Un reconocido periodista acompañó a un amigo a comprar el periódico. Saludó amablemente al quiosquero. Éste le respondió de mala manera y les lanzó el periódico sin casi mirarles, como si le hubiesen ofendido con algo que desconocían. Su amigo sonrió al airado hombre deseándole un buen fin de semana.
El periodista, todavía impresionado por la situación que habían vivido, le preguntó a su buen amigo:
– «Oye, ¿este hombre siempre es tan desagradable contigo?».
– «Sí, así es» – respondió.
– «Y tú, ¿siempre le muestras tu cara más amable a este impresentable?».
– «Sí, claro», respondió sin parecerle extraño.
– «Perdona, no puedo entender por qué actúas así. Yo le habría pagado con la misma moneda».
– « ¿Sabes qué? No quiero que sea él quien decida cómo me he de comportar».
No hay ningún momento histórico que esté libre de dificultades. En toda vida humana, por más feliz y plena que pueda llegar a ser, siempre habrá una parte de sufrimiento, de contradicción, de frustración.
La psicología enseña que si no nos topáramos con ninguna adversidad, nunca llegaríamos a ser personas maduras. Es decir, maduramos en la medida que aprendemos a superar las frustraciones y adversidades. Y esto también vale para la vida cristiana. Porque -digámoslo claramente- un cristiano siempre vive tiempos difíciles. «Seréis odiados de todos por el hecho de llevar mi nombre». Jesús no nos quiere engañar: serle fieles no es fácil. Ser fieles al Evangelio siempre nos traerá conflictos; siempre supondrá ir contra corriente. Y eso cuesta. En un mundo en que la opinión dominante suele tener más peso que la verdad del Evangelio, se necesita mucho coraje para actuar de manera diferente a lo que hace todo el mundo. Ni tampoco es fácil reconocerlo, se es discípulo de Jesús cuando se hace frente a aquellos que se burlan o hacen escarnio sobre la fe.
Pero hay que tener presente que no hay nada importante en la vida que se pueda obtener sin esfuerzo. Es en los momentos difíciles, cuando cada uno da la talla de sí mismo.
Cuando tenemos algún problema o dificultad, es entonces cuando se pone a prueba nuestra confianza en Dios. Cuando todo nos va bien, seguramente no veremos muchas diferencias externas entre los creyentes y los que no lo son.
Es en los momentos de oscuridad, cuando tenemos que demostrar que somos hombres y mujeres de fe. Es en esos momentos de desánimo, cuando se nos hunden las seguridades humanas, cuando tenemos que demostrar que somos hombres y mujeres de esperanza.
Es en los momentos de enfrentamiento, cuando tenemos que demostrar que no guardamos rencor a nadie, y debemos esforzarnos en poner a trabajar nuestra capacidad de reconciliación.
Jesús nos enseña que las dificultades de la vida no son simplemente una maldición o una fatalidad, sino la ocasión propicia para dar testimonio de la fe y la esperanza que nos mueven.
«Ser cristiano es aceptar contradicciones como estas: saber que la hora de la oscuridad es la mejor hora para ver a Dios. Aceptar que un dolor, por espantoso que sea, puede ser el momento propicio en que demostremos si amamos a Dios o nos limitamos a utilizarlo» (J. L. Martín Descalzo).
Enric Roura, rector