¿TÉCNICA PARA LA PERSONA O LA PERSONA PARA LA TÉCNICA? – Chema Pérez-Soba

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Chema Pérez-Soba

chema.perez@cardenalcisneros.es

SER HUMANO EN TIEMPOS TRANSHUMANISTAS

Hay un intenso debate en torno a la omnipresencia de la tecnología en nuestros días y en cómo influye en nuestra vida, especialmente entre los jóvenes. ¿Son nativos digitales? ¿Qué significa eso? ¿Están condenados a relaciones en pantalla, a sustituir la vida real por la virtual? Según algunos especialistas en breve se intensificará la corriente cultural que reniega de los móviles y quiere prohibirlos a los menores de edad…

Este debate se enmarca, a mi juicio, en uno más amplio. ¿Qué significa la tecnología para nosotros? Es evidente que la tecnología no es sino la aplicación práctica de la ciencia, aplicación que nos resuelve problemas (de salud, de transporte, de comunicación…) y mejora nuestras condiciones de vida. Todas las culturas han tenido sus propias técnicas, desde su forma de ver la vida, que les han ayudado a sobrevivir en su entorno natural, en ecosistemas tan dispares como el desierto del Kalahari o el ártico. La técnica nos ha hecho sobrevivir como especie.

La técnica nos ha hecho sobrevivir como especie

Y, sin embargo… sin embargo, hoy nuestra relación con esta dimensión humana es diferente a la de otras épocas y culturas. Hoy, en nuestra modernidad plena en torno a la técnica hay una cuestión cultural de fondo.

Para muchos de nosotros ya no es una dimensión más de nuestra humanidad, sino que se ha convertido en la clave desde la que entender la realidad misma. No es un aspecto más, es el centro de lo humano. De hecho, la tecnología es la única fe razonable. La ciencia es la única verdad en la que confiar, la única indudable, y la técnica, su hija, es la verdadera salvación. Ella es la única que nos propone realidades eficientes, tangibles, que me hacen vivir más tranquilo y entretenido. Y como mi propio bienestar es la medida de todas las cosas, porque es la medida de mi felicidad (la nueva salvación) pues ya está resuelto el silogismo: la técnica me salva. La única pregunta que nos queda es qué queremos ser, qué queremos que nos traigan los científicos y técnicos, vestidos de Reyes magos.

El movimiento transhumanista es quizá la más clara concreción de esta fe en la técnica. Afirma que el poder de la técnica no tiene límite y podemos superar la biología: diseñar genéticamente a nuestros hijos para que sean «perfectos» (sea lo que signifique eso), vivir en mundos virtuales mucho mejores que este… de hecho, podemos ser inmortales (se llega a afirmar que ya ha nacido el primer inmortal, al que la técnica no permitirá morir). Estamos a punto de pasar de ser Homo sapiens a Homo Deus, como afirma el best seller Yuval Noah Harari.

Por supuesto, puede que no se sienta uno identificado con posiciones tan extremas, pero si piensas que si sigues tal dieta (hay tantas que es imposible resumirlas) tu vida y, sobre todo, tu juventud, se alargará casi al infinito; si haces tal y tal técnica de yoga (que era un camino espiritual en origen, dónde ha quedado eso) eres más optimista. Y, por supuesto, si eres optimista y visualizas el éxito, tendrás todo lo que te propongas.

Porque esta fe en la técnica como fuente de salvación desborda el campo de las ciencias biológicas y se extiende a otros ámbitos, como la psicología. No somos tan cortos de miras para solo querer vivir indefinidamente, sino que queremos vivir sintiéndonos bien, muy bien. Por eso, algunos autores recientes afirman que tienen técnicas psicológicas, no solo van a ser biológicas, que nos permiten la plenitud humana. Mihaly Csikszentmihalyi confesaba que las filosofías y las religiones no eran lo suficientemente científicas para ayudar a las personas a sobrellevar la vida. Por eso, era necesaria una técnica que las sustituya: «predecimos que la psicología positiva en el nuevo siglo permitirá a los psicólogos comprender y construir los factores que permitan plenificar a individuos, comunidades y sociedades». La salvación está en manos de tu psicólogo. Todo está disponible si tienes el dinero para pagarlo. Si no eres feliz, es culpa tuya, porque lo tenías a mano.

