Talita kum, levántate: el encuentro con Jesús nos hace resucitar – Chema Pérez-Soba

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TALITA KUM. LEVÁNTATE

EL ENCUENTRO CON JESÚS NOS HACE RESUCITAR

José María Pérez-Soba Díez del Corral

chemaperezsoba@gmail.com

Estamos viviendo el tiempo de Pascua, un tiempo de gracia en el que la liturgia nos invita a profundizar en la experiencia central del cristianismo, aquella sin la cual, nos decía Pablo, «vana es nuestra fe» (1 Cor 15,14). Esa experiencia no es solo creer que Cristo ha resucitado, sino encontrarse con Él, vivo y vivo para siempre.

Y este profundizar es importante, sobre todo en estas épocas tan complicadas que vivimos, para poder comprender su sentido. Algunas veces podemos entender la resurrección como un suceso histórico, sucedido hace miles de años, que nos puede hasta emocionar, pero que no toca nuestra vida real. Suerte tuvieron los que la vivieron, pero hoy ya solo es posible recordarla, conmemorarla. Pero nuestra fe no es una fe en el pasado, sino en el presente.

Esa es la verdadera tradición de la Iglesia. Pablo insistía a los corintios que él transmitía (traditio) no solo lo que había oído, sino lo que había vivido: la experiencia de la resurrección, la que constituye la Iglesia, era como una piedra cayendo en un estanque de agua calma, que genera una honda, primero pequeña y luego cada vez más amplia: primero a Cefas, luego a los doce, luego a quinientos hermanos… y también le llega a él (1 Cor 15,5-8). Esa honda sigue extendiéndose hoy, dos mil años después. Y, nos dice Pablo, sin encontrarnos con Él, no hay vida posible.

¿Cómo verle? ¿Cómo vivir esa experiencia aún hoy? Pues como nos dice la tradición evangélica. El evangelio de Juan, siempre tan visual, lo expresa de una forma preciosa. Cuando el apóstol Tomás está solo no es capaz de ver que el de la cruz (y no otro) está vivo y vivo para siempre. Cuando está en comunidad, cuando vive junto a sus hermanos, ahí, empieza a ver. Y confiesa que ese, el de la cruz, es Señor, es Dios con nosotros (Juan 20,24-29). Lucas también lo expresa con una historia: dos discípulos caminan tristes porque Jesús está muerto. Y aunque sienten arder su corazón cuando releen las escrituras, todavía no son capaces de verle… hasta el momento en que se sientan y celebran el signo del Reino. Y cuando lo hacen, cuando celebran la fraternidad, cuando aceptan los ojos del Reino, entonces se les abren los ojos y le ven, vivo y vivo para siempre. Y vuelven corriendo a Jerusalén, porque todo ha cobrado nueva vida (Lc 24,13-35).

Ahí encontramos una pauta clara. No todos los ojos pueden ver al masacrado en la cruz vivo y vivo para siempre. Para poder verle hay que dar un paso de fe: mirar con los ojos del Reino, aceptar la fraternidad universal que es nuestro destino como humanidad. Cuando miro con esos ojos, cuando pongo mi confianza, mi fe, en esa forma de ver la realidad, entonces se rompe el «velo del Templo» (Mc 15,38) y aparece la Verdad de Dios, su auténtico rostro. Atrévete a vivir la fraternidad, atrévete a sentarte en la mesa con tu hermano, atrévete a aceptar la noticia del Reino… y verás al resucitado.

Y con ello, tú mismo empezarás a vivir la resurrección. Es muy curioso cómo lo expresan los evangelistas. En los tres relatos de resurrección sucede lo mismo. Cuando Jesús se encuentra con personas que están muertas, el efecto siempre es el mismo: talita kum, ¡levántate y anda! Así en el texto del hijo de la viuda de Naím (Lc 7,11-16) o en el de la hija de Jairo (Mc 5,38-42). El encuentro con Jesús nos pone de pie, nos hace levantarnos de nuestra postración y nos pone en camino. En la otra resurrección, la de Lázaro, Juan lo expresa de manera muy parecida: «Lázaro, sal fuera» (Jn 11,43). Y las vendas quedan atrás, y Lázaro, vivo, da testimonio de que el encuentro con Jesús es Vida.

No es extraño que el evangelista Marcos coloque el episodio de la hemorroisa, la curación de la mujer que tenía flujos de sangre, justo en medio de la curación de la hija de Jairo… porque es la misma dinámica. La mujer, impura, enferma, que debe permanecer escondida en casa, al margen de toda vida, tiene ojos para ver, tiene fe. Y toca a Jesús. Entonces el Reino se desencadena: se pone en pie, rompe su condena y sale fuera. Por fin ha llegado la liberación, porque en el Reino toda la humanidad es su casa, toda la humanidad es su familia y ninguna enfermedad le puede alejar de esa Verdad con mayúscula. Tu fe te ha salvado. Mira con los ojos de Dios y el mundo se transforma.

Así, los textos nos señalan con claridad a qué estamos llamados en este tiempo de Pascua: a confrontar nuestra vida para comprobar si miramos la realidad con los ojos de Dios. ¿Cómo saber si lo hacemos así? Pues si ves al de la cruz (y no a otro) vivo y vivo para siempre, sientes arder tu corazón y oyes la llamada: talita kum, levántate y anda. Sal fuera, corre de vuelta a Jerusalén, rompe con tus cadenas y empieza a vivir la alegría del Reino.

Ve, vive la fraternidad, celebra el signo del Reino, partiendo el pan y compartiendo el vino, vive como el samaritano, haciendo verdad las bienaventuranzas, de manera que los pobres, los misericordiosos, los pacíficos tengan la buena noticia de que el Reino de Dios ya está aquí. A eso estamos llamados, a vivir la Pascua cada día en nuestra vida, a levantarnos y a levantar a nuestras hermanas y hermanos y, juntos, ser la Iglesia samaritana que hace presente, visible y eficazmente, el Reino de Dios.

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