Exégesis
PASCUA EN JERUSALÉN
María y José tenían por costumbre celebrar la Pascua en la ciudad de Jerusalén a dónde van con un Jesús de doce años. Al dejar la ciudad se dan cuenta de que han perdido a Jesús y vuelven a buscarlo.
EN MEDIO DE MAESTROS
A los tres días, María y José encuentran a Jesús. En el templo. Sentado en medio de maestros. Les escuchaba y les hacía preguntas y estos, se admiraban de sus intervenciones como si de un niño prodigio se tratara.
«LAS COSAS DE MI PADRE»
María, asombrada, le pregunta a Jesús por qué ha tratado así a sus padres, que le estaban buscando. Jesús también se sorprende. Responde: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?».
MARÍA CONSERVA LO OCURRIDO
En este pasaje del Evangelio, y en más de una ocasión, se nos recuerda que «María conservaba todo esto en su corazón». Aunque no lo comprenda, como la Madre que es, retiene lo vivido como promesa de Dios.
El texto me interpela
Estamos en mayo, mes mariano por excelencia. Por ello me van a permitir que ubique el foco iluminando a María. En el evangelio que hoy se nos plantea, María pierde a Jesús. Yo no tengo un hijo pero sólo de pensar que lo pierdo… no quiero ni imaginarme de qué manera lo pasó María: ¡tres días sin encontrarle, nos dice Lucas! Y es que María y José buscaban a Jesús por todas partes. Cuando María, sorprendida, encuentra a Jesús en el templo le dice «Te andábamos buscando». Él también se sorprende, como si fuera algo raro que le encontraran ahí.
Andamos buscando de forma inquieta; como si Dios mismo estuviera escondido en un rincón de la Antigua Jerusalén, detrás de un puesto ambulante. Pero sólo le encontraremos si buscamos dónde sabemos que está. Dicen, con perdón de meter una frase hecha, que la esperanza es lo último que se pierde. María persiste y al final encuentra a Jesús. Hay que insistirle: “Jesús, quiero encontrarte”.
Acudamos también a María, maestra y protectora, para que nos de esperanza en esta búsqueda diaria.
Javier Gregorio