Tener que elegir – Santi Casanova

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¿Queréis que os diga cuál es uno de los mayores inconvenientes que ha traído la red a nuestras vidas? Sí, habéis leído bien: inconveniente. La dispersión, ese es uno de los mayores inconvenientes. La red no es más que un mar inmenso repleto de sorpresas, aventuras, lugares insospechados, rincones atractivos para visitar… y caemos continuamente en la trampa de querer descubrir todo lo que en ella vive. La red está diseñada para apasionarnos y para hacernos caer en la tentación. Es fácil encontrar entrevistas a diseñadores, gurús y expertos en redes sociales para darse cuenta de que todo está muy bien pensado. El objetivo es que el usuario pase el mayor tiempo posible visitando los lugares que otros quieren que visite y que además sienta satisfacción en ello.

Quería comenzar de esta manera porque creo que muchos, en sus procesos de fe, sienten tentaciones parecidas a la hora de enfrentarse a la desembocadura. Es el vértigo de tener que elegir, es la sensación de precipitarse cuando uno, sencillamente, quiere seguir andando el camino. Y, de manera inconsciente, muchos optan por vestir de bueno algo que en sí mismo no nos ayuda: postergar la decisión.

Sin darnos cuenta, la red ha transformado la sociedad y también nos ha transformado a nosotros mismos. Una de las cosas que nos ha hecho creer es que todo está al alcance de nuestra mano. ¿Para qué elegir si puedo tenerlo todo? ¿Para qué optar si todas las posibilidades son accesibles? Así somos hoy. Queremos todo y nos hemos convertido en incapacitados en lo que a discernir y decidir se refiere. No es la primera vez que me encuentro con jóvenes que han vivido procesos auténticos, llenos de experiencias, con profundidad, y que llegado el final se ven absolutamente incapaces de tomar una decisión. Y una de las razones es porque decidir algo implica dejar y ese verbo está casi prohibido en nuestro entorno, en ese entorno donde todo es posible.

En este mundo de hiperenlaces donde unas cosas nos llevan a otras sin ni siquiera pensar si nos interesa, en este universo donde somos capaces de viajar y conocer lo que hasta hace poco era impensable, hemos olvidado que toda decisión implica un abandono. El Evangelio está lleno de referencias a esto. Jesús habla varias veces de dejar, de dejar que los muertos entierren a sus muertos, de dejar a tu padre y a tu madre en pos de tu mujer, de dejar tus caminos para que el Señor traiga los suyos. Los apóstoles son personas que dejan su actividad cotidiana para seguir a Jesús. Todo discípulo deja una vida atrás para comenzar una vida nueva al lado del maestro. Tal vez uno de los personajes que más claramente representan lo que es intentar no elegir es Poncio Pilato, que ante la duda se lava las manos y deja que el mundo decida por él.

La vida se mide en las decisiones que tomamos. Hay que ser valiente y, llegado el momento, pedir ayuda y decidir. Uno puede equivocarse, por supuesto. Esto no debe darnos miedo. Debe darnos más miedo lo que nos vendrá encima si no somos capaces de dejar una etapa para comenzar una nueva. Todo camino debe dar su fruto y si es verdad que tus huellas se han mezclado con las del Señor, afronta el futuro sabiéndote cuidado.

Navegar es bueno, pero sin perder de vista que nuestro objetivo es llegar a puerto, un puerto llamado Jesús.

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