Siempre llega ese día y para ella llegó aquella mañana. Se levantó en su cama de siempre, en su mundo de siempre. Abrió los ojos y se sintió cómoda, segura, en casa. Muchas veces es así. No lo esperas, aparece, entra en tu vida como colándose por la ventana. Es un momento de aire fresco, un nuevo olor que te hace despertar del todo. Para cada uno es diferente en su forma, porque el que lo envía sabe a quién lo hace. Pero siempre es idéntico en su fondo: Te espabila, te moviliza. Aquella mañana fue la suya: alguien con un nombre, con una historia, la tocó y le propuso un viaje, un viaje de aventuras en el que encontraría los más bellos tesoros.
Pronto se descubrió delante de una pequeña mina, allí comenzaba su trabajo y encontraría lo que realmente buscaba. Los primeros días fueron duros, difíciles, extraños. Descubrió realidades desconocidas para ella, realidades que solo abrazaba en sus ideas, que solo guardaba en su cabeza de una manera casi científica, pero aquellos días eso no valía, no era suficiente, sentía por primera vez dentro de sí lo que realmente entrañaban aquellas realidades. Sintió en sus entrañas la falta de cuidados que aquella mina había sufrido, sintió sus necesidades no cubiertas, las pesadas rocas que taponaban sus respiraderos. Lo sintió todo y se dejó inundar por muchas y diversas sensaciones: rabia e impotencia ante la injusticia, tristeza y derrotismo. Se comparó y confrontó y fue entonces cuando volvió a elegir. No podía dejarse arrastrar por aquellos sentimientos, tenía que continuar su viaje por la mina. El camino que se le había revelado la llevaba a hacer algo, a movilizarse, tenía que ser un agente transformador.
Una mina siempre es un terreno sagrado en el que hay mucho que descubrir pero en el que un paso en falso puede ser fatal, allí comprendió que nada se cambia solo con buena voluntad. Es completamente imprescindible acercarse a ella con una formación sólida, con unas herramientas adecuadas y con un conocimiento serio de lo que implica indagar entre sus secretos. Esa fue su siguiente elección, tenía que instruirse para aquello en lo que quería involucrarse. Recibió toda la formación que pudo: cómo resolver conflictos en la mina, dónde tocar y dónde no, cuál debía ser su actitud en aquel entorno y cuáles las aptitudes que mejor le vendrían.
Aprendió los mejores métodos creativos para dinamizar su avance y cómo apoyar las estructuras más débiles. Trabajó en equipo en aquella difícil empresa y aprendió a valorar la importancia de la comunicación y de la expresión corporal. Comprendió en qué consistía la cooperación con expediciones a minas lejanas y con menos recursos y se escandalizó de las desigualdades que existían entre ellas. Descubrió la importancia de la palabra y de los mensajes que transmitimos, porque un simple grito en la caverna puede llegar a resonar para siempre en lo más profundo de la mina. Aprendió también como valerse de ese hecho para construir dentro de ellas.
Experimentó en sus carnes la necesidad de una buena planificación y se empapó de todas aquellas experiencias que otros mineros tuvieron a bien contarle. Especialmente se interesó por la historia de aquel al que llamaban el “Santo Viejo” y en cómo fue de los primeros en entender los tesoros que se escondían en todas y cada una de las minas. Se juntó con otros mineros de su entorno y de lugares remotos para orar todo aquello que iba viviendo. Hizo teatro (e incluso algo de trigonometría) y al final se planteó si la minería era realmente lo que quería para su vida. Todo esto hizo mientras se adentraba en aquella mina.
Dentro también descubrió muchas cosas. Uno de sus mayores hallazgos fue el entender que los planos que traía elaborados previamente no servían para nada, así como los certificados que traía consigo. Una mina solo se conoce adentrándose en ella, recorriendo sus rincones. Es entonces cuando realizó el siguiente descubrimiento: no solo la mina no era lo que ella pensaba, sino que tampoco tenía que ser lo que ella deseaba.
Una mina esconde sus propios tesoros y ellos son preciosos por sí mismos. El trabajo del minero no es encontrar lo que está buscando sino ayudar a la mina a ser capaz de mostrar lo que esconde en su interior. A conocerlo, a valorarlo y a potenciarlo. El minero nunca es capaz de imaginar algo ligeramente parecido a lo que encuentra si respeta que cada mina es distinta y su tesoro irrepetible. Un minero no es un alquimista, es aquel que entiende que nada puede crear más hermoso que aquello que ya fue puesto en el interior de la mina. Un minero es aquel que ofrece su pico para desenterrar lo escondido al ritmo que la mina necesita; y que se deja sorprender por el regalo que encuentra cada vez que un trozo de roca cae o se desplaza para liberar parte del tesoro escondido.
La joven pronto descubrió también que la mina se encontraba en un sitio y un entorno concretos y que no era su trabajo emplazarla en otro lugar. Transportar la mina a sus tierras no solo no era factible, sino que, además no llevaba a ningún sitio. Descubrió además la importancia de entender que no siempre tenía la respuesta, que un silencio prudente en escucha activa y una consulta a un minero más experto eran siempre mejor camino que el derrumbe de un ala por hacer aquello para lo que no se estaba preparada.
No todo fue bonito, numerosas veces la minera cayó en la desesperación, en la angustia, en la impotencia. ¿Qué podía hacer ella con tantas minas en el mundo? Pero un día alcanzó a comprender algo, sentada junto a un minero que también había sido mina. -¿En cuánto valoras tu propia historia?- Le dijo.- Intenta imaginarlo y piensa en todos aquellos mineros que en algún momento trabajaron en tu mina, en lo que significó para tu vida. ¿No es increíble pensar en la posibilidad de ayudar a que un solo tesoro sea parcialmente descubierto? Imagina que tu esfuerzo, que tus ganas, que tu amor, pueden cambiar totalmente la vida de una mina. Imagina ahora que pueden en dos, o en tres. Imagínalo. Un solo tesoro, o incluso parte de él, es tan valioso como inmensos son el universo y sus estrellas.
Todo esto aprendió la joven, pero lo que más la transformó fue su mayor descubrimiento: No existía nada más grande en el mundo que la vida del minero. Aquel “Santo Viejo” había encontrado su manera de ser feliz y, para la joven, aquella manera, era, sin duda, la mejor. Entonces eligió de nuevo, porque así es la vida del minero, elegir cada día y en cada instante seguir adelante con su viaje, que no es el más fácil pero sí el más importante.
Porque no hay amor más grande, ni felicidad más plena, que los de aquel que elije entregar su vida por los que menos cuentan.
Una minera
Te interesará también…
Newsletter
últimos artículos
EL RESPETO, ACTITUD FUNDAMENTAL PARA LA CONSTRUCCIÓN DE LA IDENTIDAD PERSONAL – Marita Osés
EL RESPETO, ACTITUD FUNDAMENTAL PARA LA CONSTRUCCIÓN DE LA IDENTIDAD PERSONAL Descarga aquí el artículo en PDFMarita Osés mos@mentor.es Tread softly, because you tread on my dreams (W.B.Yeats) A la pregunta existencial «¿Qué hacemos aquí?», una de las respuestas es:...
¿CREACIÓN DE LA IDENTIDAD O VIVIR LA VOCACIÓN? – Enrique Fraga Sierra
¿CREACIÓN DE LA IDENTIDAD O VIVIR LA VOCACIÓN? Descarga aquí el artículo en PDFEnrique Fraga Sierra enriquefragasierra@icloud.com La creación de la identidad, aunque no de cualquier forma, sino al abrigo del Altísimo, a la sombra del Omnipotente (Sal 90,1), es el...