Iñaki Otano
Sexto domingo de Pascua (B)
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo: permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido; y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros”. (Jn 15,9-17)
Reflexión:
Cuando el amor o el afecto por una persona se convierte en afán de poseerla, nos viene el miedo a perderlo. Y este miedo a perder el amor “conquistado” hace a menudo la relación más difícil, menos fluida y más desconfiada.
Se puede tener la sensación de que el amor se mueve en cierta inseguridad. Ya cuando el pequeño no quiere comer, su madre le dice: “Cariño, si no comes, la amá no te quiere”. Sabemos que una madre amará siempre, pero a menudo el lenguaje traiciona u oculta el amor incondicional, o sea, sin exigencia de contraprestaciones.
Pero hoy el evangelio subraya que el amor de Dios no pone ninguna condición, no es algo que tenemos que conquistar sino que se nos da gratuitamente: No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido.
Dios nos ama siempre, Dios es Amor, también cuando nuestra conducta no es digna de un hijo de Dios. En este caso, no es Él quien se aleja de nosotros sino que somos nosotros los que buscamos otro camino. Se puede decir que el esfuerzo mayor de Jesús es convencernos a cada uno de que Dios Padre nos ama siempre.
Es verdad que dice Jesús: Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Pero “hacer lo que Él manda”, no es una condición para ofrecernos su amistad sino una necesidad nuestra para no alejarnos del amigo. El no hacer lo que él nos ofrece es una opción personal nuestra que nos aleja de Él. Pero su amor continúa incluso después de que lo hayamos rechazado. Siempre nos será posible volver, porque su primer amor no ha cambiado a pesar de nuestra infidelidad.
Dice Jesús que nos ha hablado de su amor incondicional para que su alegría esté en nosotros, y nuestra alegría llegue a plenitud. Tenemos un motivo fundamental para no perder la alegría, para no tener miedo: Dios nos ama siempre. En la vida hay muchas incertidumbres: un acontecimiento imprevisto puede hacer pasar de la fortuna a la desgracia, y al revés. Pero hay una cosa que no cambiará nunca: el amor que Dios nos tiene. Él nunca nos abandonará. Hay motivos para la alegría.