Tocar a Jesús – Pakea Murua

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Un grupo del colegio llevamos un curso con reuniones semanales. Poco a poco hemos ido profundizando en diferentes aspectos de la espiritualidad cristiana conectados con las preocupaciones que ellos expresan. Siempre comenzamos con una oración y al terminar la reunión, recogemos lo vivido. En una de esas reuniones, les pregunté si alguna vez habían tenido la experiencia de sentir a Dios o a Jesús. Se hizo silencio. Después de esperar un rato, tomé la iniciativa preguntando de uno en uno. De las trece personas solo una expresó que había tenido esa experiencia.

Confieso que sus respuestas me sorprendieron bastante porque estos chicos y chicas llevan años en el colegio donde estoy trabajando y participan activamente en un itinerario del taller de oración. Daba por hecho que ya habían tenido una experiencia profunda de encuentro con Dios.

Recuerdo que, justo antes de esa pregunta, estuvimos hablando sobre los deseos y sueños de cada uno. ¡Fue un momento tan rico y tan profundo! Me fijaba en sus miradas y percibía un brillo especial cuando les escuchaba. ¡Se sentía tanta energía e ilusión!

Pienso que muchos de ellos están a punto de descubrir que se puede experimentar a Dios en la vida cotidiana. Por lo que comparten, tengo la certeza de que saben que Dios está presente en sus vidas, pero les cuesta sentirlo.

Tengo la certeza de que saben que Dios está presente en sus vidas

Hasta ahora he hablado de un grupo determinado de jóvenes. Sabemos que no existe «el joven» sino jóvenes. Son muy distintos entre ellos: el modo de ser, el contexto, recorrido de vida, edad… pero hay varias cosas en común en ellos como, por ejemplo, el deseo de tocar a Jesús y, sobre todo, sentirse tocados por Él, aunque la mayoría no lo exprese directamente.

En estos últimos años, los que trabajamos la pastoral con jóvenes, nos vamos dando cuenta de la importancia de atender el cuerpo en el ámbito de la espiritualidad. No se puede generalizar, pero, creo que todavía tenemos un amplio campo para descubrir y potenciar en esta dimensión.

Creo que los sentidos del cuerpo humano nos abren posibilidades de encuentro personal con Dios. Es necesario posibilitar espacios y tiempos personales y grupales para trabajarlos, sobre todo, en clave orante.

Vivimos en un mundo que avanza a mucha velocidad y con mucho ruido. Esto provoca que en la sociedad y en las personas haya una gran dificultad para detenerse y ver qué ocurre en el interior ante lo que acontece. Eso nos lleva a desconectarnos de nosotros mismos. Los jóvenes, no son una excepción en esta vivencia.

Centrándonos en los sentidos, me resulta sugerente lo que dice Catherine Aubin: «vivimos como si anestesiáramos nuestros sentidos». Estamos llamados a «redescubrir los sentidos y esto significa decidirse también a redescubrir a los demás y a uno mismo, la propia morada interior, y descubrir que esta se encuentra habitada por lo que uno es y por los demás, ciertamente, así como Dios mismo, que habla en un susurro».

La comunicación con Dios y sentidos del cuerpo humano

Es posible entrar en comunicación con Dios mediante los sentidos. Él se deja ver, oír, gustar, tocar, respirar a través de los hechos, de los encuentros, de los acontecimientos de cada día.

Para ello, requiere prestar atención a lo que acontece con una mirada diferente a la que estamos habituados en muchas ocasiones. En El Principito de Antoine de Saint-Exupéry en un momento el protagonista dice: «Solo se ve bien con el corazón; lo esencial es invisible para los ojos».

Requiere prestar atención a lo que acontece con una mirada diferente a la que estamos habituados

Los seres humanos tenemos una dimensión trascendente o espiritual que puede permitir a la persona tocar a Dios, entrar en relación con Él. Tenemos una sensibilidad más allá de nosotros mismos que nos hace capaces de experimentar la presencia de Dios. Tal como los sentidos son las puertas para relacionarnos con otras personas, también podemos entrar en relación con Dios (aunque sea una analogía). Podemos ver, tocar, oler, oír, gustar. En la Biblia encontramos todos estos verbos para hablar de la relación del ser humano con Dios.

