TODO ESTÁ CONECTADO RPJ 558 Descarga aquí el artículo en PDF
Jorge A. Sierra (La Salle)
Es una expresión habitual en nuestros ámbitos: darnos cuenta de que todo está conectado, de que cualquier pequeña acción tiene efectos muy diversos y difícilmente predecibles. Es verdad, pero esta interconexión nos puede dejar en la mera curiosidad, en el efecto mariposa o ayudarnos a dar un paso más y unir la conexión y el cuidado, como nos dice el papa Francisco en Laudato Si’, 70: «Todo está conectado (…) y el cuidado genuino de nuestras propias vidas y nuestras relaciones con la naturaleza son inseparables de la fraternidad, la justicia y la fidelidad a los demás».
En mi opinión esta es la clave del auténtico ecologismo, más allá de colores verdes y prejuicios políticos trasnochados: preocuparse por el aumento del nivel del mar tiene que ver con razones naturales, pero también con las personas, puesto que si las poblaciones costeras desaparecen habrá duros movimientos migratorios. Del mismo modo, los residuos tienen que ver con la pobreza, la lucha contra las emisiones de efecto invernadero está relacionado con la atención a los marginados, etc. Bien es verdad que, en ocasiones, los problemas que nos enfrentamos parecen tan abrumadores que tenemos que dividirlos en piezas más manejables, pero no debemos dejar de ver su interconexión.
Como dice el papa Francisco: «Dada la escala del cambio, ya no es posible encontrar una respuesta específica y discreta para cada parte del problema. Es esencial buscar soluciones integrales que consideren las interacciones dentro de los propios sistemas naturales y con los sistemas sociales. No nos enfrentamos a dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino a una crisis compleja que es tanto social como ambiental. Las estrategias para una solución exigen un enfoque integrado para combatir la pobreza, restaurar la dignidad de los excluidos y, al mismo tiempo, proteger la naturaleza» (Laudato Si’, 139).
Porque todo está relacionado existe un vínculo profundo entre las grandes cuestiones globales y las pequeñas acciones de nuestra vida cotidiana, como son el consumo, el uso de la energía, el tratamiento de los residuos, etc. Con nuestro estilo de vida podemos ser parte del problema o de la solución. Promover un desarrollo sostenible y solidario necesita de un estilo de vida, asentado sobre el cuidado, la compasión, la sobriedad compartida. Y necesita también de unas instituciones sociales sanas porque «cualquier menoscabo de la solidaridad y del civismo produce daños ambientales» (LS 142).
Tal vez durante este comienzo de año, después de las crisis sanitarias y sociales que estamos viviendo, podamos ponernos delante de la inseguridad de nuestro mundo —aparentemente tan seguro de sí mismo—. Los desafíos globales no tienen fronteras y requieren cambios sistémicos: ¿quién nos iba a decir que un virus de un murciélago iba a frenar todo como lo hizo? De nuevo nos dice el papa Francisco en Laudato Si’: «Tiene que haber una forma distintiva de ver las cosas, una forma de pensar, políticas, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que juntos generen resistencia al asalto del paradigma tecnocrático» (LS 111).
Dice el franciscano Vicente Felipe que todo esto nos debe hacer recordar que, si todos los seres somos parte de una gran familia, en primer lugar, no podemos «entender la naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida. Estamos incluidos en ella, somos parte de ella y estamos interpenetrados» (LS 139). Por lo tanto, como han dicho tanto teólogos como científicos, no estamos por encima de las demás criaturas sino junto a ellas, como hermanos. Dependemos de la naturaleza, pero, al mismo tiempo, por nuestra capacidad de sentir, pensar, amar y adorar, somos responsables de ella, en palabras de Leonardo Boff.
Esta visión de todos los seres de la creación, interdependientes y emparentados, formando parte de una sola familia, nos lleva ineludiblemente a reconocer el valor de cada cosa, del ser humano en modo especial, y a tener con todas las criaturas, humanas o no, una relación de respeto y de cuidado. Porque todo está conectado «no puede ser real un sentimiento de íntima unión con los demás seres de la naturaleza si al mismo tiempo en el corazón no hay ternura, compasión y preocupación por los seres humanos. Es evidente la incoherencia de quien lucha contra el tráfico de animales en riesgo de extinción, pero permanece completamente indiferente ante la trata de personas, se desentiende de los pobres o se empeña en destruir a otro ser humano que le desagrada (…). Por eso se requiere una preocupación por el ambiente unida al amor sincero hacia los seres humanos y a un constante compromiso ante los problemas de la sociedad» (LS 91). «Cuando no se reconoce en la realidad misma el valor de un pobre, de un embrión humano, de una persona con discapacidad –por poner solo algunos ejemplos–, difícilmente se escucharán los gritos de la misma naturaleza» (LS 117). Aunque «también es verdad que la indiferencia o la crueldad ante las demás criaturas de este mundo siempre terminan trasladándose de algún modo al trato que damos a otros seres humanos» (LS 92), porque el corazón humano es uno solo. «El auténtico cuidado de nuestra propia vida y de nuestras relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad, la justicia y la fidelidad a los demás» (LS 70).
Por todo esto, la propuesta cristiana para nuestra pastoral es integrar claramente las dimensiones humanas y sociales (LS 137). Y por eso, para afrontar la llamada crisis ecológica, que no es solo una crisis medioambiental, sino que es también una crisis social, cultural, ética y espiritual, el papa argumenta que no basta con las aportaciones de la ciencia y de la tecnología, sino que es necesario un diálogo entre las ciencias exactas, sociales y humanas, entre la economía y la política, entre las ciencias y las religiones y entre las religiones entre sí. Porque «los conocimientos fragmentarios y aislados, pueden convertirse en una forma de ignorancia si no se integran en una visión más amplia de la realidad» (LS 138). ¿Cómo manejamos esta interconexión en nuestra pastoral con jóvenes?