¿TODOS? POR UNA PASTORAL JUVENIL INCLUSIVA – Óscar Alonso

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Óscar Alonso

oscar.alonso@colegiosfec.com

Vaya por delante que soy de los que sienten y piensan que hay palabras que a los seres humanos nos vienen muy grandes: siempre, nunca, jamás… y la palabra «todos» creo que puede añadirse a esta lista también. Y no lo digo porque sea imposible vivir lo que sea desde esos principios sino porque los seres humanos somos demasiado pequeños como para responsabilizarnos desde esas perspectivas. 

Una reflexión sobre una Iglesia y una pastoral juvenil verdaderamente inclusiva, inclusiva verdaderamente

Dicho esto, me gustaría comenzar con unos previos. Previos extraídos de la vida cotidiana. Previos que pueden darnos algunas indicaciones de cara a nuestra reflexión sobre una Iglesia y una pastoral juvenil verdaderamente inclusiva, inclusiva verdaderamente.

  1. Me comentaba el otro día una compañera, profesora de Educación Infantil, que trabajando en su colegio el tema de las diferencias, eligió a dos alumnas de su clase para que salieran y así todos pudieran decir las diferencias que encontraban entre ambas. Para que el ejercicio fuese sencillo, eligió a la niña con la piel más oscura (una alumna de familia africana) y a la niña con la piel más clara (una alumna ucraniana). Al iniciar el ejercicio y preguntar a los alumnos y alumnas las diferencias que ellos veían entre las dos compañeras, le sorprendió que la primera gran diferencia que los compañeros lograron identificar fue que la niña con la piel de color tenía el pelo rizado. Luego continuaron con los ojos, con la altura, con la nariz… pero ninguno dijo en todo el ejercicio que la principal diferencia fuese el color de la piel. Dato curioso para nuestra mirada adulta, analítica, escrutadora y etiquetadora. Para estos niños el significado y contenido de «todos» es evidente: todos es todos. Sin más.

 

  1. En segundo lugar, recuerdo aquí unas palabras que la biblista Dolores Aleixandre publicó hace años, hablando del cambio de palabras en la fórmula de la consagración. Decía así: «Parece ser que, cuando entre en vigor el nuevo Misal Romano, se dirá en la fórmula de la consagración del cáliz: “Mi sangre que será derramada por vosotros y por muchos”, en vez de “por todos”, como antes. Motivo del cambio: “Se ha aplicado un principio de correspondencia literal”. Como la expresión suena a excluyente, se recomienda hacer una catequesis para que los fieles nos enteremos de que, en arameo, “multitud” significa “totalidad” y, por lo tanto, se está expresando de modo inequívoco la universalidad de la salvación. A ver si lo he entendido bien: cuando escuchábamos “por todos”, resultaba inequívoca esa universalidad, pero como ahora lo de “por muchos” puede ser equívoco, necesitamos una explicación, no vaya a ser que entendamos lo que no debemos entender. ¿Alguien puede explicarme esta complicación?» (Vida Nueva, 11/11/2016). A veces estas son nuestras grandes preocupaciones. Cambiamos palabras que entendemos todos para decir «por todos» pero diciendo otra cosa. Es fácil caer en el juego del perfeccionismo léxico y de ser los más fieles a la tradición, aunque para ello dejemos a casi todos con la boca abierta. A veces el sentido común y lo sencillo quedan sepultados por la elucubración de los expertos y la complicación innecesaria de los que parece que estuvieron presentes el día que se pronunciaron estas palabras. Lo diga quien lo diga, «por todos» es por todos. No necesita explicación. Es simple de entender.

 

  1. No sé si los lectores más jóvenes saben que en el Vaticano hay dos parroquias: la de San Pedro, que concierne a la Basílica y la plaza frente a ella, y la de Santa Ana, que se ocupa del resto del territorio papal. En la primera parroquia, que representa el centro de la cristiandad, el padre Agnello Stoia, franciscano conventual, está al frente de la parroquia más importante del mundo: la de San Pedro en Roma. Nos conocemos hace muchos años y este pasado verano tuve la oportunidad de encontrarme con él junto con unos amigos. Una de las cosas que compartió con nosotros fue que sus parroquianos más importantes eran los pobres que viven y duermen en la plaza de San Pedro, bajo la imponente columnata de Bernini. Confieso que hasta ese día no había caído en la cuenta de ese dato tan importante. En esa plaza y en esa basílica entran al cabo del día miles de personas, pero los únicos que permanecen son ellos. Y su párroco con ellos. Creo que aquí el «todos» tampoco se puede poner en duda. Todos es todos.

 

Pongo estos tres ejemplos a modo de previos porque creo que sintetizan bastante bien lo que quiero compartir en estas líneas: todos no es casi todos. Todos no es todos pero con puntualizaciones. Todos no es muchos o bastantes. Todos es todos. ¿O no lo es? 

