“Hoy ha llegado la salvación a esta casa.”
(Lc. 19, 9)
TE LLAMÉ ZAQUEO
Te llamé Zaqueo, y no olvidaré cómo te brillaron los ojos al encontrar mi mirada.
Me acogiste en tu casa, agasajándome con el lujo al que estabas acostumbrado, ofreciéndome manjares y perfumes, acomodándome, como deseando que me quedara para siempre.
Te llamé Zaqueo y tu nombre en mis labios te tocó el corazón.
¿Recuerdas que hablamos de otro mundo al otro lado de los muros de tu casa? Te hablé de mi infancia de niño descalzo, de la ternura humilde de mi madre arropándome en mantas remendadas, de las manos lastimadas de mi padre el carpintero, del frío de los pescadores en el lago esperando llenar las redes, de mis amigos enfermos…
Te llamé Zaqueo, y al acogerme a mí, abriste tu casa y tu pecho a todo ese dolor que te había sido ajeno.
Has crecido desde entonces, Zaqueo. Has cambiado tus pesados ropajes por túnicas livianas, y te resulta más fácil trepar a los árboles para otear el horizonte por si regreso.
Por eso de vez en cuando vuelvo por aquí, a disfrutar el brillo amado de tus ojos y la ilusión que desprendes, desprendiéndote, cuando pronuncio tu nombre de nuevo, Zaqueo.