, o sea, a vivir y transmitir los valores evangélicos vividos con él, que nos hacen más humanos y construyen una humanidad mejor.
Para realizar eso no se necesita tener ideas geniales o ser superdotado ni hacer planes estratégicos extraordinarios que vayan arrollando a su paso. En la evangelización, “hay que pasar de elefantes a hormigas” (P. Richard). El Sínodo de Obispos sobre la nueva evangelización (7 al 28 de octubre de 2012) destacaba la importancia de la familia en la educación de la fe del niño y concretaba el aspecto de la oración: “Es útil para los padres rezar junto al niño para habituarlo a reconocer la presencia amante del Señor. Esto les permite ser testigos autorizados ante el mismo niño”.