El sentido del tacto y tocar

Dentro de los sentidos me detengo en el sentido del tacto porque está unido al tema de «tocar a Jesús».

El tacto es una de las formas de comunicación física más intensa que poseemos los seres humanos. Tocar y ser tocado es imprescindible para nuestras vidas. A los jóvenes les encanta relacionarse.

¿Cómo presentarles que también es posible y real relacionarse con Dios?

Creo que, en muchos ambientes cristianos, el sentido del tacto produce bastante respeto para «trabajar» pastoralmente. Quizá tiene fuerza por la tradición recibida donde el cuerpo se vivía de manera bastante negativa o al ser un sentido más íntimo puede generar más pudor. Además, en estos últimos años, se está desvelando en la sociedad la experiencia tan dura de personas que también, en el seno de la Iglesia, han sido abusadas sexualmente, se han sentido «mal tocadas». Sea por lo que sea, muchas veces en nuestros itinerarios de pastoral no nos atrevemos a profundizar en ello y trabajarlo tanto como otros sentidos. A muchos nos resulta más fácil trabajar con la vista y el oído.

Me viene a la memoria la película de La historia de Marie Heurtin a la hora de asociar el sentido del tacto y todas las posibilidades que nos puede ofrecer. Marie es sordomuda y ciega de nacimiento. Marguerite dice de ella: «Marie ¡me ha dado tantas cosas! Me ha hecho descubrir otro mundo que yo desconocía por completo, un mundo que se puede tocar, un mundo donde todo lo que está vivo palpita bajo los dedos».

Para la mayoría de los jóvenes (y diría que también para muchos adultos cristianos), tocar a Jesús es un mundo desconocido. Esta película me sugiere que los que trabajamos en la pastoral con jóvenes, podríamos ponernos en una disposición parecida como Marguerite. No sucumbir ante la dificultad de comunicación, poner toda la creatividad teniendo despiertos todos los sentidos, trabajar con otros y ayudándonos para posibilitar al joven la experiencia del encuentro personal con Jesús.

Poner toda la creatividad teniendo despiertos todos los sentidos, trabajar con otros y ayudándonos

Una mediación para llegar a «tocar a Jesús». Familiarizarnos con el Evangelio

Una de las claves para crear condiciones de posibilidad es que los jóvenes se vayan familiarizando con el Evangelio de una forma habitual, meditándola y conectando con su vida.

Creo que se puede trabajar muy bien la dimensión del tocar a Jesús y dejarnos tocar por él a través de relatos del Evangelio. En ellos, si nos detenemos en sus gestos, podemos ir identificando a muchas personas que experimentan que las manos de Jesús, sobre todo, sanan, alientan, levantan a la persona. En definitiva, su ternura y su modo de tocar hace que las personas se sientan profundamente amadas y respetadas.

Qué bueno sería que pudieran hacer una lectura de su vida confrontando con estos gestos de Jesús de tal manera que puedan experimentarse queridos, acogidos, alentados en su vida.

Algunos relatos de los evangelios para profundizar y que nos pueden iluminar

  • El lavatorio de los pies (Jn 13). Entrar en la escena como si presente nos halláramos y fijarnos cómo toma Jesús los pies de los discípulos en sus manos. Es toda una expresión de intimidad y cercanía que no les deja indiferentes. El modo de tocar de Jesús hace sentir a cada persona un profundo respeto y amor.
  • La transfiguración. Jesús también toca para tranquilizar, cuando los discípulos están atrapados por el miedo:

«Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa les hizo sombra y de la nube salió una voz que decía: “Este es mi Hijo querido, mi predilecto. Escuchadle”. Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces temblando de miedo. Jesús se acercó, los tocó y les dijo: “¡Levantaos, no temáis!”» (Mt 17,1-12).

