Soy Patricia, agustina del Monasterio de la Conversión. Entré en la vida religiosa en 2003 con 21 años e hice mi profesión solemne en 2012. Al terminar la formación inicial estudié Teología, me licencié en Teología Espiritual, terminando con un Máster en acompañamiento espiritual y discernimiento vocacional. Actualmente mi dedicación principal es la formación compaginada con otras dedicaciones pastorales.
Ser joven y tener fe: ¿cómo se conjuga en tu vida?
Ser joven es vivir en la búsqueda y la desinstalación. Y tener fe es vivir en una relación que da sentido al claroscuro de lo cotidiano. Por eso, ser joven y tener fe se convierten en un binomio inseparable, puesto que la fe es una luz que resplandece en las sombras, sin eliminarlas.
¿Cómo llegaste a descubrir que la llamada de Dios para ti era consagrar tu vida a Él?
Me eduqué en un colegio de Agustinas donde se despertó en mí un deseo: ¡yo quiero ser como tú! Ese deseo nunca se retiró, aunque fue compaginado con otros muchos. Yo quería ser feliz y por el testimonio de otros, me parecía que Jesús podía ser la respuesta. Este encuentro con Él fue en 1998. Acababa de celebrarse la JMJ en París y el lema era el dialogo de Jesús con sus primeros discípulos: «¿Dónde vives? Venid y veréis». En esta pregunta encontré las palabras que llevaba años formulando y la respuesta que me daba era clara: ¡vente conmigo!
El deseo de ser suya se hizo cada vez más fuerte, ocupaba todo mi espacio, mis sueños, mis ilusiones y esperanzas. Entre siete hermanas que estaban comenzando a vivir una nueva llamada dentro de la Orden de San Agustín, encontré el espacio en el que mi corazón se reconocía y, como los discípulos, allí me quedé.
¿Qué es lo que más valoras de tu vocación consagrada?
La fidelidad de Dios. Soy testigo de su lealtad que, a pesar de mis vulnerabilidades y pobrezas, no se retira. Recuerdo una de las primeras formaciones en las que se me dijo que, para ser mujer consagrada, primero había que ser mujer y luego, consagrada. La llamada no elimina nada de lo que somos, sino que lo lleva a plenitud.
También valoro la fraternidad como un valor insustituible en mi camino vocacional. Yo soy quien soy gracias a mis hermanas, que me han cuidado. Ellas abrazaron y abrazan mis inconsistencias y desalientos, mis pobrezas y desatinos.
Finalmente estimo la estabilidad de Dios en mí y ante mí. Yo voy y vengo, pero Él está, por eso la vida interior es fundamental.
A una persona joven que se plantease la posibilidad de consagrar su vida a Dios, ¿qué le dirías?
- Le animaría a custodiar la llamada con la oración, y le invitaría a estar cerca de alguien que le acompañe en este camino. También le diría que para ponerse en el camino del seguimiento hay que confiar sin mirar atrás y decirle «sí» cada día, ya que solo tienes el «hoy» para entregarte.
El #Tweet del Sínodo: «El don de la vida consagrada que el Espíritu suscita en la Iglesia, tanto en su forma contemplativa como en su forma activa, tiene un especial valor profético, ya que es testimonio gozoso de la gratuidad del amor» (Del Documento final del Sínodo de los Obispos sobre los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional, nº 88).
- Para preguntarME / Para preguntarNOS:
- ¿Qué es lo que más te ha llegado de este testimonio?
- Si tuvieras delante a Patricia, ¿qué le preguntarías?
¿Qué personas cercanas conoces que vivan su vida cristiana desde esta vocación?
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RPJ nº 535 marzo 2020 – Soy Patricia, una mujer consagrada – Hna Patricia
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