TODO CAMBIA – Juancho Sanz, CRISMHOM

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Juancho Sanz, CRISMHOM

raul.pg@crismhom.org

Cambia el pelaje la fiera,

cambia el cabello el anciano.

Y así como todo cambia

que yo cambie no es extraño.

Seguro que habéis acabado de leer estos versos cantando. Son un extracto de la canción que popularizó Mercedes Sosa, Todo cambia. Pese a ser un canto de liberación de los pueblos oprimidos de Latinoamérica, se encuentra en él un buen apoyo para entendernos a los jóvenes hoy. Todo cambia. Porque es así, porque todo tiene que cambiar. No tendría sentido que la fiera no cambiara su pelaje o que el anciano no cambiara su cabello. Así el mundo no tendría sentido y nosotros tampoco lo tendríamos si no aceptáramos el devenir y el ritmo de la vida.

Todo cambia a un ritmo que quizás no deja asimilar el cambio

En la era digital, de la que nos ha tocado ser sujetos, lo novedoso no es que simplemente todo cambie; es que lo hace a un ritmo que quizás no deja asimilar el cambio. El humorista Jaume Perish lo ponía en estas palabras: «La gente joven está convencida de que posee la verdad. Desgraciadamente, cuando logran imponerla ya ni son jóvenes ni es verdad». Naturalmente, habla de una verdad en minúscula, no de la Verdad inmutable de Jesús de Nazaret. Salvo esta Verdad, todo cambia a una velocidad que ni siquiera nos permite la reflexión.

En Filosofía ante el desánimo, José Carlos Ruiz expone lo siguiente:

«Si nos dejamos llevar, terminamos evaluando el éxito de la vida por las experiencias que se postean, olvidando que la sabiduría no pasa por esas experiencias, sino por la reflexión y el aprendizaje en torno a ellas que se haya realizado».      

En la sociedad de lo instagrameable, las cosas no tienen valor por sí mismas, sino por cómo son percibidas por los demás. De esta forma estamos siempre en búsqueda de una valoración externa y perdemos la capacidad crítica propia. Quizás este proceso acabe por hacer que dejemos de ser sujeto para convertirnos en objeto de los likes de los demás.

Otra herida que nos deja la digitalización es el hecho de acostumbrarnos a la sobreoferta. Vivimos entre mares de reels, stories y tiktoks y, si nos cansamos de lo que estamos viendo, solo basta con deslizar hacia abajo, que siempre habrá contenido inagotable a nuestra disposición. Del concepto baumaniano de la liquidez hemos pasado al de la vaporosidad. En esta sociedad vaporosa se pueden ver los capítulos seguidos de una serie, chatear y cenar a la vez. Lo tienes todo a tu alcance y a la vez, como en una nube flotando a tu alrededor. Y, como lo podemos tener todo, cuando no es así nos cuesta elegir. En Desarrollo y libertad, Amartya Sen argumenta que la multiplicidad de opciones en una elección no nos ha hecho más felices, sino todo lo contrario. Ahora que podemos querer lo que se nos ocurra, no sabemos lo que queremos. Aunque parezca inverosímil, entre seguridad y libertad, los jóvenes estamos dispuestos a sacrificar algo de nuestra libertad para tener más seguridad. No sabemos elegir.

Ahora que podemos querer lo que se nos ocurra, no sabemos lo que queremos

Elegir es un acto maduro, porque conlleva una renuncia. Cuando se elige, se pone una cosa por encima de otra. Supone un acto de consciencia libre que edifica una identidad adulta. Si no sabemos renunciar ni correr el riesgo del error, no seremos capaces de elegir. Parece que envejecer es inevitable, pero madurar es opcional. Este motto de nuestros días presenta una imagen fantaseada de la libertad. Tanto envejecer como madurar son palabras que tienen en común la idea de cambio. Lo importante es lo que las diferencia, esa capacidad de reposar las experiencias vividas. Así mismo, también es destacable la idea de que madurar no sea inevitable, como sí lo es envejecer. Las opciones no tomadas nos pueden llevar a una infancia prolongada, a ser unos Peter Pan. Sobre tomar elecciones, Theodore Roosevelt tiene la siguiente cita:

«Ante una elección lo mejor que se puede hacer es tomar la opción correcta, lo segundo mejor es tomar la opción equivocada y lo peor que se puede hacer es no tomar ninguna opción».

Esta frase muestra cómo nos paralizan el miedo o la renuncia, siendo esa parálisis la peor acción. De hecho, es la no-acción. Elegir también es un modo de amar, de amar a los demás y de amarnos a nosotros mismos. Ponemos unas prioridades en función de nuestro afecto a esas cosas o personas que elegimos sobre otras.

Por otro lado, la sobreoferta no es solo algo digital. Aunque viene marcada por lo digital, es ya característico de nuestra vida cotidiana. Para nosotros la vida es un teléfono móvil en el que vamos a encontrar todo lo que queremos a todas horas. De esta forma, llegamos a la sociedad del descarte. Esta sociedad marcada por la idea de producción y, además, de producción rápida en la que, si un individuo no produce nada, no merece ser tenido en cuenta. Parece que únicamente somos lo que podemos ofrecer al mundo, ¿ese es todo nuestro valor? Y si no ofrecemos nada o no gusta nuestra oferta somos descartados rápidamente dado que ya hay muchas opciones entre las que elegir. La sobreoferta también causa un sentimiento de sobredemanda. Todo debe pasar por nuestro filtro y debemos de dar nuestra opinión. Así surgen los haters y las discusiones enzarzadas por redes sociales.

En el colectivo LGTBI esta influencia también es remarcada. Por un lado, la digitalización nos acerca a las personas que tenemos lejos. A CRISMHOM nos escribe gente de diferentes zonas rurales de España, pero también de Marruecos, Colombia o Cuba, por ejemplo. Por otro lado, también nos llegan al correo electrónico y a las cuentas en redes sociales mensajes fundamentalistas. Esto no sucedería si no tuviéramos la tentación de validar o condenar todo lo que pasa por delante de nuestros ojos.

Pero no cambia mi amor,

por más lejos que me encuentre,

ni el recuerdo ni el dolor

de mi pueblo y de mi gente.

Así acaba Mercedes Sosa su canción y así quisiera cerrar yo estas palabras. Rompo una lanza porque, aunque todo cambie de forma vaporosa y sin reflexión, hay algo que no lo hace. Eso que sí permanece es nuestro amor por nuestro pueblo y nuestra gente; es el amor por el Reino de Dios y el apego a la Iglesia. Es el dolor de ver en el prójimo crucificado día a día a nuestro Maestro, Jesús de Nazaret.

Referencias bibliográficas

  • Numhauser, Julio. Todo cambia, 1982
  • Roosevelt, Theodore. El río de la duda, 2011
  • Ruiz, José Carlos. Filosofía ente el desánimo, 2021
  • Sen, Amartya. Desarrollo y libertad, 2000

Eso que sí permanece es el amor por el Reino de Dios y el apego a la Iglesia.