  • El relato de la mujer hemorroísa. Jesús se deja tocar: «¿Quién me ha tocado?», dirá Jesús (Mc 5,30) cuando la hemorroisa se acerca y le toca el manto. Jesús, en su dejarse tocar, hace sentir a esta mujer la curación y algo más: le hace sentirse vinculada a alguien que le acoge profundamente.
  • El relato de la mujer encorvada (Lc 13,10-17). «Jesús, al verla, la llamó y le dijo: “Mujer, quedas libre de tu enfermedad”. Le impuso las manos y, al instante, se enderezó y daba gloria a Dios».

El toque de Dios en el contacto con Jesús lleva a que se vaya recuperando el corazón y la curación de aquello que tenía bloqueado sus cuerpos y su relación.

La fe es lo que toca a Jesús

En los evangelios también encontramos otros dos testigos (María Magdalena y Tomás) que quieren tomar y tocar con sus manos el cuerpo de Jesús. Para quienes querríamos tocarlo también, nos enseñan que solo existe una manera de llegar a él: la fe y el don de sí en actitud de servicio.

En nuestras relaciones, se toca a alguien con la mano, pero se le toca también de forma invisible con una palabra o una actitud. Así es también con Dios.

En clave de fe, san Ambrosio lo expresa con claridad: «es la fe la que toca a Cristo, es la fe la que lo ve; el cuerpo no lo toca, los ojos no lo perciben, porque lo suyo es un ver sin ver y un oír que no comprende lo que oye; no es tocar si no se toca con fe».

En clave de servicio, una testigo más reciente, la Madre Teresa de Calcuta, decía: «Cuando toco los miembros fétidos de los leprosos, sé que estoy tocando el cuerpo de Cristo, del mismo modo que lo recibo en la comunión bajo la apariencia de pan».

El tocar de la fe: la liturgia

La liturgia puede ser una mediación para dejarse tocar por Dios y hacerse físicamente consciente de su presencia. Dios entra en relación con la persona por los sacramentos. Todo sacramento supone un tocar.

Dios entra en relación con la persona por los sacramentos

Conecto con lo que Catherine Aubin dice: «Si tengo la sensación de tocar lo divino, es porque yo mismo he sido tocado primeramente por Dios. Dios no nos toca (en sentido espiritual) si no es tocándonos (en sentido físico)».

Podemos encontrar a Cristo en los sacramentos: «Los sacramentos de la Iglesia son uno de los lugares privilegiados en que se puede tocar a Cristo y recibir su fuerza sanadora».

Algunas claves más para tener en cuenta

Los jóvenes necesitan la vivencia de grupo y la fe vivida en ella es necesaria. El joven necesita vivir la experiencia del amor incondicional. Solo comprendemos en toda su profundidad qué es el amor cuando amamos y somos amados. Hemos sido convocados con otros para amarle, seguirle y servirle juntos.

  • Invitar constantemente a salir de la autorreferencialidad para ser personas para los demás como lo fue Jesús.

Las experiencias como el voluntariado pueden ser un buen medio para ello. Son momentos donde también se puede posibilitar todo un proceso hasta llegar a experimentar el encuentro personal con Dios. Estos procesos requieren ser bien acompañados por personas que estén preparadas para ello.

Las experiencias de «ruptura» con su entorno para adentrarse en lugares de periferias, puede ser una gran oportunidad para ayudar a releer lo experimentado a la luz de la Palabra.

  • No esperar vivir todo esto en momentos concretos de reuniones o experiencias pastorales sino vivirlo en la vida cotidiana:

Vivir desde un modo de relación sano donde se vaya desplegando una cultura de la ternura «con palabras, con manos que también pueden llamarse caricias, besos, comida en común». Nuestras manos pueden tener poder de sanación cuando se van configurando con las de Jesús. Aprender para que nuestras manos toquen sin dañar y sin apropiarse de los otros con calidez.

Aprender con Jesús para caminar hacia los invisibles, alejados, abandonados, excluidos.

Nuestras manos pueden tener poder de sanación cuando se van configurando con las de Jesús

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