UN «ESPÍRITU» DISPONIBLE PARA TODOS – Jorge A. Sierra (La Salle)

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Jorge A. Sierra (La Salle)

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Buscando materiales para profundizar en la dinámica del Sínodo, que naturalmente tiene el centro el discernimiento comunitario, me encontré hace unos meses con la dinámica ESDAC de los jesuitas de Bélgica, que empieza con una afirmación rotunda: «el Espíritu Santo está disponible para todos».

No es una cosa menor, puesto que supone partir de la convicción de que este Espíritu no es propiedad de nadie, más aún, puede elegir hablarnos de formas insospechadas. Los autores de la dinámica, como no puede ser de forma, se basan en el Génesis, puesto que al principio de la Biblia se afirma que todo ser humano tiene a Dios como origen. «En el principio… el aliento de Dios se cernía sobre las aguas» (Gn 1,1-2). Y «Dios formó al ser humano de la tierra y sopló en su nariz aliento de vida, y el ser humano se convirtió́ en un ser vivo» (Gn 2,7). Esta misma Ruah de vida aparece tres días después de que Jesús hubiera exhalado su ultimo aliento (Jn 19,30), cuando apareció vivo a unos pocos de sus amigos. Poco después, les entregó su fuerza a sus discípulos: «Recibid el Espíritu Santo» (Jn 20,22). También el Concilio Vaticano II (1962-1965) se atreve a decir que «debemos sostener que el Espíritu Santo ofrece a todos, de manera conocida por Dios, la posibilidad de asociarse al misterio pascual (…), pues de la muerte nace la vida».

Por lo tanto, ¿podría decirse que todo ser humano, que desde nuestra fe se ha formado a partir de un soplo vital, puede ser para nosotros el intermediario elegido por Dios para hablarnos? Parece una conclusión lógica, pero también muy exigente. Implica, como no se les escapa a los autores, «escuchar a toda persona con atención y respeto, ya sea mujer u hombre, niño o adulto, en los márgenes de la sociedad o en su centro, con o sin creencias religiosas».

En nuestra Iglesia estamos muy necesitados de este tipo de discernimiento

En nuestra Iglesia estamos muy necesitados de este tipo de discernimiento. Cuando es en grupo (y deberíamos ser más especialistas en discernimiento en común), entendemos que cada grupo es como un sujeto libre y responsable con una identidad, una misión y una acción que están llamados a discernir y realizar. Así puede haber comunión, que responde a un profundo deseo de las personas: acoger y construir juntos compartiendo en la verdad, escuchando a cada uno y a todo el grupo. El discernimiento intenta, pues, ayudar al grupo a orientarse mutuamente, para madurar las decisiones y ver cómo ponerlas en práctica.

En la sociología de grupos a partir de la década de 1960 se ha pasado de considerar al grupo como una unión de individuos a ver cómo lo que ocurre en el grupo grande afecta a todos sus miembros. Parece coherente con la imagen de la Iglesia como cuerpo de Cristo de san Pablo (1Cor 12-14) y también con la experiencia que muchos vivimos cuando aparecen escándalos en la Iglesia: no solo afecta «a la institución», sino a todos y cada uno de sus miembros. Volviendo al discernimiento ESDAC, se parte de la certeza de que «se produce una transformación efectiva en las personas cuando, dentro de un grupo, experimentan que una relación de calidad entre ellas es primordial. Cuando se les acoge en su vulnerabilidad, se les respeta y se les quiere, se les estimula a dar lo mejor de sí mismos a los demás. Contribuyen a un proyecto común en el que se sienten solidarios y se comprometen».

