UN HILO DE ESPERANZA – Enrique Fraga

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Enrique Fraga

enrique.fr.si@gmail.com

Antes de comenzar con el artículo me gustaría recordar parte de las palabras utilizadas por Juan XXIII en la inauguración del Concilio Vaticano II el 11 de octubre de 1962:

«En el cotidiano ejercicio de nuestro ministerio pastoral llegan, a veces, a nuestros oídos, hiriéndolos, ciertas insinuaciones de algunas personas […]. Ellas no ven en los tiempos modernos sino prevaricación y ruina; van diciendo que nuestra época, comparada con las pasadas, ha ido empeorando; y se comportan como si nada hubieran aprendido de la historia, que sigue siendo maestra de la vida, y como si en tiempo de los precedentes Concilios Ecuménicos todo hubiese procedido con un triunfo absoluto de la doctrina y de la vida cristiana, y de la justa libertad de la Iglesia.

Nos parece justo disentir de tales profetas de calamidades, avezados a anunciar siempre infaustos acontecimientos, como si el fin de los tiempos estuviese inminente. En el presente momento histórico, la Providencia nos está llevando a un nuevo orden de relaciones humanas que, por obra misma de los hombres, pero más aún por encima de sus mismas intenciones, se encaminan al cumplimiento de planes superiores e inesperados; pues todo, aun las humanas adversidades, aquella lo dispone para mayor bien de la Iglesia».

Sirvan estas palabras como contexto de lo que me dispongo a exponer a continuación, porque no podemos olvidar que, como cristianos, vivimos abiertos y dirigidos a la Esperanza, con mayúscula porque es de Dios, el que obra en la historia por medio del Espíritu Santo y a través de nosotros, el que se revela por medio de hechos y de palabras (cf. DV 2).

Mucho se ha escrito y hablado sobre la sociedad actual, catalogándola de líquida y relativista, se ha argumentado la ruptura del régimen de valores occidentales (íntimamente ligados a la moral cristiana), se ha manifestado la pérdida de asideros sólidos para la construcción de la identidad y, en general, se nos presenta un mundo donde los jóvenes parecen avocados al nihilismo. Diré que yo no encuentro esto, encuentro jóvenes (y no tan jóvenes) en búsqueda, enfrentando las dificultades de su tiempo, que siempre ha habido, cada época con las suyas. ¡Atención a los anacronismos!

Mucho se ha escrito y hablado sobre la sociedad actual, catalogándola de líquida y relativista

Me vais a permitir una pequeña revisión histórica (y filosófica). Este relativismo, que decimos que es sello de nuestra era, no lo hemos inventado en el siglo XX-XXI, ya los sofistas en el s. V y IV a.C. (hace 2500 años) hicieron gala de un pensamiento radicalmente relativista, que podríamos resumir así:

  • El ser humano, en el ámbito social, es la medida de todas las cosas.
  • El ser humano no tiene acceso a lo absoluto, a la Verdad, porque esta no existe.
  • Cualquier discurso o tesis puede ser válida, su verdad solo depende de su capacidad de convencer, de su retórica.

Con esto, para los sofistas, las máximas en la vida son la búsqueda del poder, de la riqueza, de la fama, de la belleza y de la salud, lo que nos puede resultar de máxima actualidad, pero a su vez nos ilumina haciéndonos ver que esta circunstancia no es tan única de nuestro tiempo.

Frente a esto, Sócrates y Platón defenderán lo opuesto, la existencia de un Bien o Verdad absolutos, de los que tenemos noticia y a los que podemos acercarnos, en un proceso de perfeccionamiento, de bonificación. Si esto resuena en ti, no olvides que el pensamiento cristiano se origina en un caldo de cultivo neoplatónico. Y que, ya los padres de la Iglesia llegaron a identificar a Platón como cristiano (en el aspecto racional al menos).

Si avanzamos un poco, encontramos que los conocidos como filósofos de la sospecha (Freud, Marx y Nietzsche) rescatarán en el s. XIX las ideas sofistas dándoles un renovado discurso y profundidad para responder a las cuestiones de su tiempo y posicionarse frente a la Ilustración. Este es quizá el contexto filosófico que heredamos en nuestra era y que se suma a nuestras características técnicas propias (el anonimato en internet, la inmediatez de las noticias, etc.).

Por tanto, en primer lugar, debemos afrontar la realidad con confianza, el relativismo no es nuevo, la experiencia de Dios ya ha tenido que dialogar con él y ha arrojado luz frente a la oscuridad que puede albergar. En segundo lugar, el relativismo de nuestro tiempo sí tiene sus peculiaridades, que hacen necesario repensar nuestra respuesta con el fin de proponer la Verdad de manera eficaz y provechosa para nuestros destinatarios. La pregunta de fondo es: ¿cómo proponer la Verdad a las y los jóvenes de hoy? Espero que esta revista te ayude a dar una respuesta, que debe ser tuya, para tu realidad concreta y local; yo te propongo algunas claves:

  • Evangelizar los contextos en los que los jóvenes pueden entrar en dinámicas relativistas como las redes sociales y las noticias teñidas de polarización.
  • Ofrecer en los procesos pastorales asideros firmes, pero no inflexibles, seguros pero no excluyentes, se hace necesario inculturar la fe en la realidad que viven las jóvenes y dialogar con su cultura, acoger en lugar de excluir.
  • Explicar desde la razón la Verdad que nos revela la Sagrada Escritura, con una exégesis que contemple los signos de los tiempos y no se deje cegar por el significante sin llegar al significado (cf. DV 12).

La pregunta de fondo es: ¿cómo proponer la Verdad a las y los jóvenes de hoy?