Por ello, hay una fuerte tendencia cultural a quererlo todo aquí y ahora. Se exige que lo inmediato porque se me debe, porque tengo derecho a ello. Y el consumo, que aprende rápido, compite por darnos lo que sea cuanto antes, vía Deliveroo, Amazon o lo que fuere. Los espacios personales que requieren paciencia, humildad, trabajo constante y concentración se aparcan: leer algo serio, potente y digerirlo, aprender a dominar un arte, estar en paz contemplando lo increíble de ser… dar tiempo al tiempo, no pueden competir con estar enterado y probar al segundo lo nuevo, lo que se lleva, lo que es lo más… por un rato.

Gracias a Dios, junto a todo ello la técnica también nos ofrece nuevos milagros que en verdad nos ayudan a vivir a todos y todas más y mejor. Por eso la pregunta que encabeza este artículo creemos que es fundamental: ¿la técnica es para la persona o la persona para la técnica?

Estamos llamados, hoy, aquí, a transmitir la experiencia de lo gratuito

Siento que estamos llamados, hoy, aquí, a transmitir la experiencia de lo gratuito, del espacio no-técnico, sino ineficaz. Sí, he escrito ineficaz. Podemos y debemos testimoniar que Dios nos enseña la clave, el sentido de la realidad: la técnica está fenomenal, pero la Vida es un regalo gratuito, innecesario, de hecho, imposible estadísticamente. Dios crea al Universo, nos crea porque sí, por amor absoluto: no hay un plan de mejora de nada, no hay más fin que la de ser queridos y querer. Podemos «vivir como Dios», estamos llamados a hacerlo. Pero eso no es hacer lo que nos dé la gana, sino vivir la gratuidad agradecida.

De hecho, siento que esto es lo que más profundamente valoran nuestros jóvenes, porque es lo que más valoramos todos: el espíritu fraterno, el espíritu de familia. Ese es, según la sociología, el «enroque» cultural de nuestros jóvenes, el espacio que aún sienten, en su mayoría, como gratuito, cercano, donde se les quiere sin un para qué. No es extraño, justo eso es lo que Jesús, el Cristo, nos desvela como el sueño de Dios, el que intuyó proféticamente Isaías: todos los pueblos de la tierra reunidos en torno a la misma mesa y Dios enjugando todas las lágrimas (Is 25,6-8).

En una reciente presentación de una serie de libros, una periodista y escritora de renombre, cuya pertenencia a la Iglesia no es especialmente militante, confesaba que eran esos espacios de acogida sin condiciones, esa mirada sin juicio lo que la hacía seguir sintiéndose parte de lo cristiano. Puede sonar a herejía cultural, pero un aprendizaje vital que podemos acompañar es el de nuestra fragilidad. La humildad no es una virtud masoquista, ni una máscara para quedar bien, sino ejemplo de inteligencia: no somos el centro del mundo ni podemos todo. La pandemia retiró por un instante el velo de la omnipotencia en la que sentimos vivir y nos mostró que el rey, en el fondo, está desnudo. Pero, claro, hay nuevos estrenos en Netflix, el Madrid vuelve a ganar la Copa de Europa y hay concierto de Taylor Swift y volvemos la mirada de nuevo a las pantallas, no para comunicarnos, sino para olvidarnos unos de otros.

Ni la tecnología ni las pantallas son el problema. La pregunta siempre es y seremos nosotros mismos. La experiencia religiosa cristiana, que invita al ser humano a acoger sin reservas al Misterio inefable, que le saca de sí y le coloca en fraternidad con el Universo entero, que le hace clamar fratelli tutti, es la respuesta que vivimos, que creemos y que, con toda humildad, ofrecemos.

Hakuin, un monje budista japonés, dibujó un mono agarrado a una rama, intentando coger algo de la superficie del agua sobre la que estaba colgado. Y escribió:

El mono trata de alcanzar la luna

reflejada en el agua.

No se dará por vencido hasta que la

muerte le derrote.

Si fuera capaz de soltar la rama y

hundirse en el estanque.

El mundo entero brillaría con claridad

deslumbrante.

El problema no es la técnica en sí. El problema es el de siempre, nuestro miedo a soltarnos en el Misterio y, al fin… vivir y vivir en plenitud.

«Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón» (Mt 6,21).

La pregunta siempre es y seremos nosotros mismos.