El reto de la sinodalidad, entonces, será reconocer que Dios sigue guiando a su pueblo, como hizo con los israelitas en eras pasadas, así como que, de la misma manera que Dios guía a una persona, puede guiar a un grupo de personas puestas en su presencia. Quizás Ignacio de Loyola podría aceptar que, al igual que una persona puede ponerse en juego delante de Dios y mirar su pasado, su presente y su futuro, buscando por dónde Dios lo quiere llevar, un grupo, una comunidad, toda la Iglesia, también puede vivir este primer presupuesto, puesto que también «ha sido creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor». Por lo tanto, existe un cierto paralelismo entre acompañar a un individuo y acompañar a un grupo. Al igual que un individuo, una comunidad –como cualquier tipo de grupo– experimenta alegrías, tristezas, resistencias, limitaciones, consuelos y desolaciones.

Existe un cierto paralelismo entre acompañar a un individuo y acompañar a un grupo

¿Cómo recorrer este camino? El método ESDAC nos ofrece tres preguntas o, mejor, tres niveles de consenso, en el sentido de acuerdo entre los miembros, que puede experimentarse en tres niveles diferentes de profundidad:

  1. ¿Quiénes somos? Búsqueda de la identidad del grupo, su gracia propia, su razón de ser que lo diferencia de otros grupos, todo lo que le es propio: su carisma, su vocación, su misión.
  2. ¿A qué estamos llamados? Ya que la vida es cambio, que todo evoluciona en el grupo y en su entorno, el Señor nos invita a discernir lo que hoy estamos llamados a cambiar en nuestra forma de ser y hacer. ¿Qué renuncias estamos llamados a hacer para abrirnos a las promesas de un futuro emergente, para renacer, y así renovar su fidelidad a lo que le parece cada vez más su identidad fundamental?
  3. ¿Cómo responder a esta llamada? Para responder a la llamada al cambio discernida por el grupo, ¿qué medios concretos deberían aplicarse en términos de colaboraciones, finanzas, estructuras, métodos, agenda, materiales, modos de comunicación…?

Como se puede ver, estas tres preguntas parten del nivel más fundamental (quién) y avanzan hasta el nivel más particular (cómo). Los de ESDAC, de hecho, nos recuerdan que cada nivel es particular y, por ejemplo, cuando hay desacuerdo sobre los medios concretos que hay que poner en práctica (cómo), conviene basarse en el consenso que queda a nivel de la llamada (qué), o incluso a nivel de la identidad (quién). Si un grupo en dificultad tiene todos los signos de haberse formado en respuesta a una llamada de Dios, se sentirá aliviado al darse cuenta de que sigue habiendo un consenso, pero a un nivel más profundo de lo que había imaginado. Incluso sin la «variable Dio s », estas preguntas ayudan a encontrar el «espíritu» que está disponible para todos.

Otra clave, naturalmente, es el tiempo. A menudo el grupo tarda en abrirse a la obra del Espíritu. Discernir juntos lleva tiempo, pero no siempre de la manera que uno podría imaginar. Si un grupo no se ha detenido durante mucho tiempo para evaluar su acción, el día en que surgen las tensiones, el discernimiento conjunto sí lleva tiempo. Por otra parte, cuando los participantes de un grupo se han acostumbrado a la conversación espiritual y a la revisión periódica, a menudo tardan poco tiempo en tomar juntos una decisión importante. ¡Como tantas otras cosas, conviene entrenarse!

Concluyamos con la misma convicción profunda de la que hemos partido: el Espíritu Santo se da a todos y actúa en los corazones de todos. Se trata de encontrar juntos cómo actúa la Sabiduría de Dios en el grupo, tanto en niveles de identidad (quién-qué-cómo), como de llamada y de respuesta a esas llamadas. Esto significa que toda persona, sea lo que sea y haya hecho lo que haya hecho, es infinitamente amada por Dios y lo seguirá siendo siempre. Esto es cierto para todos y cada uno de los seres humanos en particular, y es la base de la posibilidad de que juntos sean uno, acogiendo la vida en su plenitud (Jn 10,10) y libres de todo lo que impide esta plenitud de vida (Jn 15,2). ¿Cómo podemos ayudar a nuestros grupos juveniles a profundizar en estas dinámicas «espirituales»?

El Espíritu Santo se da a todos y actúa en los corazones de todos.