Las palabras del papa Francisco en Lisboa ante cientos de miles de jóvenes fueron: «En la Iglesia cabemos todos, todos, todos». Si analizamos sintácticamente está frase, el resultado sería el siguiente:

  • Todos, todos, todos es el sujeto, concuerda con el verbo y podría sustituirse por nosotros.
  • El resto (en la Iglesia cabemos) es el predicado.
  • Cabemos es el verbo (dentro de ella cabemos).
  • En la Iglesia es el complemento circunstancial de lugar.

Pero claro, no todo el mundo analiza así. Para algunos el sujeto es la Iglesia, no nosotros. Como si pudiéramos separar una cosa de la otra. De hecho, al día siguiente ya hubo alguien que puntualizó las palabras del papa: «En la Iglesia cabemos todos, pero no cabe todo». De nuevo ese juego de palabras que pretende poner a cada uno en su sitio «sin mezcla ni confusión». 

Creo sinceramente que se lo que se trata es de hablar de una Iglesia y una pastoral juvenil inclusiva, verdaderamente inclusiva y no solo integradora. La inclusión, según el Diccionario de la RAE, significa «pertenecer o ser parte de algo. A veces, este término también se refiere a crear un entorno que promueva el sentido de pertenencia de una persona o grupo, de manera que se sienta apoyada, respetada y valorada». Sin embargo, integración significa que primero calificamos a aquel o aquellos que luego «integramos» como los diferentes. Creo que lo nuestro es ser expertos en la inclusión sin condiciones, no en la integración.

Lo nuestro es ser expertos en la inclusión sin condiciones

Una inclusión evangélica en la vida comunitaria, en la vida sacramental, en la dinámica celebrativa… una inclusión evangélica que seguramente es mucho más amplia y posibllitadora que la integración eclesial, siempre expuesta a normas, reglas y presupuestos de todo tipo.

En una parroquia como la mía «todos» es todos. Todos acogidos, todos reconocidos, todos participando, todos en proceso, todos acompañados, todos.

Llama la atención lo que a nuestra Iglesia, o a ciertos sectores de la misma, le cuesta ahondar en aspectos tan importantes como este. De hecho, me he preguntado desde el verano a quién le habrán molestado las palabras del papa Francisco. Imagino que a los cumplidores de normas, a los legisladores inflexibles, a los que no quieren ver cambios en lo que siempre ha sido de otro modo, a los que no han entendido (quizás, no leído) el Evangelio en profundidad, a los que se niegan a responder evangélicamente a eso que se denomina «signos de los tiempos», a los que creen tener el monopolio de la santidad (y del acceso a ella), a los que se erigen en intérpretes autorizados de las normas y de las palabras y no están dispuestos a que estas cambien o se hagan más posibilitadoras. A todos estos les parece que ese «todos, todos, todos» tiene condiciones (que ellos conocen y administran) y que lo de la inclusión no tiene nada que ver con el Señor Jesús. 

La inclusión de la que habla el papa Francisco tiene que ver con la ausencia de aduanas, tiene que ver con que para entrar no es necesaria más invitación que la del Señor («venid y veréis»), no tiene que ver con tener el carnet ni las credenciales ni el portfolio de creyente inmaculado, no tiene que ver con méritos acumulados, no tiene que ver con pertenencias a este o aquel movimiento, no tiene que ver con más que con el deseo del Señor de atraer a todos hacia Él, de modo que no se pierda ni uno solo de los que el Padre ha encomendado. Quizás el problema comienza cuando nosotros nos convertimos en encomendadores, aduaneros, dueños o administradores de la Gracia.

Ese «todos, todos, todos» del papa Francisco que tanto ha gustado a muchos (no todos, pero casi) e incomodado a otros (no a todos), requiere:

  1. Estar con los sentidos bien abiertos, tener tacto y educar la mirada, tener buen olfato para anticiparse y no dejar a nadie fuera. Y estar muy vigilantes para escuchar a todos, todo el tiempo.

 

  1. Ser comunidades cristianas acogedoras, abiertas y dispuestas a «conjugar» todo lo que tiene que ver con la diversidad, con la pluralidad y la inclusión entendida evangélicamente.

 

  1. Admitir que continuamente debemos volver a Jesús y a su Evangelio para no equivocarnos, para que sea el Evangelio el criterio de actuación que marque la hoja de ruta por la que caminar.

 

  1. En ese Evangelio no arrinconar los encuentros de Jesús con la gente con la que se encontró, a la que miró, acogió, habló, sanó, anunció, abrazó e invitó a una vida nueva.

 

Ese «todos» trastoca y desestabiliza nuestras planificaciones, nuestras mediocridades y nuestras seguridades, ese «todos» amenaza nuestros exclusivismos y sonroja nuestros integrismos y radicalismos desprovistos de fundamento evangélico.

Termino. Nunca olvidemos que existe una distancia infinita entre el todo y el casi todo. Cuando uno elige el casi todo, casi siempre el casi se acaba convirtiendo en el todo. Cuando uno elige el todo, en nuestro caso, el todos, no hay peligro con acabar en el casi. Ojalá nuestra pastoral juvenil se atreva a abrir las puertas de par en par a todos, todos, todos. 

Ojalá nuestra pastoral juvenil se atreva a abrir las puertas de par en par a todos, todos, todos.