Testimonio: Es más que suficiente… – Álex Alarcón

“Solo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos”  –  Antoine de Saint-Exupéry (1943) 

Una de las lecciones más valiosas que la vida me ha dejado, es que nada permanece estático. No somos las mismas personas que éramos hace unos años, meses, días o los que fuimos ayer; la transformación y el cambio son parte de nuestra naturaleza. Aprendí que cada día tiene su propio valor, podemos conocer a alguien que podría redefinir nuestra visión de la realidad, podemos sentir emociones que nos hagan volver a vivir, y experimentar situaciones que nos permitan construir nuevas filosofías de vida.  

¿Saben? Al momento de escribir me resulta maravilloso encontrar un espacio para sincerarme, es el momento en el que recuerdo y comparto lo que aprendí en mi paso por el mundo y con la corta experiencia que tengo. No soy un sabio, aún me queda mucho por aprender; tampoco soy perfecto, pero sé que soy perfectible. El hecho de ser sincero me recuerda que aún soy humano y que tengo que seguir aprendiendo y convertirme en alguien mejor cada día. Hoy simplemente quiero ser sincero, quiero ser y sentirme cercano. 

La historia que les contaré a continuación tiene ya mucho tiempo, pero  aún permanece guardada en mi mente y mi corazón.  

Recuerdo con mucho cariño mi infancia, fue una de las épocas más hermosas de mi vida. Cuando era un niño, solía jugar con mis amigos hasta la hora de la cena, imaginar historias inspiradas en mis héroes favoritos y anhelar ser como ellos, salir a caminar con mis padres y mis abuelos a lo largo de la ciudad, emocionarme al ir por un helado y ver una película, sentirme feliz de encontrarme con todas las personas especiales para mí en mi cumpleaños o simplemente, sentirme la persona más afortunada del mundo cuando los sábados y domingos todos nos encontrábamos para cenar juntos.  

Hace muchos años, en un viaje familiar en la época de Navidad, decidimos recorrer un centro comercial antes de ir a cenar. Esa tarde era imposible encontrar un espacio de estacionamiento libre, un guardia de seguridad nos dijo que probablemente podríamos encontrar un lugar en el otro edificio, y así fue, después de quince minutos (que parecían una eternidad) encontramos un lugar. Al salir del auto, decidimos visitar primero las tiendas departamentales, pero cuando superamos el mar de autos, se vino un mar de gente. Todas las tiendas estaban llenas de personas tres día antes de Navidad, al ir a la juguetería, el panorama era exactamente el mismo, niños llorando en los pasillos por un juguete, filas interminables en los cajeros y personas tratando de convencer a sus hijos de buscar otras alternativas de compra. 

Al final, decidimos retirarnos más temprano de lo esperado y visitar otros lugares de la ciudad. Una vez que llegamos al centro de la ciudad, el panorama no era tan caótico, decidimos visitar una feria en la que se vendía todo tipo de productos (desde juguetes hasta ropa y artículos decorativos). Al recorrer los espacios, observé que en un lugar que no había sido ocupado, un grupo de niños del vecindario se reunían para jugar en una cancha de football improvisada, se organizaron en equipos, otros niños simplemente compartían un helado con sus amigos, unos cuantos se maravillaron viendo burbujas flotar en el aire y explotar al instante, los niños se encontraban  completamente felices con lo que tenían. En ese entonces me alegró ver cómo esos niños disfrutaban del hecho de compartir el uno con el otro, así que no le di más vueltas al asunto. 

Varios años después, cuando ya era un adolescente, empecé a ver la otra cara del mundo. Me había dado cuenta que muchas veces, estamos dispuestos a mentirnos a nosotros mismos para convertirnos en algo que no somos. Fue en ese instante que me di cuenta que lo que proyectamos no es un equivalente de lo que en realidad somos o queremos ser. Es así que nos volvemos seres que están dispuestos a complacer a otros antes que a nosotros mismos y perdemos todo aquello que nos vuelve auténticos. 

Es ese consumismo el que no nos permite encontrar el verdadero valor de las cosas, al final, todo parece ser un producto momentáneo y desechable. Todo se vuelve completamente artificial y muchas veces, convirtiéndonos en seres superficiales que viven para aparentar algo que no son frente a otras personas, y creo que ese es el consumismo más peligroso de todos, un consumismo emocional según el cual todos son desechables y nuestra forma de pensar y actuar es influenciada para intentar encajar o pertenecer a algo. 

A medida que me daba cuenta de esa dura realidad, también surgía una pequeña esperanza. Lo que había visto esa víspera de Navidad era un reflejo claro de la otra opción de vida. Siendo más grande finalmente pude comprenderlo, lo importante no es la cantidad de lo que tenemos o su precio, sino el significado que le damos o que tiene es lo que vale más. 

Comprendí que lo que vuelve especial y necesario a algo es el significado y la importancia que tiene para nosotros. Tengo unas cuantas pulseras que me conectan con muchos amigos que se encuentran lejos; tengo un par de collares que me recuerdan a mis padres y a mi mentor, hacen que los lleve siempre conmigo; tengo una chaqueta favorita, era el regalo de un amigo; tengo un perfume cuya fragancia me recuerda a mi familia y muchas veces me alivian en la soledad; tengo un álbum de fotos, que me recuerda que jamás estuve solo, y unas páginas vacías me dicen que aún puedo conocer a alguien. 

Es así, que lo único que persiste son los recuerdos, el valor que le damos al tiempo y a quienes nos rodean. Muchas veces es más que suficiente aquello que nos permite volver a vivir, lo importante puede ser muchas veces, todo aquello que es invisible ante nuestros ojos. 

Alex Alarcón.