¡Toma la Palabra! – José María Pérez-Soba

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Una vez, estando en el último curso de la facultad, acudí con otros amigos a un coloquio de especialistas. Frente a algunos de los ponentes, defendí con pasión la posibilidad de «tomar partido», de vivir la realidad como una vocación de servicio y de compromiso con la justicia… Al salir, se me acercó uno de los asistentes. Me felicitó muy cordial y me preguntó a qué grupo pertenecía, «de qué iba». Yo contesté que era cristiano. Su cara cambió de pronto y, en un tono ya nada cordial: «Ah, ¿pero pensáis?».

Pues sí señor, sí pensamos. Lo cierto es que hubo una época, no muy lejana, en la que eso de pensar nuestra propia fe lo fiábamos al «doctores tiene la Iglesia», esto es, que piensen los profesionales, los curas, y al resto de los fieles les bastaba (y se recomendaba) la «fe del carbonero».

Pero esto ya no es posible. En una sociedad en la que cada uno debe decidir qué quiere creer, en qué quiere apostar su vida, o somos capaces de presentar una fe atractiva, profunda, capaz de proponer, de responder, de salir al encuentro o, simplemente, no mereceremos ser creídos… y no creerán.

Por ello, en esta sección queremos proponer pistas, ideas, posibilidades para presentar la fe a nuestra gente, a ti animador, a ti catequista y tú, sabiendo esto, puedes presentar estas ideas a tus niños, adolescentes o jóvenes. Si tú disfrutas la fe, si tú saboreas la fe, tú puedes transmitir la fe.

Hemos pensado organizar este espacio en tres momentos:

  • ¡Toma la Palabra! quiere abordar la Biblia como fuente de vida, no como una serie de historias morales, unas aburridas de repetidas, otras sin significado alguno para mi propia vida, para vivir hoy.
  • En Atrévete a pensar abordamos los temas centrales de la fe cristiana, preguntando siempre por qué merecen la pena, buscando encontrar en ellos la Vida que sabemos que nos espera.
  • Por fin, Juntos sabemos más será un espacio para aportar dinámicas, metodologías, experiencias que pueden enriquecer nuestra labor de propuesta de la fe.

Dicho todo esto, ¡Toma la Palabra!

Si no te cuadra… pregunta.

Pero, para poder tomar la palabra no podemos quedarnos callados cuando no entendemos el texto. Por pudor, por respeto, porque en estas cosas de Iglesia a veces se camina con temor reverencial, aunque algo no nos cuadre, nos callamos y pasamos a otra cosa. Y se acumula la realidad de que la Palabra no nos da vida.

Un ejemplo: la expulsión de los mercaderes del templo. Cuando yo era chaval me llamaba mucho la atención ese episodio, porque no me cuadraba con el Jesús inclusivo, comprensivo, pacífico del Evangelio. ¿Por qué monta ese follón? ¿No se podía resolver de otra manera? Una vez, viendo la oportunidad, pregunté. Y la repuesta fue: «Jesús también perdía la paciencia». Hombre –pensé- ya imagino, pero si alguien monta ese espectáculo, es que va mal de los nervios. Pero luego, al estudiar, descubrí que el texto no tiene nada que ver con el estado de ánimo de Jesús.

El relato se encuentra en los cuatro evangelios canónicos, por lo que tiene una evidente importancia para la segunda generación cristiana, la generación de los evangelios (Mc 11, 5-19; Mt 21,12-13; Lc 19,45-48; Jn 2,14-16). No es un texto más, es fundamental para el recuerdo del naciente cristianismo. ¿Por qué?

La clave está en las mismas palabras que los evangelistas ponen en boca de Jesús: «Estáis haciendo de ella —de la Casa de Dios— una cueva de bandidos». Curiosa expresión. A nosotros no nos suena de nada, pero al judaísmo de la época, que manejaba con soltura las Escrituras (nuestro Antiguo Testamento) sí les sonaba: eran palabras del profeta Jeremías (lee la historia en Jer 7,1-15). ¿Y quién era ese? Un hombre que, en nombre de Dios, se plantó un día en la puerta del templo (como Jesús) y dijo a la gente que si venían a calmar su conciencia con sacrificios, para luego seguir oprimiendo a las viudas y huérfanos, para «robar matar, adulterar, jurar en falso» tranquilos, que no entraran. Que el templo de Dios no era la cueva de Alí Babá, donde iban los cuarenta ladrones para guardar las riquezas de los robos cometidos. Porque eso era lo que sucedía: robo, mato, exploto a los pobres y luego llevo el dinero manchado de injusticia y le doy culto a Dios con él. El profeta Isaías, que era más directo, decía que Dios se tapaba los ojos ante esa ofrenda para no verla (Is 1,35).

Así pues, Jesús está actualizando lo que ya hizo Jeremías. Es un acto planeado, un happening, una acción de denuncia bien pensada, preparada, lo que se llama un «signo profético». Si se tiran las mesas de cambistas y de vendedores de animales no puede haber culto. Como decía Jeremías y repite Jesús. ¿Y a quién se dirige entonces la acción de Jesús? ¿A los mercaderes? ¿Son ellos los ladrones de la cueva? No. Los que se dan por aludidos son, según los evangelios los sacerdotes y escribas. Los ladrones son los que vienen a esconder su injusticia tras un sacrificio y, sobre todo, el que se beneficia de ese sistema: el sumo sacerdote y todos los que le rodean.

Ese templo, en el que uno se purificaba más o menos según el dinero invertido en el animal a sacrificar, no es el templo del Reino de Dios, no es el templo del Dios de Jesús. Tendrá que ser derribado para construir el templo «del tercer día» (de la plenitud, 3=plenitud, Jn 2,19), en el que el céntimo que da la viuda vale más que todos los bueyes del mundo. Ese es el templo de Jesús, templo en Espíritu y verdad (Jn 4,24). Así, si tu hermano tiene algo contra ti, primero lo arreglas, regresas a la fraternidad a través del perdón y, entonces, sí puedes ir al templo a hacer la ofrenda (Mt 5,23-24). La Casa de Dios (Dios con nosotros) no es una lavadora de conciencias, que funciona más cuanto más monedas eches.

Jesús, entonces, no pierde la paciencia, sino que realiza un signo profético de primer orden, no dirigido contra los mercaderes en sí, sino contra el sistema religioso del sumo sacerdote, sistema clasista, excluyente de los pobres, alejado del Reino de Dios. No es de extrañar que no pocos autores insistan en que este gesto fue la condena a muerte de Jesús: el sumo sacerdote no iba a dejar pasar ese desafío a su sistema de poder. Y no lo hizo. Pero eso es otra historia…

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